Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Yenny Mosquera Rodríguez

El camino seguro

Me contaron que mamá llegó casi inconsciente al hospital de Quibdó a pedir ayuda, que ahí en la entrada se desplomó. Ella había ido al supermercado como de costumbre y en ese lugar ocurrió el estallido, todos decían que no se iba a despertar.

Yenny Mosquera Rodríguez, mi madre, nació aquí en la capital del departamento hace 41 años, pero fue el 29 de noviembre de 2004, a las 3:50 de la tarde, que su nombre apareció en los informativos digitales de la región de esa época, en la radio y la televisión.

Las autoridades dijeron que la activación de ese explosivo en los casilleros de Mercadiario había sido un atentado terrorista. Los resultados fueron tres personas fallecidas y ocho heridos, hubo varios daños materiales y ningún grupo se hizo responsable. Sin embargo, la gente decía que era algún tipo de venganza por los operativos realizados contra grupos subversivos. En mi familia alguien guardó el diario Chocó 7 días, que al día siguiente decía en letras rojas: “El terrorismo golpeó a Quibdó”.

Fue un hecho inesperado porque ocurrió en el centro de la ciudad, lo que impulsó a la comunidad a hacer una marcha de pañuelos blancos como rechazo a los actos de violencia que seguían impactando la vida de personas del común que, como mi mamá, nada tenían que ver con el conflicto.

Ella es la cuarta de nueve hermanos y es la más consentida de mis abuelos Pedro y Aura, un policía jubilado y una ama de casa dedicada a mantener la unión familiar y las tradiciones chocoanas. Todavía nos cuentan a todos en la familia la angustia que sufrieron y cómo nos llevaron a los pequeños a acompañar las marchas.

Mamá Yenny tuvo una infancia plena y sin preocupaciones, le gustaba ir a pescar con mi bisabuela materna, Aurelia Rodríguez, que vivía a bordo del río Atrato y le enseñó a atrapar sardinas. Decía que cada septiembre era pura felicidad con la llegada de las fiestas de San Pacho, las alboradas, las comparsas y chirimías. Ella siempre participó  con trajes coloridos y se entusiasmaba con los festejos religiosos y al ver representada su cultura africana.

Una nueva misión

Gracias a Dios despertó e inició un largo proceso de recuperación. Le tomó unos seis años restablecer lo cotidiano como salir a la calle, pero con su fuerza de voluntad, su empeño en su carrera, el apoyo de todos nosotros en la familia y algunas entidades pudo salir adelante y empoderarse.

Incluso antes de la explosión, ella era una apasionada por su labor de técnica en primera infancia y había trabajado en jardines infantiles en Rionegro (Antioquia), por lo que seguir con sus sueños y mejorar su conexión con los niños le permitió meterse en su película y hacer de esa experiencia un punto de apoyo y no un obstáculo.

 

La vida de mi mamá empezó a transcurrir entre pasillos de centros médicos de Medellín y las palabras secuelas y esquirlas se volvieron parte de su vocabulario. Tuvo épocas muy duras con recorridos y traslados de mucho esfuerzo, sobre todo porque el mayor impacto ocurrió en la cabeza y en la cara, pero ella supo llevar su proceso médico.

Poco a poco, los fragmentos dañinos empezaron a brotar de su piel y ella misma se los retiraba. Al mismo tiempo le volvían la fuerza, la determinación por luchar y la decisión de recuperar su vida; yo recuerdo esa época como una batalla entre su resistencia y su incertidumbre.

Mucho por vivir

A raíz de este suceso que impactó a mi familia y a mi comunidad, todos fuimos aprendiendo sobre una problemática muy lamentable y tangible en nuestra sociedad, que es el uso indiscriminado de este tipo de armas en contra de la población civil.

Ese aprendizaje inició con mi madre y ella se lo pasó a mis tíos, a mis abuelos, a su mejor amiga, Jamesis Vanessa, quien la ha acompañado toda la vida, pero hubo un momento en que el ímpetu de mi mamá llegó a oídos de Rodolfo Moreno, y él la motivó a ser parte de Asochocó, una organización en la que se desempeña hoy día como lideresa y orientadora de personas que desconocen los procesos a los que tienen derecho por ser víctimas del conflicto, para que accedan a proyectos y beneficios del Estado.

