Con el tiempo en la región se establecieron rutas del narcotráfico, que en algunos casos coincidían con los itinerarios de las mercancías ilegales, y uno de esos puntos era el puerto de Bahía Portete.
Según el libro La masacre de Bahía Portete, del Centro Nacional de Memoria Histórica, a principios del siglo XXI el puerto se convirtió en objetivo de los paramilitares: “Su interés principal estaba en el control de los recursos y los aparatos de poder local. Con el paso de los años, se apoderaron no sólo de los circuitos ilegales sino también de los recursos de las instituciones locales y regionales tales como el sistema de salud, organismos de seguridad del Estado como el DAS, y penetraron incluso entidades de investigación como la Fiscalía regional”.
Las incursiones paramilitares llegaron también al pequeño pueblo Punta Coco, en la Alta Guajira, despertando el pavor entre la comunidad wayú de la que es originaria Yuberlis González Ipuana, mujer de 27 años, beneficiada con el Fondo de Reparación para el Acceso, Permanencia y Graduación Superior para la Población Víctima del Conflicto.
Según ella, los paramilitares comenzaron a llegar de forma individual, pero paulatinamente su presencia se hizo más amenazante: “En algunos casos, cuando llegaban nos tocaba ir hasta el mar y quedarnos allí a dormir”.
En ese entonces Yuberlis vivía con su padres y hermanas, y lo único que lograba afectar esa unidad familiar era la llegada de ese grupo armado. “Entre lo que más recuerdo es que al huir, a mi papá le tocaba ir por otro camino para no exponernos mucho, ya que a veces llegaban a buscar a los hombres y a los líderes de la comunidad”.
Aunque no vivía precisamente en Bahía Portete, la masacre ocurrida allí entre el 18 y 20 de abril de 2004, atemorizó a tal punto a la comunidad de Punta Coco que esta se desplazó principalmente al municipio de Uribia, conocido como “La capital indígena de Colombia”.
Según unos informes por esa masacre se desplazaron más de 350 personas; otros aseguran que el número supera las 800 personas. Lo que sí es más fidedigno es que Yuberlis se convirtió en una de las 155.274 víctimas de desplazamiento forzado en La Guajira, de acuerdo con el Registro Único de Víctimas.
Las hermanas de Yuberlis no vivieron esa experiencia puesto que ellas estudiaban en un internado en Uribia.
Por un tiempo la economía familiar se afectó porque su principal actividad era la pesca artesanal, y eso hizo difícil sobrevivir de la elaboración de mochilas y chinchorros en un municipio en el que esa tradición no es una novedad.
El temor a perder sus posesiones empujó a sus padres a regresar a Punta Coco al mes del desplazamiento, y no es que los seis indígenas wayú asesinados en bahía Portete hubieran quedado atrás, tampoco las 21 masacres cometidas en La Guajira antes de ese abril de 2004, solo que perder la casa y el poco ganado que tenían resultaba más terrorífico.
La educación en su pueblo se complicó debido a la situación, ya que los profesores, que iban de otros lugares, se sentían expuestos y no llegaban. Yuberlis terminó el bachillerato en el Internado Indígena San José de Uribia, en el que se graduaron sus hermanas mayores.
Quería seguir estudiando y se radicó en Santa Marta. Ingresó a estudiar Biología en la Universidad del Magdalena gracias al Fondo de Educación, que beneficia a los estudiantes aceptados en el Registro Único de Víctimas o que en su defecto sean reconocidos como tal en los procesos de Restitución de Tierras, Justicia y Paz, Jurisdicción Especial para la Paz o en las de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La salud complicó sus estudios, por lo que debió suspender sus sueños por un año. En diciembre del año pasado se graduó y el crédito fue condonado por el Fondo.
Regresó a su pueblo donde ha sido docente, aunque su horizonte es trabajar en su línea profesional como investigadora, ojalá en la Universidad del Valle, en un grupo de investigación de genética molecular humana, deseo que surgió durante su carrera en los semilleros de investigación “como una forma de aportar ese granito de arena”.
Por lo pronto tiene un sueño, que parece más un compromiso: ayudar a que en su comunidad las personas se sigan formando como profesionales, por lo que Yuberlis está pendiente de las convocatorias del Fondo de Educación para replicarles la información y orientarlos, lo que también es una forma de aportar otros granitos de arena.