Frutiorgania, una idea del Putumayo que Yaneth cosecha en Bogotá

Yaneth Celis Duarte


Yaneth Celis Duarte es una campesina víctima del conflicto armado cuya historia inició en el departamento del Putumayo, donde tenía sus cultivos y, fruto de ese trabajo, se inició en los secretos que guarda la tierra.

En 2011, por causa del conflicto armado, se vio obligada a dejar su tierra y a reiniciar su vida en Bogotá, o la gran ciudad, como ella la llama. Al llegar afrontó las mismas vicisitudes de muchas de las víctimas cuando dejan sus territorios. Por ejemplo, buscar la manera de generar el sustento diario para su familia.  

“Gracias a Dios empezamos a estudiar en el Sena para prepararnos. Con el paso del tiempo, iniciamos nuestro proyecto de huertas caseras que nos sirve para nuestro alimento y para generar recursos para la familia”, explica Yaneth.  

Su negocio se llama Frutiorgania, donde está involucrado todo su núcleo familiar: su padre de 86 años, sus dos nietos de seis y ocho años, su hija y dos familiares más.  

Para Yaneth, traer esta parte del campo a una ciudad como Bogotá le representa mucha felicidad. “Esto me genera mucha alegría. Ver crecer las plántulas que sembramos y cuidamos con mucho amor es de verdad un logro muy grande”, señala Yaneth.  

La iniciativa la ha sacado adelante con el apoyo de la Unidad para las Víctimas y cooperantes internacionales como la Fundación Suiza para el Desminado.  

Orellanas, lechugas, mostazas, entre otras plantas, hacen parte de la cosecha que germina en la terraza de su casa ubicada en el barrio La Rivera en la localidad de Kennedy al sur de la capital.  

Es tan grande el amor que Yaneth le imprime a sus plantas que decidió bautizarlas para sentir mayor cercanía con sus productos. Las llama las lindas, las preciosas, las hermosas, las divinas, a las que todos los días les dice que están muy bellas.  

El trabajo en la huerta inicia muy temprano cuando las observan, les esparcen los nutrientes e inician un minucioso proceso de revisión de cada uno de los aspectos del cultivo. El resultado final es un producto gastronómico de alta calidad. “Todos los días llevo un registro y por eso tengo una calidad excelente en estas matas”, dice.  

Su meta es replicar sus conocimientos entre otras mujeres que han sido víctimas del conflicto y comercializar sus productos en los mercados campesinos.