Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Rocío Granja

“Mientras ustedes cierran los ojos y olvidan, nosotros cerramos los ojos y recordamos”

Por: Liseth Nataly Bastidas Chavez

Esta es la consigna de Rocío Granja, líder de Víctimas de Desaparición Forzada en Nariño, quien desde hace 29 años se despidió de su esposo y nunca más volvió a saber de él. Guillermo es otra víctima para evocar en la Semana del Detenido Desaparecido.

El amor de Guillermo y Rocío estaba destinado a dejar huella a través de la historia de sus vidas. Se conocieron en el colegio y en medio de las cartas, los poemas, las esquelas y demás, se fueron enamorando. A sus 17 años, un 5 de abril, se casaron. La Iglesia de la Panadería fue el lugar indicado para este momento mágico, lleno de ilusión, en el que se juraron fidelidad, incondicionalidad y, ante todo, un amor hasta que la muerte los separara.

Ese era el inicio de muchos proyectos. El sueño de formar su hogar se complementó con la llegada de su hija Marcela, quien les trajo la mayor felicidad e ilusión a sus corazones y les reafirmó el sueño de formar un hogar.

El último día

Guillermo Wilmar Riascos se había ido al Ejército buscando mejores oportunidades. Sin embargo, luego de tres años en el Batallón Agustín, de Palmira, rodeado por el miedo en cada viaje hacia Pasto cuando la guerrilla se subía a los buses en busca de militares para matarlos o secuestrarlos, él evaluó su vida, sus prioridades y decidió que el amor por su familia y ver crecer a su hija eran razones suficientes para dar paso a un costado en su carrera militar.

Ese sacrificio de amor duró muy poco, tan solo un mes. Como una trágica jugada del destino, el 23 de noviembre de 1992 se despidió de su hija con un beso y un hasta luego, y ese sería el adiós definitivo a su hogar. Salió por esa puerta para nunca más volver.

Las horas pasaron y Guillermo no llegaba. Entonces Rocío Granja inició el camino en búsqueda de su paradero, un esfuerzo en el que ya completa 29 años.

Un camino desolado

En el desespero por encontrarlo terminó tropezando con la desgracia: siguiendo pistas y buscando rastros y huellas no priorizó su seguridad, y fue víctima de violencia sexual por parte de un integrante de un grupo al margen de la ley.

El dolor superó sus fuerzas, y su cuerpo, pero sobre todo su mente, le pidió un descanso. Entró en una depresión profunda, perdió su ánimo y ella, leal a su ética de normalista, prefirió dejar sus niños de preescolar para no contagiarlos de tristeza.

Ingresó al Hospital Psiquiátrico Perpetuo Socorro de Pasto, pero el amor por su hija de 5 años le permitió conectar la mente con el corazón. Necesitaba volver a enfrentar con gallardía y valentía el camino por Marcela, su pequeña que la necesitaba viva.

Su familia fue el pilar para sostenerse, su escudo de protección. Así continuó su lucha, ocultándole a su hija la verdad por amor, por no cubrirla de esa desesperanza e incertidumbre que solo las familias víctimas de desaparición forzada conocen, protegerla de comentarios mal intencionados, pero, sobre todo, para librarla de que, en su niñez, tuviera que esperar lo que nunca llegaría.

Vivir en medio de la incertidumbre no es fácil. Saber que Guillermo podía aparecer en cualquier momento en la puerta, alentaba sus esperanzas. Pasaron cumpleaños, la primera comunión se su hija, ceremonias de grado, verla pasar de niña a señorita, convertida en esposa y después en mamá, todo eso le tocó vivirlo sola en honor a su recuerdo.

Vivía rota por dentro, aparentando una fortaleza que interiormente no existía, soñando con un regreso o un abrazo. Cuando quería olvidarlo por completo, su hija, le recordaba que ella era fruto de ese amor.

Un liderazgo de amor

Cuando ya era joven Marcela conoció la verdad y no juzgó a su madre, a quien siempre la vio trabajando como profesora de clases particulares o vendiendo comida por las rejas de los colegios. Al contrario, la apoyó y juntas fueron a poner la denuncia para ingresar al Registro Único de Víctimas, formalizar su situación e iniciar el proceso de reparación.

Rocío se percató de que su caso no era el único y que muchas voces lograban más eco y creó la Asociación de Víctimas de Desaparecidos (AVIDES); pocos años después nació la Asociación del Desarrollo Integral para Víctimas (ADIV) para darle cobertura también a las víctimas de violencia sexual, con quienes compartía una historia, un dolor, pero también el ánimo de la recuperación física y emocional.

Juntas emprendieron varios caminos, gritando al mundo que necesitaban respuestas, ¿Dónde están? ¿Qué les pasó? ¿Quiénes se los llevaron?, gritan desde lo más profundo en cada marcha, conversatorio o espacio que les permite alzar la voz por sus seres queridos.

“¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, dicen, mientras sus ojos aún lloran por sus recuerdos. Sin embargo, y a pesar de ver regresar a sus seres queridos con vida es su más grande anhelo, tampoco niegan la realidad.

Con el pasar de los años han contemplado la muerte como una respuesta válida, pero necesitan confirmar que ese ha sido el desenlace, para entonces hacer sus rituales de duelo, tener una tumba donde llorar, saber que su familiar está descansando en paz. Un cierre doloroso, pero necesario para su proceso de búsqueda.

Rocío Granja, junto con sus compañeras, se olvidaron del miedo, hicieron a un lado el temor y viajaron a una zona veredal para hablar con alias Romaña y demás desmovilizados; necesitaban mirar a la cara a los que podrían ser sus victimarios y preguntarles por los suyos.

Sus esperanzas se derrumbaron cuando no les dieron una ubicación específica, una respuesta clara. Sin mayor titubeo les dijeron que muchas de las personas que asesinaron eran lanzadas a los ríos, tiradas a las fosas comunes o desmembradas.

A pesar de ese y otros intentos, a lo largo de estos 29 años Rocío nunca se ha rendido. Se convirtió en la lideresa del amor, en la mujer fuerte, valiente, que pinta murales, grita, canta, actúa, y a pesar de las caídas y momentos difíciles, sigue en pie. Por su esposo, por los hijos de las demás, por los familiares desaparecidos, porque su dolor se convirtió en uno solo con las y los buscadores del país.

Rocío Granja ha conseguido liderar varios proyectos para las víctimas. Busca recursos como buena gestora, para que los emprendimientos de esta población se hagan una realidad.

Desde diferentes espacios como la Mesa de Desaparición Forzada Departamental, la Mesa Municipal de Participación Efectiva de Víctimas y en cada comité o espacio al que asiste alza la voz para que los desaparecidos no queden en el olvido, para que su memoria permanezca y para que llegue la verdad, la justicia, y la reparación.

En la Unidad para las Víctimas encontró un hogar, unos aliados de su causa y una entidad que le ha permitido sanar a través de los diferentes espacios psicosociales, talleres o actividades reparadoras.

La enfermedad ha querido callarla, pero como ella expresa, Dios no la ha abandonado en esa batalla, y le ha renovado las fuerzas porque sabe que su misión aún no termina, que muchas mujeres necesitan ser empoderadas con su testimonio. Necesita ver cumplidos los sueños de las víctimas, hacer realidad sus proyectos para saber que su trabajo no ha sido en vano, pues aún con pedazos rotos por dentro ha tenido la fuerza para reparar los corazones de los demás.

Continuará su trabajo diciéndole al mundo un lema que grita su alma “Mientras ustedes cierran los ojos y olvidan, nosotros cerramos los ojos y recordamos”.