Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Una conmemoración diferente

Moisés Osorno Valencia perdió a su esposa y a dos de sus hijos en la masacre de Bojayá, cuyo aniversario 18 se conmemora este sábado 2 de mayo. A punta de berraquera y resiliencia ha logrado superar esa tragedia, cuyo punto final lo puso al recibir y poder dar sepultura a los cuerpos de sus familiares, científicamente identificados, en noviembre pasado.

Por César A. Marín C.

“Mi nombre es Moisés de Jesús Osorno Valencia, pero me dicen ‘Chilapo’, nací hace 47 años en Vigía del Fuerte, Antioquia, municipio ubicado en frente del viejo Bellavista, atravesando el río Atrato, entonces cabecera municipal de Bojayá, Chocó”.

Desde muy joven ‘Chilapo’ se dedicó a transportar personas en chalupa por el río Atrato. “Trabajaba con una pequeña embarcación atravesando personas de Vigía a Bellavista y zonas y corregimientos cercanos y viceversa”, recuerda.

Al tiempo que se dedicaba a esas labores, los actores armados ilegales copaban la región. Desde 1997, la intranquilidad se adueñó de ese vital territorio chocoano y las comunidades ya sentían la influencia de los grupos al margen de la ley.

Los paramilitares comenzaron a mancillar la región entre 1997 y 2000; después lo hizo la guerrilla. “Incluso en el 2000, la guerrilla se tomó simultáneamente al antiguo Bellavista y Vigía del Fuerte”, recuerda. Por ese hecho, que parecía una premonición de lo que sucedería, se propagó un terror tal que la Policía se esfumó de la región: a los agentes de Bellavista los secuestraron y a los de Vigía los mataron.

Por esa época ‘Chilapo’ comenzaba a cortejar a quien sería madre de dos de sus hijos.

“Como yo iba a Bellavista varias veces al día, tuve la oportunidad de conocer en casa de una amiga a una chica de nombre Elvia Palacios Chaverra. Comencé a enamorarla y al tiempo nos fuimos a vivir juntos, por lo que yo me trasladé del todo a Bellavista y vivíamos en casa de mis suegros. Luego nació nuestro primer bebé de nombre Moisés David y dos años después el pequeño Moisés”.

La guerra, una realidad

Dos años más tarde, el 2 de mayo del 2002 ocurrió la masacre en el Bellavista Viejo, conocida como la masacre de Bojayá, en la que cerca de 79 personas fallecieron, entre ellas 48 menores de edad, y un sinnúmero de heridos quedaron con el peso de la guerra sobre su espíritu, luego de que una pipeta lanzada por las Farc, en medio de combates que sostenían con un grupo paramilitar que operaba en la zona, hiciera explosión en la parroquia de Bellavista, lugar en el que cerca de 400 personas se protegían de los enfrentamientos armados.

“Dos días antes yo me fui a llevar en la embarcación a unas personas a un corregimiento llamado Napipí. Cuando embarcamos, Elvia estaba en el río lavando ropa, debajo de un árbol de marañón, acompañada de Moisés David, esa sería la última vez que los vería con vida. Partí con los pasajeros, los llevé al destino y cuando intenté regresar fui detenido en un retén de la guerrilla hasta el viernes 3 de mayo, sin saber que estaba ocurriendo en Bellavista”, recuerda ‘Chilapo’.

Finalmente, ese día logró llegar a Vigía del Fuerte donde se enteraría de la peor noticia de su vida: “Llegué a Vigía y me encontré con algunos conocidos que me contaron que Elvia, Moisés David y el pequeño Moisés habían muerto producto de una explosión ocurrida en la iglesia de Bellavista”. Pero ellos no serían las únicas víctimas.

Según le contaron a ‘Chilapo’, Elvia, juntos con sus hijos, padres, hermanas y otros familiares decidieron refugiarse en la iglesia de Bellavista desde el 1 de mayo, en momentos en que arreciaban los combates entre las FARC –que habían atravesado el Atrato y se encontraban en el barrio Pueblo Nuevo de Bellavista– y los paramilitares que se ubicaban al pie de la parroquia, exactamente entre el colegio y la escuela.

Dice que el viernes 3 de mayo pudo ir a Bellavista, donde encontró la iglesia completamente destruida y el pueblo totalmente desocupado, porque quienes sobrevivieron habían huído a Vigía del Fuerte, municipio al cual también habían llevado a los más de 100 heridos producto de la explosión, en un afán por salvar sus vidas.

Agrega que “ese día estaban empacando los cuerpos o lo poco que quedó de ellos” para ser arrojados en una fosa común, ante el temor a una epidemia. “El olor era muy fuerte y varios de los restos estaban siendo ‘devorados’ por los gusanos”.

