Por: CÉSAR A. MARÍN C.
El 16 de mayo de 1998 en un recorrido macabro por varios barrios del nororiente de Barrancabermeja (Santander), un comando paramilitar asesinó a siete personas y secuestró a 25 más. Durante las siguientes tres semanas asesinaron a los retenidos y desaparecieron sus cuerpos. Más de dos décadas después, los hermanos Alejandra María y Diego Fernando Ochoa López al igual que 15 personas más siguen desaparecidos.
A los familiares de las víctimas de desaparición forzada parece que algo les devora el alma. Alejandra María y Diego Fernando Ochoa López, hermanos mellizos e hijos de Luz Marina López, fueron desaparecidos hace 23 años por paramilitares de las Autodefensas de Santander y el Sur del Cesar (Ausac). “La voz de nuestros desaparecidos no está, pero detrás de ellos quedamos nosotros que seguimos trabajando para llegar a la verdad, porque conocerla nos ayudará a cerrar este capítulo de horror en nuestras vidas”, dice Luz Marina.
Para esta mujer la desaparición forzada es como un luto en vida, una zozobra constante que se desborda cuando recuerda los ojos brillantes de sus hijos al hablar de sus sueños, de sus proyectos, porque amaban la vida y tenían otras más por las cuales luchar. “Al momento de su desaparición, ambos tenían tan solo 20 años y eran muy responsables porque ya eran padres: Alejandra, de un niño de dos años, y Diego de una bebé de ocho meses”.
La desaparición forzada tiene doble cara: de felicidad y de tristeza. Los que sobreviven, se abrazan fuerte a una caparazón para disimular su dolor: “Yo trato de ser fuerte, pero hay días en los que no puedo con esta tristeza”. Es tristeza que se convierte en palabras que retumban los oídos de quienes conocen esta historia, voces que siguen presentes en cada rincón de la casa.
Natural de Mesitas del Colegio (Cundinamarca) y criada en La Dorada (Caldas), Luz Marina llegó junto con su esposo, su madre y sus cuatro hijos en 1985 a Barrancabermeja. Recuerda que durante los primeros años en el Puerto Petrolero su esposo era subcontratista de Ecopetrol y ella era ama de casa. Ambos se esforzaban por brindarles una crianza alegre y sana a sus dos pequeños.
Y llegó la horrible noche
Para 1995 comenzaron a incursionar los paramilitares en la región en la que históricamente había hecho presencia la guerrilla del ELN y la zona era blanco apetecible para los grupos armados en pelea por la territorialidad. Una noche todo fue más oscuro que nunca. Fue la noche del sábado 16 de mayo de 1998.
“Ese día me encontraba en la casa. En la cancha de fútbol del barrio El Campín, zona en la que residíamos en ese momento, había un bazar al que asistieron Alejandra María y Diego Fernando”. Todo era baile, risa, juego, deporte, alegría, mucha alegría porque estaban todos reunidos. Pasadas las 8:30 de la noche aparecieron tres vehículos con varios integrantes de los paramilitares que obligaban a irse con ellos a quienes iban encontrando a su paso y entre ellos, Alejandra María y Diego Fernando. Esa noche, esa horrible noche, los gritos, las amenazas y la violencia quebraron cualquier viso de sonrisa de aquellos jóvenes que no volvieron a abrazar a su madre ni a reír por sus sueños.
“Vino un vecino a decirme que mis hijos habían sido subidos a la fuerza a unos camiones por parte de hombres armados. Yo pensé que era el Ejército y que se los habían llevado seguramente porque en ese instante no tenían sus documentos o algo así”, recuerda Luz Marina con voz entrecortada.
Lejos estaba de pensar que eran paramilitares de las Ausac (Autodefensas de Santander y el Sur del Cesar) y que el tortuoso recorrido había incluido el bar La Tora, el barrio El Campestre y la cancha de fútbol del barrio El Campín. Sí, la cancha, abarrotada de regocijo y con decenas de corazones latiendo a mil por hora, pero no ya por el cansancio del deporte, sino por el terror de un fusil en el rostro que los obligaba a caminar hacia el infierno.
El bazar del que habla Luz Marina se había organizado para recolectar fondos para un grupo de danza y, por ello en el momento en el que los paramilitares pisaron aquellos barrios de Barrancabermeja encontraron a decenas de personas como blanco fácil de reclutamiento.
Uno de los paramilitares ordenó que todo el mundo debía tirarse al suelo, mientras elegían a quiénes subían a los camiones y quiénes continuaban mirando el asfalto. Alejandra María y Diego Fernando fueron obligados a estar en ese primer grupo.
“Yo por allá no voy”
“Yo salí corriendo hacia la cancha y me hice cerca de una tienda. Estando allí vi que mucha gente que estaba escondida salía y decía que ‘eran los paracos’. Otro señor que llegó en bicicleta dijo que ‘van unos camiones con un poco de gente, los van degollando y arrojando a la calle’”, recuerda Luz Marina. Al momento apareció una señora que le dijo: ‘doña Luz Marina vaya a la esquina porque allá arrojaron a una persona degollada y de pronto es uno de sus hijos’. Ella, como toda madre que anhela el bienestar de sus hijos, tenía una ilusión de que no fueran sus mellizos: “yo le dije que no iba por allá porque albergaba la esperanza de que fuera el Ejército el que se los había llevado temporalmente indocumentados y los iba a dejar libres”.
Ni Ejército, ni jóvenes, ni explicaciones. Nada. Al otro día había quedado más que claro que eran los paramilitares. Fueron 32 personas las que subieron al camión. Siete de ellas fueron decapitadas durante el recorrido y arrojadas por el camino. De los otros 25 solo se han encontrado restos de ocho y, todavía, hay 17 personas de las cuales no se sabe nada.
