Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Alejandra Hernández y Ferley Moreno

“Del reclutamiento sí se puede salir adelante”

En el Día de la Mano Roja, propuesta internacional contra el reclutamiento forzado de niñas, niños y adolescentes, Alejandra Hernández y Ferley Moreno cuentan la historia de su reclutamiento desde los 9 y 12 años, respectivamente, por parte de la guerrilla y los paramilitares, y su superación gracias al arte y a la educación.  

Por Erick González G.

Mi nombre es Ferley Moreno, tengo 36 años, y fui víctima de reclutamiento forzado por parte de las AUC. Vengo de una familia campesina y vivía con mis padres y dos hermanos cuando a los seis años, la guerrilla de las Farc nos mató una hermana de 10 años, ¿que cuándo?, fue en 1990, y ellos llegaron al pueblo para atacar una patrulla de la policía, acto en el que mataron a varios civiles que estaban en el parque de Santa Rosa, sur de Bolívar, y ahí fue donde asesinaron a mi hermana y a otros civiles que estaban ahí. No, no fue contra ellos, es que quedaron en medio del fuego cruzado… entonces esto obligó a mi padre a internarnos más hacia la zona rural, y nos fuimos a cuidar una finca, en la que mi papá buscaba borrar ese hecho victimizante que había pasado con mi hermana.

Mi nombre es Alejandra Hernández, tengo 29 años y fui víctima de reclutamiento a los 9 años, pero de las Farc. Sí, yo soy de acá de Bogotá… vivíamos en Fontibón, con tres hermanos, pero nos fuimos de vacaciones adonde un tío, a Guamal, en el Meta, en la vereda de Montecristo. Como mi mamá se quedó sin trabajo le ofrecieron un trabajo en la escuela de Sierra Morena y nos fuimos a vivir para allá. En ese entonces la guerrilla pasaba con sus armas por la finca todos los días, pero nos decían que ellos eran cazadores, bueno en ese tiempo tampoco entendía qué era guerrilla ¿me entiende?

A mi papá le gustaba sembrar mucha yuca y plátano; por allá también había cultivo de coca y pues él también la sembraba, y así pasaron mis años, sí claro, sin ir a la escuela porque se dificultaba asistir, ya que estaba en una vereda lejana y los profesores casi no podían subir a dictar clase y la escuela quedaba a dos o tres horas… entonces era difícil enfocarnos en el estudio, por eso ayudábamos a mi papá en las labores del campo.

Un día mi mamá se fue por la remesa de la escuela un sábado, y ellos llegan a mi casa, pues como ellos se quedaban en las casas o comían en las casas de la gente, pues ya eran conocidos realmente, eran como cualquier vecino que pasaba por ahí, y ese día ellos llegan y me dicen: “vamos, que su mamá la está esperando allí”.  No, no fui la única ese día, yo fui como la penúltima porque ya venían con más niños, así me reclutaron con otros 14.

Había cumplido los 12 años, cuando a la vereda llegó el Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia, y pues a mi papá le exigían una vacuna por la finca. La finca no era de él, pero de todas maneras querían obligarlo a pagarla, y como no tenía para pagar esa exigencia llegaron una noche y dijeron que teníamos que aportar con algo a la causa, y ese aporte era que se querían llevar a mi hermana de 14 años, pues porque decían que ella tenía las condiciones para conformar este grupo armado… mi hermana solo se escondía detrás de mi madre, entonces ahí fue cuando yo tomé la decisión: que si querían que me llevaran a mí, entonces me llevaron. No recuerdo muy bien la fecha, pero era 1998 o 99.

Los trabajos forzados

Fueron ocho horas terribles de caminata, porque yo solo tenía una pantaloneta a cuadros, un esqueletico y las chanclas que se usan en el campo. Las ramas me cortaban, fue tenaz. Cuando llegamos al campamento estaban en asamblea general leyendo el reglamento. El comandante nos dijo que a partir de ese momento hacíamos parte del frente 31 de las Farc. Nos dieron Frutiño y al otro día nos levantaron muy a las 4:30. Me dieron desayuno, un jean negro, una camiseta negra, una reata, una pistola, dos proveedores y una granada; esa era mi dotación y yo tenía que cuidar eso como mi vida, es decir, esa era mi vida. Ya después del entrenamiento me dieron un AK47, con pecheras, proveedores, puñaleta, machete y dos granadas.

