Parafraseando a Virginia Woolf, como espejos de la tierra, las mujeres reflejan no solo el mundo tal como es, sino el que puede ser. Con su poder transformador, convierten la devastación en esperanza, la historia en futuro. Ellas son la esencia misma del cambio: invisibles a veces, pero imprescindibles para que lo nuevo pueda surgir.
Las instituciones sociales son pilares fundamentales para el bienestar de una sociedad, ya que organizan la convivencia y permiten el desarrollo de actividades colectivas que garantizan el orden y la cohesión social.
Desde la perspectiva sociológica, las instituciones además representan el funcionamiento del Estado, pero más allá de ser simples estructuras administrativas, las instituciones reflejan las relaciones de poder que las han creado. Como explica la socióloga Patricia Hill Collins (2000), están diseñadas para perpetuar las dinámicas de poder en las sociedades, contribuyendo así a la reproducción de las desigualdades estructurales.
Este enfoque de dominación subraya el papel crucial que juegan las instituciones en mantener y reforzar las jerarquías históricas y sociales. Pero ¿es posible revertir esta lógica institucional?
En Colombia, una de las instituciones más recientes y vitales para la reparación del tejido social es la Unidad para las Víctimas, creada en el marco de la Ley 1448 de 2011, también conocida como la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras. Esta ley fue diseñada con el objetivo de reconocer y reparar a las víctimas del conflicto armado, proporcionando mecanismos de asistencia humanitaria y reparación integral.
A lo largo de casi 15 años desde su creación, la Unidad ha enfrentado enormes desafíos para abordar el sufrimiento de millones de personas afectadas por el conflicto, enfrentando también las complejidades adicionales de atender a comunidades étnicas que han sido históricamente marginadas. Incluso, ya se han alzado voces que sugieren transformar a la entidad en un ministerio, lo que refleja la creciente relevancia que ha adquirido dentro de la estructura estatal.
En este contexto, la Unidad para las Víctimas enfrenta el reto del retorno de la población Emberá a su territorio ancestral tras años de desplazamiento en Bogotá. A pesar de enormes desafíos, el proceso ha avanzado hacia su sostenibilidad, liderado en gran medida por mujeres: desde la dirección hasta el trabajo incansable de profesionales en el terreno, cuyo acompañamiento ha sido fundamental.
Este, el onceavo retorno cumplió su objetivo de restitución, aunque algunas veces simplificado por la ciudadanía, de manera racista con expresiones como “sacar a los Emberá del Parque Nacional.
Y es que, si bien el Gobierno del Cambio ha trabajado por la reparación de este pueblo, la demora en los tiempos de respuesta intensifican entre los Emberá una sensación de que los nuevos acuerdos parecen solo amontonarse sobre viejos incumplimientos.
A lo anterior, también se suman tensiones interétnicas y culturales derivadas de viejas disputas, donde los Emberá, fueron arrastrados por la fiebre del oro, que dejó heridas más profundas tanto en su territorio como en su comunidad. Aquí, lo político, lo institucional y lo cultural actúan como fuerzas decisivas, tanto para sostener como para quebrantar el tejido social.
Precisamente, la Unidad para las víctimas está por estos días reforzando el tejido social con las comunidades de las zonas más apartadas del Alto Andágueda: Pescadito e Iracal. En estos lugares, los esfuerzos institucionales se concentran en cumplir compromisos relacionados con la mejora de infraestructuras, como puestos de salud, carreteras, escuelas, proyectos productivos y viviendas. Este trabajo se lidera, principalmente, en el territorio por las mujeres.
María Fernanda Rodríguez, politóloga y lideresa del Equipo de Retornos, subraya que lo que hace la Unidad parece poco, pero es mucho “porque siempre estamos en función de las personas: nuestras decisiones impactan la vida de otros”.
Esta no es una labor fácil, a lo largo de su carrera en la Unidad, María Fernanda ha enfrentado los retos de trabajar en territorios donde persisten actitudes machistas: “A veces los hombres no quieren recibir instrucciones de una mujer. Me hacen mansplaining (condescendencia masculina), diciéndome que no sé lo que estoy haciendo porque ellos, como hombres, sí conocen el territorio”, explica. Sin embargo, esto no ha sido un obstáculo para que ella y otras mujeres lideren con éxito el proceso de retorno.
“Las mujeres hemos tenido un rol de cuidado muy importante y creo que aquí se ve mucho”. dice Erika Juliana Giraldo , antropóloga de formación y quien hace parte del Equipo de Asuntos Étnicos, destacando que las mujeres han asumido roles centrales en los procesos de cuidado y liderazgo comunitario, rompiendo con las convenciones tradicionales: “Incluso en el territorio hay lideresas que han ganado reconocimiento en roles de autoridad, tradicionalmente masculinos y esto es clave porque una comunidad organizada así, no permite que haya más enfermedades, busca que sus familias se alimenten mejor”, enfatizó.
Yahaira Murrí Murrí, una de las primeras mujeres Emberá en asumir un rol de liderazgo, ejemplifica cómo las mujeres están rompiendo viejos modelos: “Cuando empecé, los hombres no querían que fuera lideresa. Tuvieron miedo, pero luego otros me apoyaron y me empujaron a seguir”, indicó. Yahaira se dirige a la guardia indígena usando pantalón y con una voz de mando que desafía los estereotipos de género en su cultura.
Otro claro ejemplo de liderazgo es el de Nancy, una joven Emberá de 19 años que, desde niña ha formado parte de la guardia indígena a donde la llevó su padre. Como ella misma comenta, “crecí en la guardia y, hasta ahora, sigo aquí: tanto hombres como mujeres, nos respetamos mutuamente. No hay problemas, a menos que alguien cometa un error”.
Nancy, además de querer seguir en la guardia sueña con estudiar, una meta que comparte con muchas otras mujeres Emberá que ven en la educación una vía para mejorar sus vidas y las de sus familias. “Mi sueño es seguir adelante, estudiar sistemas o enfermería para poder mantener a mi mamá”.
Estas mujeres, dos servidoras públicas y dos lideresas Emberá son guardianas del territorio y aportan en el proceso de reparación de las comunidades. Ellas representan profundos pilones, demostrando que un retorno sostenible es posible cuando el liderazgo está en manos de quienes mejor comprenden las realidades del terreno y se entregan al cumplimiento misional de su labor.
Temas recomendados
Aunque el camino es largo y complejo, el trabajo generizado de la Unidad para las Víctimas demuestra que es posible cambiar las dinámicas sociales. A través de su enfoque de género en la reparación integral y la defensa de los derechos colectivos. Estas mujeres están trabajando para transformar las instituciones desde adentro. La inclusión de enfoques interculturales, la atención a las víctimas históricamente marginadas y la participación de las mujeres son señales de que el cambio estructural está en marcha.
En definitiva, revertir la lógica institucional de la desigualdad es posible cuando se empodera a las comunidades y las mujeres.