Pasamos de ver a mi madre sufrir secuelas de parálisis facial, desmayos, dolores en la cadera y en las piernas, a escucharla emocionada sobre la posibilidad de ayudar a la gente que no tienen cómo seguir con sus tratamientos y se dan por vencidos. “Yo sueño con crear un centro que permita ayudar más a fondo y más directamente a quienes carecen de recursos. Hay que impulsarlos a que estudien, que tengan un proyecto de vida, apoyo en cuestión de los traslados, tratamientos, ayuda amplia y sincera, que no se les haga sentir como si estuvieran mendigando. Si somos sobrevivientes, debemos afrontar la vida por aquellas cosas bonitas que nos faltan por vivir”, me ha dicho en diferentes ocasiones.

Hoy en día curso mi tercer semestre de psicología con el apoyo de mi familia, quiero especializarme en psicología infantil porque, como a ella, me interesa entender cómo servir a los demás. En ese sentido, la vivencia de compartir con otras personas víctimas de minas ha sido una experiencia motivadora.

No me puedo despedir sin antes dar un mensaje de corazón para quienes perpetúan la violencia en las regiones. Para todo hay una solución, debemos sentarnos como personas civilizadas para hablar de las carencias, y como dice Vane, la mejor amiga de mamá: “Pónganse la mano en el corazón. Cierren los ojos un momentico antes de hacer un acto criminal y piensen que quienes están allí son madres, padres e hijos”.

Puedo concluir que, pese a lo ocurrido, mamá tiene el corazón enamorado y muchas ganas de seguir por su familia y su rol social. Por ella aprendí a levantarme, a ser fuerte, a valorar lo que tengo y ver lo mejor de las cosas, pero sin duda, la mayor enseñanza es que ayudar representa el camino seguro.

Minas antipersonal, munición sin explotar y artefactos explosivos

Los artefactos explosivos improvisados se elaboran de manera rudimentaria con el propósito de causar daño físico o la muerte utilizando el poder de una detonación. Se elaboran con materiales como plástico, madera, tubos de PVC o láminas y, junto a las minas antipersonales y las municiones sin explotar, hacen parte de los hechos victimizantes que han impactado a miles de colombianos en el marco del conflicto armado.

La Campaña Colombiana Contra Minas (CCCM) es una de varias organizaciones avaladas por el Gobierno que hacen parte de la lucha por el desminado en diferentes regiones del país, al igual que se encarga de crear programas de educación y prevención sobre este riesgo. Su coordinador en Chocó, Rodolfo Moreno, asegura que “es complejo encontrar un camino seguro. Algunas personas en las comunidades sobreviven de milagro y la mayoría desconoce el peligro de las minas antipersonal. No saben que existe la amenaza y no hay medidas para prevenir aparte de la formación que damos algunas instituciones”.

A través de la Unidad para las Víctimas, el Estado ha acogido a 11.803 víctimas de minas antipersonal, munición sin explotar y artefacto explosivo improvisado en el Registro Único de Víctimas. Por otro lado, hoy en día hay 432 municipios que se han declarado libres de minas antipersonal, trabajo que, aunque es valioso, sigue siendo insuficiente para garantizar la atención integral a las personas que han pasado tal flagelo y que necesitan de acompañamiento médico y psicológico permanente

Datos de CCCM indican que el 90% de las personas afectadas en atentados con explosivos en zonas pobladas son civiles y desde el Consejo de Seguridad de las Naciones Unida se ha hecho un llamado para poner fin al uso de estas armas en centros poblados, todo con el fin de salvar las vidas de millones de ciudadanos que viven en medio del fuego cruzado de un conflicto armado.

La historia de vida de Yenny Mosquera Rodríguez, una persona afectada por este hecho victimizante, es un ejemplo de lucha por su continuo proceso de superación, y por su dedicación para ayudar a otras víctimas con el fin de construir un mejor futuro para la sociedad.

Como afirma la periodista Gina Morelo en su libro Pistas para narrar la paz: “En muchos rincones de nuestro país están ocurriendo historias de reconciliación, cuyos protagonistas son seres ajenos a la fama, investidos de sabiduría popular y humanidad. Estos seres, curiosamente, caminan sobre la construcción de sus vidas y de sus comunidades”.

(Fin/YUM/RAM/MLE)