Ese día no me llevaron, sino que volvieron nuevamente al otro día, tarde en la noche, como tipo 11 o 12 de la noche, me montaron en una camioneta carpada y no sé qué rumbo tomó. No iba solo, iban varias personas: niños, jóvenes y hombres mayores reclutados. Iban como que de finca en finca recogiendo gente. Después supe que llegamos a un sitio que llamaban San Blas, sur de Bolívar, que era un corregimiento de Simití. Allí tenían una escuela de entrenamiento militar y el entrenamiento de contraguerrilla. Allí permanecimos la mayoría de tiempo. Nos bajaron de la camioneta, nos pusieron a hacer fila y éramos, no sé, como unos 40 o 60. Lo primero que nos entregaron fue el camuflado, una camiseta y botas. Después nos dieron las instrucciones para el manejo de armas. No, nos daban las mismas armas a todos. A mí me enseñaron el Galil 5.56, el revólver y la granada de mano. Había otras armas como el lanzagranadas MGL, para personas con más experiencia, y las M-60, que se las entregaban a los más corpulentos.

¿El día a día? Te levantabas a las 4:30 de la mañana. De 4:30 a 5:00 tenías que recoger tu equipo, la caleta, que no es como una caleta de escondite, sino que es lo que aquí se llama el cambuche, recoges el plástico, el toldillo, la carpa. Uno se arregla, las botas, la pechera, el equipo, se cepilla, y a las 5:00 tiene que estar en formación. Comunican las novedades de lo que pasó en la noche, y hacia las 6:00 el desayuno, que normalmente era chocolate con leche, ‘cancharina’ y un pedazo de carne. A las 8:00 es la primera formación en la que el oficial de servicio distribuye los oficios que cada uno debe hacer: la ‘rancha’, que es la comida, la exploración, ver los huecos de basura, cortar leña, cargarla, lavar las ollas, ayudarle al ranchero… eso dependía de del oficio que lo mandaran a hacer.

La alimentación en el bloque paramilitar en su mayoría era enlatados y granos, lentejas, arverjas y el arroz que no falta. El desayuno siempre era una arepa y su chocolate o las “fritas”, que eran arepas de maíz, o un pedazo de salchichón frito. Mientras que la comida era, digamos, una arepa con un pedazo de carne. Todo era según la circunstancia.

Eran tres meses de entrenamiento, y cuando estabas en entrenamiento te levantabas a las cuatro de la mañana. A la mayoría muchas veces los mandaban a la Uribe o a otra parte a hacer el entrenamiento. A nosotros nos hicieron el entrenamiento ahí mismo porque necesitaban rápidamente combatientes. Nos enseñaron a desarmar y armar un fusil, su limpieza, a remolcar, a armar el ‘economato’, que pesaba 4 o 5 arrobas. Nos enseñaban todo lo que tiene que aprender un guerrillero normalmente.

El entrenamiento duraba 25 días y de ahí se salía a las zonas de combate. En los entrenamientos le miraban a uno la habilidad que uno tuviera, y yo quedé en un grupo de contraguerrilla. La labor consistía en rescatar puntos específicos que tenía la guerrilla, y si la guerrilla estaba en un filo estratégico, allá llegábamos nosotros. Primero, durábamos tres o cuatro días caminando, y al llegar al lugar del asalto acordonábamos la zona, y detrás de nosotros llegaba un grupo que se desplegaba y hacía el control del territorio a lugar. Éramos los primeros que ingresábamos a la zona y entrábamos en confrontación con el grupo guerrillero.

El terror

Imagínese que los golpes más duros fueron los primeros: a los ocho días de llegar al campamento, me mandaron a lo que se llama una exploración, que es digamos ir del campamento al caserío en una comisión chiquitita, para ver si ha pasado el Ejército o para ver qué ha pasado de raro por ahí… y ese día, el comandante de la exploración que iba conmigo, junto con tres hombres más, abusó de mí… y me dijo que si le contaba al comandante del frente pues me mataba, que él sabía dónde vivía mi familia y que podía matar a mi mamá. Como la ropa quedó llena de sangre, él dijo: “Entierren esa mierda”. Nadie sospechó nada… obviamente pues yo estaba con ese miedo de que alguien se fuera enterar.

