Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Héctor Andrés Rueda*

El santandereano que extiende su bondad hasta Canadá

Héctor Andrés Rueda* nació hace cerca de 70 años en Bucaramanga, fue el tercero de cuatro hermanos y a los cinco años y buscando un futuro mejor, su padre se llevó a toda la familia para Bogotá. 

Ya en la capital estudió en la escuela de la ETB mientras vivían en el barrio San Fernando, luego, hizo el bachillerato en el Colegio Mayor de San Bartolomé, a cargo de Jesuitas. Se casó muy joven e intentó estudiar mercadotecnia en la Universidad Jorge Tadeo Lozano donde cursó cuatro semestres. Posteriormente, estudió una tecnología en el Sena y se dedicó a las ventas. Se independizó y montó tres o cuatro negocios, en algunos le fue mal y en otros relativamente bien, pero siguió adelante.  

Para 1990 decidió montar una agencia de viajes, al tiempo que su esposa Adriana* laboraba en una entidad del Distrito. En cumplimiento de sus funciones Adriana le negó la licencia de funcionamiento a un instituto educativo que funcionaba en el centro capitalino porque no presentaban la documentación completa.  

Para 1997 ella se enteró que ese supuesto centro educativo era solo una fachada y lo que allí hacían era reclutar niños para las Farc. A raíz de eso comenzaron a recibir amenazas y a su esposa le fue asignado un policía como esquema de seguridad que la acompañaba de la casa al trabajo y viceversa. 

Con el paso del tiempo, las intimidaciones se trasladaron también a su agencia de viajes a donde le llegaban panfletos amenazantes y fotografías de sus hijos. Como la situación se hizo insostenible, en 2003 finalmente habló con su familia y decidieron irse para Canadá, inicialmente en compañía de su hijo mayor, pero “en ese momento fue muy duro porque no sabía cuándo volvería a ver a mi esposa y mis hijas”, afirma. 

Una vida nueva

Llegaron a Miami, luego a Nueva York y posteriormente se trasladaron a Búfalo, en la frontera entre EE.UU. y Canadá y con las pruebas documentadas que llevaba sobre las amenazas el gobierno canadiense, que tiene un programa de protección para refugiados, los acogió en calidad de refugiados. 

Arribaron a un mundo nuevo, una cosa completamente distinta para él, pero dice que nunca se sintió desamparado: “Llegamos acá, a Toronto en la provincia de Ontario y nos adaptamos muy fácilmente”. 

Lego de llegar y dentro del plan de acogida que les dio el gobierno canadiense se les asignó un abogado gratuito, se inició un proceso en la Corte y a los seis meses los contactaron para continuar con el proceso, finalmente fueron bienvenidos por el Estado canadiense y recibieron la residencia definitiva para él y su hijo mayor. La alegría en ese momento los embargó en un solo abrazo. 

A partir de ese momento inició el proceso de reunificación familiar para llevar a Adriana y a sus dos hijas menores. Les asignaron una Trabajadora Social que estaba pendiente de ellos, les nombraron una especie de orientador que los guiara y les mostrara la ciudad y cómo moverse en ella, por lo que los inscribió en un curso para aprender inglés, el cual es obligatorio, además les facilitaría su estadía en ese nuevo mundo. “A la vez recibíamos un auxilio económico para mantenernos y teníamos una especie de banco de comida gratuita. Igual acá uno recién llegado tiene que cambiar la mentalidad y la forma de ver la vida. Acá todo es muy distinto”, dice Héctor Andrés. 

Entonces todo el primer año transcurrió estudiando inglés. Luego, presentó su hoja de vida a varias agencias de viajes y al cabo de dos semanas ya tenía trabajo en una de ellas. Lo emplearon para que manejara el programa de reservas aéreas porque necesitaban una persona que también hablara español. 

Para 2007 llegaron su esposa y sus dos hijas menores ya con la residencia canadiense aprobada, por lo que en la agencia de viajes trabajó hasta cerca de 2011. Su hijo mayor, que llegó a Canadá como ingeniero electrónico y que trabaja en una multinacional japonesa, ya tiene dos hijas; la que le sigue es administradora de empresas e hizo allá una especialización, es propietaria junto con su esposo mexicano de una empresa y la menor, que había comenzado una carrera de Antropología en Bogotá, decidió terminar sus estudios en Canadá, en la actualidad se encuentra en Portugal haciendo un doctorado. 

Entre ayudas y recuerdos

En 2016 recibió de parte de la Unidad para las Víctimas su indemnización administrativa y en la actualidad Héctor Andrés recibe una ayuda económica que le da el gobierno a las personas mayores de 65 años a las que denominan retirado senior. “Cuando uno llega a esa edad el gobierno canadiense lo invita a uno a que presente unos documentos para poder acceder a unos beneficios mensuales, equivale más o menos a lo que es la pensión en Colombia”, explica. 

La vida de hoy para Héctor Andrés transcurre diariamente con una visita al lago Ontario y se reúne con un grupo de amigos colombianos para compartir un café. Integra una asociación de colombianos en Canadá a la cual están afiliados cerca de 30 compatriotas que viven en la provincia de Ontario, entre ellas, algunas víctimas del conflicto armado colombiano. La asociación tiene como objeto ayudar y orientar a los colombianos recién llegados o que ya habiten en esa región canadiense en temas legales, de salud, etc. “Todo lo que pueda necesitar un migrante”, dice. 

Extraña mucho Colombia, pero cree que el haber emigrado a Canadá “ha sido una de las mejores decisiones que he podido tomar en mi vida. Al principio fue algo duro porque la separación y la incertidumbre son muy tenaces, pero esto es un gran vividero. Además, tengo una particularidad que es la de adaptarme rápidamente ante los nuevos retos” y agrega que está gratamente satisfecho puesto que el servicio de salud y la educación escolar son gratuitos para los refugiados. “A mí, por ser senior, no me cobran las cirugías ni nada. Es cierto que la patria jala y la familia jala, pero yo acá vivo muy amañado”. 

Otro aspecto que le ha ayudado a su bienestar en Canadá es que Héctor Andrés es muy sociable y le gusta hacer nuevos amigos, no le gusta la monotonía y le agrada conocer nuevos sabores en la comida. “Uno anhela regresar pronto, pero con el tiempo se va afianzando al nuevo entorno y, al comparar, observo una gran ventaja en este país que me recibió y que me ha tratado muy bien”, concluye con un aire de tranquilidad.  

*Nombres cambiados 

 

(Fin/CMC/PVR)