Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Eva Chaverra de Ledezma

Eva halló a su hijo desaparecido, pero nadie le ha pedido perdón

“¡Ay, mi madre Eva Chaverra! ¡Ay, mis hijos! ¿Por qué me hacen esto?” Esas fueron las últimas palabras que pronunció Gilberto Ledezma Chaverra minutos antes de ser asesinado, junto a su ayudante, el 9 de junio de 2009, por las extintas FARC.  

Tenía 48 años y tres hijos. Su madre, Eva Chaverra, recuerda que el día anterior, como era habitual, Gilberto pasó en moto a saludarle y tomar su acostumbrada aromática. Como si de una premonición se tratara, su hijo le dijo: ¡Ay, mamá, si Dios quisiera, yo nunca me separaría de usted!” 

Gilberto estudió hasta segundo año de derecho y suspendió la carrera para dedicarse al comercio. Inicialmente vendía mercancía en Quibdó, pero luego comenzó a distribuir madera que compraba en las orillas del río Atrato y vendía en Medellín, con la ayuda de un muchacho conocido como “El Paisita”. 

El día de su desaparición, Gilberto no pasó por la casa de Eva porque lo habían citado muy de madrugada para negociar una madera cerca del chocoano corregimiento El Jaguo. “Esa citación fue una trampa. A ellos los citaron allí fue para robarles la madera, el dinero que llevaban. Y luego los mataron”, afirma Eva. 

Ocho días después en Quibdó comenzó a correr el rumor de que habían matado a Gilberto y a “El Paisita”. “Fui a la Fiscalía, a la Defensoría, al DAS y, la verdad, nunca hicieron nada. Trámites y trámites y nada de nada y así pasaron algunos años. Gilberto y yo teníamos una relación íntima, entre los dos nunca hubo un secreto. Él era súper consentidor conmigo”, recuerda su madre. 

Ocho años de martirio 

Aunque Eva guardaba pocas esperanzas de que estuviera vivo, quería saber dónde estaban los restos de su hijo y que se los entregaran para darles cristiana sepultura. Se encomendó al Espíritu Santo, como lo hizo también durante la recuperación de un preinfarto que sufrió por la angustia de no saber el paradero de Gilberto. 

Mientras el dolor carcomía a Eva, en 2016 el Gobierno nacional cerraba en La Habana (Cuba) un proceso de paz con las FARC-EP. 

Por entonces, el obispo emérito de Quibdó, monseñor Fidel León Cadavid Marín, expuso el caso de la desaparición de Gilberto, gestión que dio resultados porque, pasado un tiempo, la mujer recibió una llamada del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR): tenían las coordenadas donde posiblemente estaba la fosa con los restos de los dos hombres. “Fue el 2 de junio de 2017. Recuerdo que estaba regando las plantas cuando me llamaron. Casi me desmayo, sentí que el corazón se me paralizaba”, afirma Eva. 

La llamada cerró con la invitación a asistir a la excavación que se produciría dos días después en el lugar de las coordenadas. El 4 de junio, de madrugada, en tres embarcaciones, Eva, uno de los hijos de Gilberto, el inspector de Policía y miembros del CICR se dirigieron al corregimiento Río Munguidó. 

Una vez allí, no vieron señales de tierra removida u otros indicios que permitieran ubicar la fosa. Pasado un rato, al lado de un árbol, Eva tuvo una corazonada. “Creo que aquí es”. El equipo comenzó a cavar. 

Habían excavado cerca de metro y medio cuando encontraron un rosario. Tan pronto lo vio, la mujer supo que allí estaban los restos de Gilberto. A su lado, estaban también los de “El Paisita”. 

La Fiscalía llevó los dos cuerpos a Medellín. Posteriormente, a Eva le hicieron una prueba de ADN. Diez meses después, el 24 de abril de 2018, recibió los restos de Gilberto para darle, por fin, la cristiana sepultura que ella quería para su hijo. 

Hoy, con 91 años y una mente lúcida, dice que nadie le ha pedido perdón y, aun así, como católica practicante, perdonó porque en su alma y corazón no hay espacio para el rencor. 

El milagro de la vida 

Sin saberlo, la señora Eva se había preparado para ese perdón durante décadas que dedicó a la partería y que la sensibilizaron aún más sobre el verdadero valor de la vida. 

Con 20 años llegó a trabajar a la casa de familia de un médico en El Carmen de Atrato. Allí comenzó a hacer sus primeros pinos como ayudante de enfermería. Después trabajó en el hospital San Francisco de Asís, en el centro de salud del Niño Jesús y el Club de Leones de Quibdó. Se fue para Bagadó y luego al corregimiento Las Mercedes, donde se formó como auxiliar de enfermería mediante un curso en el Sena de Medellín. 

Se marchó a Beté y pasó en Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, 21 años. Se salvó de la masacre de Bojayá en mayo de 2002 porque dos meses antes había decidido regresar a Quibdó para pensionarse. 

Eva calcula que ha atendido alrededor de 1.000 partos en puestos de salud y en viviendas, principalmente de campesinas. También supervisó a promotoras de salud cuyo radio de cobertura, en su mayoría, eran lugares ubicados en la ribera del Atrato o en sus ríos y caños afluentes, sitios que visitaba sola en una pequeña embarcación. 

Por uno de los guerrilleros que estaba presente el día que retuvieron y asesinaron a Gilberto y a El Paisita, y a quien Eva había vacunado años atrás como auxiliar de enfermería, se enteró tiempo después de que su hijo, instantes antes de ser asesinado, había dicho: “¡Ay, mi madre Eva Chaverra! ¡Ay, mis hijos! ¿Por qué me hacen esto?” 

(Fin/CMC/COG)