¿Sabe? Desde la primera misión la sensación era de miedo, porque siempre le decían a uno que se despertaba y salía, pero no sabía si regresaba… entonces la sensación siempre fue miedo y más que yo era una persona muy, muy tranquila y evitaba las peleas o confrontaciones entre amigos o familiares… lleva uno el miedo encima y con el miedo de no poder volver a casa o volver a ver a los padres.

Pues en el primer combate me oriné, porque el primer combate fue en la Loma de San Juan… fue al mes de haber sido reclutada, y ese día mataron al comandante del frente donde yo estaba, el comandante “Enrique”, ese día mataron a mucha gente, y pues era la primera vez que yo veía sangre y pedazos de manos, de brazos… no puedo explicar que sentí, no se puede explicar con palabras, pero fue mucho miedo. Esa vez no fue una misión, sino que nos llamaron de refuerzo. Pero le digo que cuando usted está en un combate hay algo que invade su cuerpo… es como una defensa mecánica que usted no piensa en si voy a morir o qué tengo que hacer… el cuerpo automáticamente reacciona y lo que hace es defenderse disparando, lanzando una granada; todas esas cosas que pasan en un combate.

Sí había mujeres en el bloque, pero eran muy escasas, estaban en las bases, prácticamente eran las mujeres de los comandantes, de los “financieros”, pero si se quería tener una relación formal con alguna mujer, tanto el hombre como la mujer tenían que pagar una especie de multa y pagaban solo una vez. Yo no tuve ninguna relación mientras estuve en el bloque. A veces sí se usaban a mujeres para hacer inteligencia, entonces iban a los pueblos y se hacían pasar por prostitutas o cocinera o como “raspachines” en los cultivos de coca para obtener información.

A los ocho meses del reclutamiento, yo me consigo un socio, que es como un marido, solo que allá se le dice socio, era un comandante de escuadra… él tenía como 30 años y yo 9… él fue el que se acercó y me lo propuso… y pues yo me decía que cuando fuera a estar con él que no iba a poder, porque me iba a doler e iba a sangrar como cuando me abusaron, entonces yo le conté a una muchacha que fue como mi mamá en la guerrilla que me daba miedo tener relaciones, “¿que por qué?” ella me preguntó, entonces yo le conté lo que me pasó… ella me llevó automáticamente donde el comandante del frente y él les hizo un consejo de guerra a las personas que me hicieron eso, porque en el frente donde yo estaba era prohibido violar las mujeres… a uno solo le dieron fusilamiento a los otros le dieron sanción. ¿Qué por qué se salvaron del fusilamiento? En el consejo de guerra el nivel de sanción depende de cómo es usted en el grupo, si usted es buena gente con sus compañeros la gente va a votar para que sea una sanción leve, pero si usted es una porquería eligen un castigo fuerte. Aún no entiendo cómo no los fusilaron. Ahí pues empiezo a tener relaciones no normalmente, pero sí después ya tengo relaciones sexuales con esa persona, con el socio… los dos pedimos permiso… allá no se paga nada y ni a uno le pagan nada… allá te acercas al comandante y pides un permiso para asociarte… y sí, yo creo que él era como una figura paterna para mí.

Entre sustos y pérdidas y engaños

Una vez fui herido en combate, en una pierna, y ese día yo pensé que no salía de ahí… fue una confrontación durísima… nosotros éramos como 50 o 60 hombres y ellos pasaban de 100… se sentía la ventaja que ellos tenían… pensaba que me iba a quedar ahí tirado, pero me recogieron los compañeros… es que fuimos sorprendidos a veces, pero casi siempre íbamos a la ofensiva por la misionalidad que teníamos.