Pasaron uno, dos, tres días y más y la consigna era la misma, era un grito de rabia y nostalgia exigiendo verdad, justicia, explicaciones, pero, sobre todo, a sus familiares de vuelta. “Los días siguientes hicimos varias marchas y plantones llamando la atención, sin obtener respuesta alguna”.
Años después, Luz Marina logró asistir a las audiencias en las que los paramilitares daban su versión de lo sucedido en el marco de la Ley de Justicia y Paz con el fin de saber qué había ocurrido con sus dos hijos, ¿Dónde estaban? ¿Por qué se los habían llevado? ¿Por qué ellos? Allí se enteró de que los secuestrados fueron transportados en esos camiones hasta un lugar cercano al corregimiento San Rafael de Lebrija, jurisdicción del municipio de Rionegro (Santander) y una semana después llegó a aquel sitio el entonces comandante de las Ausac conocido como ‘Camilo Morantes’ quien ordenó el asesinato de los secuestrados.
Según la versión dada en esas audiencias, a los últimos en asesinar a las tres semanas de la incursión fue a los mellizos Ochoa López, a quienes pensaron dejar libres, pero fueron ejecutados en una montaña cercana porque, según ellos, contarían lo que vivieron durante su secuestro.
En el marco de esa diligencia judicial Luz Marina comprobó lo que siempre se había negado a creer: sus hijos habían sido asesinados. “Fue muy doloroso enfrentarme a esa realidad porque yo guardaba una esperanza chiquita, mínima, en mi corazón de que ellos aún estuvieran vivos”. Esa esperanza se esfumó, así como sus sueños, su vida, su júbilo, sus dos preciados tesoros, porque ese dolor ya había rasgado el alma y sin compasión llenaba sus días de lágrimas.
En aquel momento esos mismos desmovilizados aseguraron que ‘Camilo Morantes’ ordenó la masacre para demostrar su poder en la zona y sacar a la guerrilla del negocio del contrabando de gasolina. Para 1999 Carlos Castaño, máximo comandante de las AUC, mandó a asesinar a Morantes porque, según él, se dedicaba a cometer asaltos, robar la carga y el combustible de las tractomulas.
“En medio de esas audiencias unos versionados afirmaron que dirían el sitio donde se encontraban enterrados nuestros familiares. Finalmente, como en 2009 fuimos tres personas en compañía de antropólogos de la Fiscalía y uno de los ‘paras’ versionados y estuvimos durante varios días en Sabana de Torres. Visitamos varias fincas y se hicieron excavaciones, pero el tipo dijo que eso antes era montaña y que ahora era potrero, por eso no encontramos nada”, recuerda Luz Marina.
La tristeza volvió a embargarla pues ahora ya tenía que buscarlos, pero bajo tierra, en algún lugar olvidado por los victimarios y al que ella se aferra, así no sepa su ubicación. Sabe que su tarea sigue y su voz, como la de ellos, no será acallada nunca. “Y yo tanto pedirle a Dios que me ayudara a encontrar a mis hijos porque la incertidumbre es muy grande”.
Se conoció que en los años siguientes aparecieron los restos de ocho de los 25 desaparecidos aquel 16 de mayo de 1998, pero los de los mellizos no.
Unos muchachos ejemplares
Luz Marina siempre ha sido contestataria en cuanto a la supuesta versión de los ‘paras’ sobre sus hijos: “Ellos inventaron que mis hijos eran guerrilleros y eso era embuste y quedó claro en las audiencias de Justicia y Paz. Ellos eran trabajadores, alegres, responsables, respetuosos, estudiaron con mucho esfuerzo y me ayudaban en el hogar”.
De Alejandra tiene vivo el recuerdo de sus pasos de baile, de su gusto por la fiesta y compartir con otras personas. De Diego Fernando recuerda que era muy amiguero y, aunque no era bueno para el estudio, sí era juicioso trabajando en jardinería y soñaba con tener su propio vivero.
Los dos nietos que le dejaron sus hijos desaparecidos se llaman Jefferson (hijo de María Alejandra y hoy de casi 25 años) y Yulitza Andrea (hija de Diego y con 23 años) son su adoración, su compañía, su felicidad. Ambos son la viva estampa de sus padres. A Jefferson, al igual que a su mamá, le fascina el baile, y Yulitza es muy parecida físicamente al papá.
Aniversarios de esperanza
Luz Marina forma parte del Colectivo 16 de Mayo integrado por 32 familias que luchan contra la impunidad por lo ocurrido en 1998. La organización, que se constituyó casi inmediatamente después de esos dolorosos hechos, también trabaja en la búsqueda y hallazgo de los familiares que aún continúan desaparecidos.
Por eso, cada 16 de mayo los familiares de los muertos y desaparecidos de este horrible hecho violento se reúnen para conmemorar y dignificar a sus víctimas en ceremonias y son acompañados por la comunidad barranqueña, organizaciones no gubernamentales, autoridades locales y entidades como la Unidad para las Víctimas.
“Si algún día las personas que nos hicieron tanto daño me piden perdón, solo los escucharé y les diré que los perdone Dios porque no soy quién para hacerlo”, dice Luz Marina, quien se levanta como todos los días pidiéndole a Dios que le ayude a encontrar los restos de sus hijos, para que las almas de Alejandra María y de Diego Fernando, al igual que las de los otros barramejos desaparecidos puedan, por fin, descansar en paz. Ella seguirá levantando su voz para honrar sus mellizos, pues ni la muerte ni los ‘paras’ acallarán sus voces. Esta es la voz que no lograron acallar hace 23 años.
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