Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Sacerdote Antún Ramos

Réquiem por los difuntos

Por Erick González G.

La misa de hoy es por las víctimas de la masacre de Bojayá… 

Oremos… lectura del Libro de Los Hechos del 30 de abril de 2002. 

Ese día, hacia las 11:30 de la mañana, cinco pangas llevaron a un grupo de paramilitares a Bojayá, que no tardó en arengar las normas que iban a imponer por creerse la nueva autoridad. Ese día, el sacerdote Antún Ramos habló con el comandante de los paramilitares y le dijo que por favor se ubicaran en una zona donde no hubiese población civil. Al otro día, llegó Fredy Rendón Herrera, comandante paramilitar conocido como “El Alemán”, quien se reunió con los curas para presentarles su séquito de subalternos y decirles que ellos eran los que iban a manejar esa situación. 

Lectura del Libro de los Hechos del primero de mayo de 2002. 

Ese día eran cerca de 400 personas en la capilla. Por la cantidad comenzaron a racionar los alimentos y el agua. Les dieron prioridad a los niños, a los ancianos y las mujeres embarazadas. Empezaron a orar, mientras que los paramilitares le disparaban a la guerrilla desde atrás de la parroquia. El padre Antún, en un par de ocasiones, salió y les dijo que se fueran de ahí porque estaban poniendo en riesgo a la población civil. 

Pero los paramilitares no se movieron de ahí, porque la guerrilla los triplicaba en número y, además, porque esos combatientes eran jóvenes e inexpertos. 

La noche del primero de mayo durmieron todos en la capilla y en la casa cural. Entonces oraban y trataban de estar activos porque esa noche continuó la balacera. 

“Cuando oigan hablar de guerras y de rumores de guerra, no se alarmen, porque eso tiene que pasar, pero todavía no será el fin”.  

Lectura del Libro de las Lamentaciones del 2 de mayo de 2002. 

Alrededor de las 11 de la mañana, los paramilitares le lanzaron a la guerrilla un rocket, a lo que la guerrilla respondió con una pipeta. Los ‘paras’, como estaban afuera, vieron cuando la pipeta venía en el aire y corrieron; las personas que estaban adentro de la parroquia no se dieron cuenta. Sin oxígeno, ubicaron a los niños, a las mujeres en embarazo y a los ancianos en el altar, y fue justo en ese sitio donde cayó la pipeta. 

“¿Ven esas grandiosas construcciones? Pues no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido”. 

Mucha gente corrió hacia atrás de la iglesia, donde hay una ciénaga, y otros huyeron hacia un corregimiento de nombre La Loma. El padre Antún decidió quedarse porque era su deber como sacerdote, tenía que ayudar a salvar vidas. 

Llevaron heridos a la casa de las monjitas porque ellas tenían conocimientos básicos de medicina. Los paramilitares ayudaron a llevar heridos, pero después se ubicaron detrás de la casa de las hermanitas; es decir, continuaron siendo los escudos humanos de ellos. Por eso volvieron y les dijeron que se fueran de ahí, y en ese momento la guerrilla mandó otra pipeta, por lo que el padre Antún dijo a la comunidad que se fueran de allí, que los iban a matar a todos.

El sacerdote tiene una imagen clara de algo que pasó luego del estallido de la pipeta y de que los paramilitares huyeran. Al lugar llegaron unas guerrilleras que se pusieron a llorar diciendo: “¿Qué hicimos? Matamos civiles”. Varias de ellas, cuando vieron la magnitud de los hechos, se pusieron a vomitar y a llorar maldiciendo la guerra; tal vez varias de ellas eran madres y al ver tantos niños muertos y heridos les afectó. “Perdónalos porque no saben lo que hacen”. 

Tomaron la decisión de irse con los heridos para Vigía del Fuerte. Antún cogió un remo al que le amarró un trapo blanco, y alrededor de 300 personas lo siguieron en fila india, mientras las balas, como si fueran una descarga de timbal, cruzaban cerca de sus temores. El tortuoso Atrato se convirtió en una ambulancia que transportaba más de 100 heridos. 

“Yo siento que Dios nos protegió demasiado a nosotros porque las balas nos pasaban cerca, pero no hirieron a nadie”, dijo el sacerdote. 

En Vigía del Fuerte, los curas, las monjas y la comunidad ayudaron con los alojamientos y la alimentación de varias personas, mientras que los heridos eran atendidos en un hospital. Bojayá había quedado atrás convertido en un rompecabezas de cuerpos inertes. 

Por lo que pasó, la gente cuestionó mucho su fe, pero Antún no, ya que gracias al Señor quedó vivo, porque en el momento en que estalló la pipeta una persona que se puso de pie para ir al baño recibió toda la onda explosiva que lo despedazó. Su cuerpo lo protegió. Ese recuerdo le duele, pero así fue. De todos modos, pese a las circunstancias, cree que la mayoría de la gente conservó la fe en Dios y sentían que Él estaba con ellos. 

“Les dijo Jesús, en verdad les digo que hoy mismo estarán conmigo en el paraíso”. 
Palabra de Dios… Te alabamos, Señor. 

El Señor esté con ustedes… y con su espíritu, pueden ir en paz.