En El Castillo, en el Meta, para un 7 de diciembre tuvimos un enfrentamiento con los paramilitares y mataron muchos, muchos guerrilleros… no sabíamos contra qué bloque, porque nooo, eso nunca se sabe contra quién se está enfrentando. En el enfrentamiento el comandante me tuvo que enterrar en un hueco pequeñito, y ahí es donde uno dice que el cuerpo puede hacer muchas cosas… me taparon con hojas y me dijo: ”Tranquila, que yo vengo por usted”, y él se fue… yo estaba ahí quieta, quieta, ya que a mí me inculcaron algo y es que si el Ejército lo capturaba había opción de vida, pero si los paramilitares lo capturaban lo descuartizaban, lo picaban o simplemente lo mataban o sea era muerte fija, y lo mismo un paramilitar con un guerrillero… o sea, esos dos bandos era algo que se mataban sí o sí, y se mataban de forma muy feas… la tortura era muy fuerte tanto para los guerrilleros como para los paramilitares.

Pues lógico, que en el fragor del conflicto siempre caían en combate, tanto compañeros como enemigos, pero que yo haya visto en mi grupo que torturaran a un herido por sacarle información nunca lo vi… claro que había bloques más sanguinarios como el de los Llanos o el del Pacífico. Lo que si pasaba era que había guerrilleros que se escapaban y llegaban donde nosotros, y se les hacía la prueba de confianza, o sea se les llevaba una base y se observaba su actitud. O se le ponía una prueba como que informara dónde había caletas, dónde se podía atacar a la guerrilla para ocasionarle bajas…

Duré tres días enterrada en ese hueco, ¿que por qué me dejó? El comandante me dijo: “Si me la matan, yo sé que me la van a matar muy feo”, y si me capturaban… pues siempre será un desprestigio para la guerrilla que cojan un menor de edad… y siempre van a negar que tuvieron menores de edad, entonces pues yo creo que por eso me dejó ahí. Duré tres días ahí… tuve que tomar de mi propia orina para hidratarme… es que calculo que pasaron, no sé, unas cuatro o cinco horas y los paramilitares acamparon cerca, al lado del río, para tomar agua… yo creí que hasta ahí llegaba, pero es tanto lo que uno puede hacer que usted puede dejar de respirar con tal de sobrevivir. Yo ya estaba débil, mal, no podía ni llorar porque me daba miedo que por el solo hecho de susurrar me escucharán. Pero el comandante volvió, me dio la mano y me dijo que creía que yo estaba muerta.

Siempre se hacen lazos de amistad, unos más que otros. Uno los categoriza de compañeros, otros de amigos. Había hasta hermandad. Tuve una pérdida de un amigo que no fue por enfrentamiento, sino que él se fue a cumplir una misión de inteligencia para saber quién coordinaba la compra de coca para un grupo del Eln cerca de El Bagre, en Antioquia, y en el sur de Bolívar, y lo descubrieron… fue muy doloroso. Tuvimos enfrentamientos con las Farc, el Epl, pero con los que más nos confrontamos fue con el Eln, porque tenían más control del territorio, nos arrinconamos más para el lado de Antioquia, Cesar, bajo Cauca.  

Yo quedé embarazada a los 11 años de mi socio. La chica que dije que era como mi mamá me hizo la prueba… llevaba tres meses de embarazo… y me hicieron tomar dos pastas y me hicieron introducir otras dos, me dejan un rato ahí y me introducen una jeringa y me absorben el feto y matan a mi bebé. Mi socio no estaba y cuando llegó le conté… él le hace el reclamo al comandante porque algunos por su rango alto tenían el permiso de mandar a sus socias a la casa… y bueno ya pasa eso, a él lo trasladaron de frente, porque eso podía sonar como una desmoralización ante el grupo. Nunca más lo volví a ver y nunca más volví a tener socio.

Todo grupo armado tiene sus formas de llamar la atención de los jóvenes. Allá también llegaban “pelaos” que tenían problemas en sus familias, porque el papá les pegó o la mamá no le dio para los tenis, que lo habían abandonado sus padres o que pasaban necesidades económicas y no tenían para subsistir. allá llegan pelados por una inmensidad de cosas. Lógico, también llegaban “pelaos” de buenas familias que creían que llegando al grupo podían satisfacer digamos un momento de tristeza, un momento de depresión que ellos vivían entonces, y cuando se daban cuenta de que entrar es muy fácil, pero salir es más complicado, ahí sí reflexionaban y buscaban la manera de hablar con el comandante para ver si lo dejaba volver, pero ya no había esa posibilidad;