Meses después, los cuerpos fueron extraídos de allí por la Fiscalía, entregados a la Alcaldía Municipal y enterrados nuevamente en el cementerio local y en algunos camposantos de municipios vecinos, aunque sin la certeza de sus identificaciones.

Regresando al pueblo

Por lo ocurrido hasta los fantasmas se fueron. El pueblo quedó solo porque inicialmente la gente se fue para Vigía y días después buena parte de ellos decidieron desplazarse hacia Quibdó. Pasadas varias semanas la gente comenzó a regresar a Bellavista y luego, como en los primeros días de septiembre de ese año, el grueso de la población que se había ido a Quibdó regresó, quizás por sentirse lejos de casa, con la nostalgia instalada en el cuerpo, sin oportunidades de empleo y sin conocer muy bien el porvenir.

Pero volver a Bellavista se convirtió en una pequeña alegría en medio del dolor que fragmentó la memoria de los sobrevivientes. “Digamos que el compartir un poco más con los amigos, familiares y conocidos hizo un poco más llevadera la tristeza que nos dejó la tragedia. En mi caso decidí, aparte de trabajar con la embarcación, dedicarme también a la caza y a algo de la agricultura para estar ocupado y no dejarme agobiar por la tristeza que me generaba la ausencia de Elvia y los niños”, dice ‘Chilapo’.

Para el 2005, se hizo realidad la reubicación del pueblo, un kilómetro río arriba y en una zona alta para evitar las inundaciones en época de invierno. Era un nuevo nacimiento y lo bautizaron Bellavista Nuevo.

Al principio hubo alguna resistencia para que la gente se trasteara al nuevo lugar, pero luego de que lo hicieran la Administración Municipal y las primeras familias, todos los habitantes desembarcaron en Bellavista Nuevo. Solo faltaba poder despedirse de sus familiares como lo mandan sus costumbres ancestrales.

Identificación y entrega de cuerpos

Ante las dudas que existían sobre la verdadera identificación de los cuerpos, en 2016 la comunidad pidió que se hicieran nuevamente las exhumaciones para que se identificaron científicamente los cuerpos, labor que arrancó en mayo de 2017 con las exhumaciones y concluyó el año pasado.

El 18 de noviembre de 2019, la comunidad de Bojayá recibió 99 cofres que se inhumaron en el mausoleo construido para ese fin. Fueron en total 78 cuerpos plenamente identificados, se entregaron de manera simbólica dos cuerpos que no fueron hallados, una fosa llamada 75 que corresponde a restos misceláneos que no pudieron ser asociados a los otros cuerpos identificados, un cuerpo no identificado de un menor cuya edad oscilaba entre los 4 y 8 años, nueve bebés que murieron en el vientre de sus madres y ocho víctimas que continúan desaparecidas. Allí, en ese mausoleo, por fin, descansan en paz, Elvia, Moisés David y el pequeño Moisés.

“Con la entrega y sepultura bajo nuestros rituales afro –gualí, chigualo y alabaos–, no solo ellos descansaron, también nosotros, sus familiares que sobrevivimos, porque por fin pudimos cerrar ese duelo y que nuestras mentes y almas se tranquilizaran; además, ya tenemos un lugar a donde ir a llorarlos”, asegura.

Sobre el particular, la psicóloga Cristina Quintero Escobar, afirma que “cuando no se pueden hacer ese tipo de rituales, cuando el cuerpo está desaparecido o cuando la persona no puede cerrar la historia de su ser querido, a eso se le llama un duelo congelado; en cambio, el poder enterrar a sus muertos bajo las tradiciones culturales ayuda a sanar, ayuda a palear ese dolor que se lleva incrustado en el alma”.

Y agrega que “ese proceso de identificación y posterior entrega digna para los familiares es un acto muy importante, sobre todo en esas comunidades donde lo colectivo es trascendental”.

Hoy, ‘Chilapo’ tiene una nueva esposa, se dedica a oficios varios en Bellavista, es decir, se le mide a todo para rebuscarse la vida, y por estos días que se conmemora un nuevo aniversario de la masacre, con nostalgia evoca a su familia. Define a Elvia como una mujer trabajadora, buena mamá, apasionada, generosa y de una bondad inconmensurable. A Moisés David, que en el momento de su muerte tenía dos años de edad, lo recuerda como un niño muy amiguero, al que le gustaba ir a jugar a la orilla del río. Del pequeño Moisés, cuya vida solo le duró dos meses, le queda que era el preferido de sus abuelos maternos.

‘Chilapo’ sabe que este año la conmemoración será diferente, y pese a que no volvió a tener más hijos, sus recuerdos ahora no son tan dolorosos y su alma rema en paz.

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