Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Nelson Gustavo Niño

Noventa y ocho años de lucidez y de sanaciones

En el “Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y el Maltrato en la Vejez”, la historia de un campesino que sobrevivió al conflicto armado, que dedicó gran parte de su vida a atender enfermos y que, a sus casi cien años, conserva una portentosa lucidez mental.

Por: César A. Marín. C.

A la familia de Nelson Gustavo Niño se le ha atravesado la guerra desde antes que Colombia fuera Colombia. La bisabuela de este boyacense, Ana Cleotilde Niño, fue anfitriona del ejército libertador comandado por Simón Bolívar, a mediados de 1819, cuando después de pasar por el páramo de Pisba un grupo de soldados arribó a la vivienda de la familia. 

 Don Nelson, que ha cumplido 98 años, creció en la vereda Chipa Viejo de Socotá. Cuando era pequeño, su abuela Elbia Tila le contó que su madre, la bisabuela de don Nelson, de nombre Ana Cleotilde, recibió una noche en su casa a Simón Bolívar y a sus tropas, en lo que para muchos es la hazaña más osada del Libertador.

“Me dijo mi abuela que mi bisabuela vivía en Quebradas, jurisdicción de Socotá, a orillas del río Arzobispo, y que allí llegaron entre la última semana de junio y la primera de julio de 1819 las tropas. Venían bastante cansados, harapientos y emparamados, porque acababan de atravesar el páramo de Pisba. Allí armaron una parranda en la que mi bisabuela hasta bailó con Bolívar y después descansaron esa noche”, cuenta don Nelson.

Desde primaria, cualquier colombiano sabe que esa hazaña fue para alcanzar a las tropas realistas, a las cuales combatieron en el Pantano de Vargas, hace ya 200 años.

Con el tiempo, otro tipo de guerra se cruzaría en la vida de don Nelson.   

“En el campo, cuando era niño, cuidaba bestias que eran de mi padre, jugaba con los animales, los ayudaba a amansar y vendíamos las crías a 60 pesos”, recuerda. No fue a la escuela, pero su padre le enseñó a sumar, restar y escribir. “Él compró una piedra de mármol, la arregló y la convirtió en una pizarra, y fue como una especie de profesor de primaria. Eso me sirvió mucho en la vida”, asegura. Los recuerdos familiares se transmitían oralmente, de generación en generación.

Un amor eterno

En 1942 se casó con Blanca Helena Niño, esposa, amiga, madre de sus siete hijos y compañera de vida. “Éramos primos como en segundo grado y nos enamoramos; con ella viví 63 años y fue una buena mujer, muy trabajadora, buena mamá, adoraba a sus hijos. Murió de un infarto en el año 2005, aún la recuerdo y no la he dejado de querer”, dice con nostalgia.

Hacia 1955 y por 1.100 pesos de la época, don Nelson compró la finca La Faltriquera. Allí cultivaban principalmente arveja y tenía ganado, caballos, cerdos y ovejas. “Vendiendo los productos subsistíamos y criábamos a los hijos”, indica.

Además de ocuparse de las labores del campo, se desempeñaba como curandero de la región e incluso fungió algún tiempo como inspector de policía en un par de veredas. “Yo trataba a los enfermos con plantas medicinales, aplicaba inyecciones, les hacía remedios y, por lo general, se curaban”, señala con orgullo.

En la década de 1970, la familia entera se trasladó a Bogotá para que los hijos estudiaran. Consiguió trabajo como almacenista en una empresa constructora y se convirtió en el curandero del barrio donde llegaron a vivir, eso sí, sin descuidar La Faltriquera. Con los ahorros se compró un lote y logró su casa. Sin embargo, el amor por la tierra y el campo los llevó a regresar a Socotá antes de que llegaran los años ochenta.

La tragedia

A finales del siglo XX el conflicto armado azotaba el país y la violencia que antes había conocido de oídas o presenciado sin que le afectara directamente se ensañó con su familia.

En 1992, Domingo, uno de sus hijos, fue desaparecido por parte de la guerrilla. Según le contarían después, a Domingo se lo habrían llevado de Chipa Viejo, y a unas tres horas de camino lo amarraron a un árbol siete días, sin darle de comer ni beber. “Luego lo fusilaron. Su cuerpo nunca lo entregaron, aún permanece desaparecido”, explica don Nelson, que por entonces rondaba los 70 años, y agrega que Domingo era un hijo obediente y respetuoso con sus padres y sus hermanos. Cree que lo mataron porque años atrás había prestado el servicio militar obligatorio.

Tiempo después de la desaparición de Domingo, una persona le aseguró que la guerrilla quería matarlo a él también y una noche arrancó junto con su esposa para Bogotá.

En la capital apareció un cliente interesado en comprar La Faltriquera. “La compré en los años 50 en 1.100 pesos y en 1996 la regalé por cinco millones. Me dolió mucho venderla, porque la trabajé y gracias a ella subsistimos durante casi 40 años, pero no iba a exponer la seguridad mía y la de mi familia. Sé que la vendí muy barata. Lo que hice fue prácticamente regalarla, pero la verdad en ese momento no quería saber nada de Socotá y toda la región por lo que nos había ocurrido”, afirma con nostalgia.

Hace unos años don Nelson recibió la indemnización administrativa que otorga el Estado a las víctimas del conflicto armado.

La vejez

En la actualidad, pasa sus días en compañía de algunos de sus hijos y nietos, y aún lee juiciosamente a su autor preferido sobre medicina natural, Carlos Kózel. Aunque ya no atiende pacientes, toda vez que le aqueja un dolor del nervio ciático, sí formula o recomienda sus plantas medicinales cuando algún amigo o vecino le consulta. Incluso, con orgullo cuenta que “hace como ocho meses me encontré con un vecino y me contó que le habían diagnosticado cáncer, a lo cual le dije: ‘consiga la planta llamada cola de caballo, la hierve en agua y se la toma una hora antes de cada comida, durante 15 días’; pasado un tiempo mi hija me comentó que ese vecino me había mandado saludes y las gracias, porque se había curado”, asegura.

Y a esos dones de curación y sanación que ha conservado hasta la vejez, se suma la portentosa memoria. Cuando alguien le pregunta sobre el poder de curación de las plantas, recita sin dudar: “El diente de león sirve para purificar la sangre, la salvia prolonga la vida, el ajo sirve para la circulación de la sangre y el llantén para las enfermedades de la vejiga…”.

Don Nelson pertenece a una generación que ha sufrido lo peor de la violencia de nuestra historia reciente; a una generación que con esperanza, pero también con dudas, se pregunta si los nietos de hoy se sacudirán la costumbre de la guerra antes de llegar a viejos.