Mucha gente que está allá ha sido engañada… se van porque piensan que les van a pagar mucho, por la ambición de tener un arma, muchos se van por rencor o por venganza, porque los jóvenes se agarran con alguien y piensan que van a ir a portar un fusil y van a ir a matarlo, porque le van a tener respeto, pero todo eso es mentira. Realmente tú llegas allá a ser un soldado común y corriente, y no le pagan ni mensualidad ni quincena ni semana, nada. Tú recibes tus tres comidas, tus dos uniformes tu dotación y ya. Los que manejan plata son los comandantes del frente, los comandantes de dirección, el reemplazante, los que manejan los secuestros, los que manejan la extorsión, los que manejan la droga… son los que se pueden dar el lujo de tener cadenas, mujeres, de salir a tomar o de llevar su wiskisito para el campamento.

Libres al fin

Llegaron las negociaciones entre el Gobierno y las autodefensas, y lo primero que dijeron las AUC fue que iban a entregar a los menores de edad… yo me alegré porque tenía 17 años, pero cuando llegó el listado yo no aparecía…entonces hablé con el comandante que estaba ahí y me dijo: “Es que lo vamos a entregar con los mayores”. Llegaron por los que estaban en el listado y verlos partir y tan contentos fue muy doloroso. Los días se me hacían largos y entonces cuando estaba prestando guardia a orillas del río Magdalena, cerca a San Pablo, sur de Bolívar, como a las cinco de la tarde o seis pasó un pescador y le dije que sí me pasaba al otro lado del río… ya no había retroceso, el primer camino que mire lo cogí y caminé ocho o diez horas por un camino de herradura, pensando en que tenía tres opciones: una que me encontrara con un grupo guerrillero, otra que me encontrara con una estructura paramilitar o que estuviera de buenas y me encontrara con el Ejército… me encontré con una patrulla militar, que en ese tiempo la llamaban los boina roja. No preguntaron nada, no dije nada, yo solo alcé la mano y me quitaron todo. Ahí fue mi desvinculación. Ya en el batallón fue un interrogatorio de cinco días.

Llevábamos como tres días en un combate y mi compañera me dice: “volémonos”, y yo le digo: “¿Y si nos pelan?”. Y nos entregamos con armamento. Yo tenía 13 años. Me capturaron. No creían que tuviera 13 años, porque mi cuerpo era muy grande. Confirman mis datos, y de ahí paso a un proceso con Bienestar Familiar… ellos buscan a mi familia, y después de un mes y medio de estar en hogares sustitutos encuentran a mi mamá… volver a verla para mí fue el día más feliz de mi vida. Adaptarme a la vida civil fue muy duro, el delirio de persecución fue impresionante, me molestaba el ruido. Valido el bachillerato y en el Sena hice un técnico en auxiliar contable y sigo preparándome para salir adelante. Estoy en el registro Único de Víctimas, y hace cuatro años tuve la oportunidad de ingresar a un proyecto artístico donde hay muchas personas que tuvieron una experiencia igual o peor que la mía, y ahí fue donde dejé de sentirme culpable por lo que me pasó, porque no he sido la única, aprendí a superar lo del aborto, que era algo que yo no había podido superar; todo eso lo aprendí gracias al arte y al teatro. Y quiero contarles que del reclutamiento sí se puede salir adelante y tener una mejor vida.

Después de estar seis meses en una correccional ubicaron a mi madre, la trajeron a Bogotá, y ella dijo que no me podía llevar porque por allá estaba lleno de guerrilla y de bandas criminales, y llevarme era ponerse en riesgo ella, mis hermanos y ponerme en riesgo a mí. Yo lo entendí. Entonces firmé mi salida e hice mi vida en Bogotá, solo. Validé el bachillerato. Soy Auxiliar de Enfermería, profesional en Administración de Empresas y gracias a una beca tengo una maestría en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes. Hace un año fui indemnizado por la Unidad para las Víctimas, dinero que invertí en un apartamento, y ahora estoy conformando una asociación para trabajar con desvinculados del conflicto, por las víctimas del conflicto con la idea de construir un mejor país.

Pese a ser enemigos en la guerra, nosotros, Alejandra Hernández y Ferley Moreno les podemos decir que somos los mejores amigos.