Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Odorico Guerra Salgado

De víctima del conflicto armado a reconocido líder social nacional

Mi vida inició con hermosas adivinanzas que aún recuerdo de mi abuela, adivinanzas que incitaban a seguir trabajando por la construcción de un mejor futuro y de capacitarnos para ser alguien en la vida. Mi madre, hija de palanqueros; y mi padre, hijo de Guajiros; de esa unión nació este Cataquero con ganas de trabajar por la participación de las víctimas de todo el país.

Desde muy niño recuerdo a mis abuelos trabajar en las parcelas donde cultivaban todo tipo de productos que facilitaban la preparación de los alimentos diarios, esas parcelas típicas de las familias humildes de la costa caribe colombiana donde no podía faltar la yuca, el plátano, el ñame, el tomate, el chivo, la gallina, entre otros insumos característicos de nuestra población.

En esas parcelas pasábamos la mayor cantidad de tiempo posible, teníamos un grupo de primos que no perdíamos el tiempo y disfrutábamos de la naturaleza mientras los adultos nos contaban adivinanzas y cuentos bajo la luz de los mechones e intentando conservar el acervo; correteándonos de un lado a otro para que los dejáramos trabajar.

Pero de un momento a otro, la paz y la tranquilidad de nuestro hogar se esfumó, comenzaron a llegar los actores de violencia, dejando parcialmente las tierras y subiendo escalonadamente por las advertencias de los diferentes grupos al margen de la ley y por el reclutamiento forzado de menores. Es entonces cuando las abuelas y las tías nos prohibieron volver y escasamente lográbamos acercarnos en uno que otro fin de semana cuando ellos subían a recoger la cosecha para poder alimentarnos.

Un día la violencia también tocó las puertas de mi hogar: con una escopeta número 12 un paramilitar acabó con la vida de uno de mis hermanos de crianza, una bala en la espalda terminó con los sueños e ilusiones de mi hermano; jamás en mi vida había tocado un cadáver, pero fue en ese momento cuando por primera vez, alcé un cuerpo ensangrentado dejando plasmado uno de los momentos más dolorosos de mi vida para siempre en mi memoria.

Recuerdo tanto ese camioncito que se llevaba a mi hermano y que recorría el pueblo dándole su último adiós, despidiendo a ese ser humano que había compartido tantas historias, tantas anécdotas, tantas alegrías y que un día por una guerra sin sentido nos lo arrebató.

Pero ahí no terminó todo, luego de esa pérdida vinieron 3 más, fue en ese momento cuando la violencia me arrebató a un primo, su padre y a mi tío Genaro, terminando con este último de eliminar a nuestra familia y hundiéndola más en la tristeza, en el dolor, sin darnos permiso ni autorización de poder asimilar los duelos anteriores. Así que nos desplazamos hacia Riohacha e intentamos reconstruir nuestras vidas.

Después de un largo tiempo, me regresé a mi pueblo natal y emprendí la tarea de comenzar a trabajar por las víctimas del conflicto armado.  Así que un día me propusieron trabajar por el Consejo Comunitario Jacobo Pérez Escobar y 4 años después no solo trabajo por mi comunidad, sino que también trabajo por mejorar las condiciones de vida de las víctimas del conflicto armado en el país coordinando la Mesa Nacional de Participación Efectiva de las Víctimas y la Mesa Efectiva de Participación del Magdalena, cargo para el que fui elegido por representantes de todas partes del país. Y sin ninguna otra pretensión, afianzando más la vida política de nuestras víctimas con el apoyo de la Unidad para las Víctimas y de otras instituciones, comenzamos a cambiar el discurso para sentirnos y vivir como sobrevivientes, para orientarnos hacia la acción en pro de mejorar la calidad de vida de las comunidades.