Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Damiana Torres Bellaisacc

La partera del amor

Por:Willyam Peña Gutiérrez.

La noche en el que Damiana comprobó que salvar una vida era más importante que el dolor de una traición, también entendió que perdonar es el equivalente a la paz.   

“Buscar la paz es demostrar un amor profundo por el prójimo”, asegura.   

Para entonces, principios del Siglo XXI, ya había sufrido el primer desplazamiento forzado de la región del Bajo Calima, en Buenaventura. Esa noche, siendo la única partera del barrio Lleras en Buenaventura, asistió el alumbramiento de la amante de su esposo. Lo hizo porque su corazón es puro o “muy lindo” como ella prefiere llamarlo.  

“Yo sé que si yo hubiera sido la que iba a tener el muchacho, ella no me hubiera ayudado; tenía rabia, pero la salvé a ella y al niño”, comenta.  

Tal vez por esos sentimientos encontrados es de los pocos casos que recuerda Damiana Torres Bellaisacc. Dice que fueron más de 100 nacimientos que pasaron por sus manos en oscuras noches de guerra, de muertes y de dolor. Sus partos, 15 en total, también los autoasistió. “Yo misma recibía los niños. Cuando mi esposo llegaba a la casa, yo le decía: ahí está su hija. Tuve así ocho de mis hijos”, asegura. 

Salvar vidas 

Perteneció a la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (Asoparupa), organización que lideró el proceso para que el 7 de octubre de 2016 el oficio que heredó de su madre fuera incluido en la lista representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, del ámbito nacional, a los Saberes Asociados a la Partería Afro del Pacífico. 

“Me gustaba salvar vidas porque cuando uno salva vidas, otro le salva la de uno”, afirma.  

Salvar vidas en medio del conflicto, en medio de una guerra que a ella le cuesta entender y que se niega a recordar a sus 75 años de edad. No sabe o quizás prefiere olvidarlo, si fueron los paramilitares o la guerrilla; pero en otra de esas noches en las que luchó contra la muerte tuvo que correr en medio de las balas y estallidos de bombas para salvar su vida, la de su esposo y algunos de sus hijos. Un hijo en la mano y el otro en el vientre. Correr sin mirar atrás fue la consigna y esa ha sido desde entonces un estilo de vida: “atrás ni para coger impulso”.  

 “Mataron a tres, un primo que llamaba Nelson, y nosotros tuvimos que salir huyendo a la una de la mañana, corriendo por encima de los cadáveres”. 

Huyendo de la violencia del Bajo Calima, se refugió en el barrio Lleras, un sector popular de la comuna tres del “Distrito Especial, Industrial, Portuario, Biodiverso y Ecoturístico de Buenaventura”, el nombre oficial de esa bella tierra del Pacífico que para Damiana como para muchos de sus habitantes es en realidad “una puerto sin ciudad, o una ciudad sin puerto”, y en donde la violencia también la perturbó.  

“No sé por qué, pero me quitaron dos casitas que habíamos construido con mi esposo”, recuerda. 

Secretos del oro 

Trabajó vendiendo mazamorra, refrescos y tamales. Desplazada de nuevo, se reubicó en el barrio Cabal Pombo. Hombro a hombro y palmo a palmo, así trabajaba con su marido, enseñanza que le dejaron la abuela Victoriana y la bisabuela Claudia, en su natal López de Micay, Cauca. “Ellas me decían cuando tenga los hijos, hay que estar al lado del hombre, ayudarle”.  De ellas, además aprendió el más grande secreto de la minería del oro: “el oro no puede ver la persona de mal corazón. El oro tiene vida. Él se va si uno está de mal corazón”, resalta.   

Inmersa en ese Pacífico de contrastes, y en un puerto con una población en un 87% reconocida afrodescendiente, Damiana es parte de esa etnia que sufre, que llora y que ha sido violentada; pero que defiende con valor social, con cultura y con música sus manifestaciones ancestrales. 

 “El Pacífico es una rumba sabrosa”, así lo describe y prefiriere recordarlo.  

Integró el grupo de danzas Nadie Como Yo. Disfrutaba de la música, de la interpretación de la marimba, la tambora y el guasá. Un arte que aprendió desde niña. “Mi papá y mamá me enseñaron a tocar y bailar el currulao y el bambuco”.  

Enseñar currulao, un sueño 

Y para dejar constancia de su talento ancestral y de esa condición que se lleva en la sangre africana, entona con esa potente y desgarrada voz de cantaora un estribillo de los cientos de cantos del Pacífico: “de los pescados del agua, la mojarra y el bocó, oooh a mí me gusta mi camarón y mí me gusta mi camarón”. 

A Buenaventura y López de Micay, los extraña. A su Pacífico lo lleva en las venas, en alma y en la piel. Pero contra esa cruel guerra que le arrebató familia, amigos y hasta su tierra, lucha en su mente por borrarla; prefiere entonces no recordarla y tal vez por eso resolvió que jamás retornará.   

“Me gusta Ibagué, por lo tranquilo, y no quisiera volver a Buenaventura”, afirma.  

Vive en el barrio Minuto de Dios de la comuna nueve en Ibagué, un sector deprimido. Allí desde hace cinco años pasas sus días a lado de uno de sus hijos que sufre un cuadro de esquizofrenia por un golpe en una de esas noches cuando le huían a la muerte. Desde entonces en esta ciudad ha recibido atención psicosocial y el pago de la ayuda humanitaria. Por su edad y condición de salud está en la ruta priorizada para recibir la reparación económica por parte de la Unidad para las Víctimas. Con estos recursos y la ayuda del Gobierno quiere comprar una casa, pero su anhelo inmediato es enseñar a bailar el currulao a los niños, niñas y personas de la tercera de edad de esta tierra sanjuanera y para ello tiene una petición especial.  

“Que me ayuden a comprar un baflecito para enseñarles a bailar currulao, porque aquí la gente quiere aprender pero no saben”, puntualiza. 

Damiana hace parte de 1.135.605 víctimas afro a las que la violencia colombiana ha marcado para siempre. Ella como toda su raza siente que han sido maltratados y muchas veces discriminados. Hoy en el día de la Afrocolombianidad cuenta su historia como un mensaje por la dignificación y la ratificación de que hace 170 años se abolió en este país la esclavitud para su etnia.  

(FIN/WPG/COG)