Por: César A. Marín Cárdenas.
Leofadil, o Leo, no alcanzó a cumplir el ruego de su padre de ir a la ya abandonada finca familiar en Valencia para recoger un viaje de papaya. Pesaron más los apuros económicos de la familia que las advertencias de no volver a pisar las puertas del predio. Eso fue en septiembre de 1995. Desde ese día pasó a ser parte de los 1.455 desaparecidos en ese departamento.
Su familia no ha podido tener certeza de su desaparición. Ocurrió el 8 de septiembre de 1995, cuando tenía 27años de edad, en cercanías de Valencia (Córdoba).
Así lo recuerda su hermana Amir: “lo único que sabemos es que él iba en un carro con un amigo para una finca que tenían mis papás en una vereda de Valencia y bajaron del vehículo solo a Leofadil. Desde ese día nunca más volvimos a saber de él; es que como si se lo hubiese tragado la tierra. Después, un conocido nos dijo que los que desaparecieron a mi hermano habían sido los paramilitares que operaban en la región”, asegura ella, nacida en el Urabá antioqueño, pero registrada en Planeta Rica, municipio cordobés donde vivió ocho años. Posteriormente vivió en Barranquilla y luego en Antioquia.
Recuerda que su padre, Arnaldo Antonio Pineda, fue un hombre que recorrió muchos lugares y terminó en una zona de Córdoba por los lados de Valencia, donde compró una finca. Eran mediados de los 80 y cultivaban yuca, ñame, maíz, coco y sobre todo papaya. “Cada ocho días sacábamos un viaje de yuca y papaya”, dice.
Cerca de 1989, Amir se fue a Barranquilla, pero siempre en las vacaciones iba a la finca a visitar a sus papás.
En 1993 a la finca llegaron hombres armados a preguntar por sus papás para matarlos, pero ellos no estaban. Sin embargo, les dejaron razón a los Pineda que no volvieran porque si lo hacían los mataban, razón por la cual toda la familia no regresó a la zona.
“En esa época hacían presencia en la región tanto guerrillas como paramilitares y quienes se disputaban el territorio. Entonces de pronto llegaba un grupo y acampaba en cualquier potrero y cogían las frutas y lo que se producía en la finca y eso no era bien visto por el otro bando y viceversa”, recuerda, y agrega que “ambos grupos mataron mucha gente inocente en la región durante esa época y poco a poco la zona fue quedando sola por la misma situación”.
Muerto en vida
El dinero comenzó a escasear en las finanzas del papá de Amir porque los ingresos se redujeron tras haber abandonado la finca. Buscando una solución a esta situación, don Arnaldo le pedía regularmente a su hijo Leofadil que ingresara a la finca y sacara un viaje de papaya o yuca.
En uno de esos ingresos a la finca ‘Leo’, como lo llamaba su familia, desapareció. Fue el 8 de septiembre de 1995. Según Amir, su hermano fue bajado del vehículo en el que se movilizaba en las afueras de Valencia, en la vía hacia la finca, pero a su acompañante lo dejaron continuar.
“Es como si la tierra se hubiese tragado a Leo. Desde ese día la vida cambió para nosotros. Se llevaron gran parte de nuestra vida. Tener un ser querido desaparecido, sin saber qué hicieron con él, ha sido muy cruel para nosotros”, dice Amir con voz entrecortada.
Se emociona, sus ojos se llenan de lágrimas y rompe en llanto. Dice que ni su hermano ni su familia merecieron esa desdicha: “esto es como estar muerto en vida. Mi familia y yo nos hemos agarrado de la mano de Dios para tratar de sobrellevar esta tragedia, estoy segura de que, si no lo hacemos, no sé qué sería de nosotros, en particular de mi mamá que es la que más ha sufrido con esta situación”.
A raíz de la desaparición de Leofadil, la familia interpuso denuncias tanto en Valencia como en Montería. Sin embargo, esas acciones judiciales nunca llevaron a nada. Varias veces estuvo en la Fiscalía averiguando y nunca supieron nada y en Justicia y Paz ningún paramilitar mencionó el caso de su hermano.
Pistas sin respuestas
Solo se sabe por un conocido de la familia que a su hermano lo bajaron del vehículo en un sitio conocido como Los Tamarindos, y, tal vez, cerca lo habrían asesinado los paramilitares.
Amir cree que la desaparición de su hermano no está relacionada con haber ‘desobedecido’ la instrucción de los paramilitares de no regresar a la finca. Ella sostiene que a Leo lo desaparecieron porque él de pronto se había enterado de actividades ilegales por parte de una persona que conoció y esa persona sería responsable de lo que le pasó. Aunque no tienen nada claro y nunca se supo nada, ella cree que su hermano está muerto.
La familia se rompió emocionalmente: “es la experiencia más horrible que un ser humano pueda vivir cuando le desaparecen un ser querido, porque si hay un cuerpo o unos restos uno lo llora, lo entierra, va y lo visita, le limpia la tumba y elabora el duelo, pero sin saber qué le ocurrió o donde están sus restos, el dolor se hace eterno y perdura en el tiempo”.
La desaparición de Leofadil también impactó la salud física y emocional de sus padres. Su papá falleció hace nueve años esperando respuestas de una ausencia sin sentido. Según Amir, desde aquel septiembre de 1995 su padre no volvió a ser el mismo. “Él cambió totalmente, vivía encerrado y sus últimos años de vida fueron muy tristes; se sentía culpable de la suerte de Leo porque él le había pedido el favor de que entrara a la finca a sacar un viaje de papaya y estando en esas fue que lo desaparecieron. Sin duda la vida de mi padre se empezó a apagar por la tristeza que le generó la ausencia de mi hermano”, comenta Amir al recordar que su madre también se afectó terriblemente. “Constantemente lo recuerda y dice hoy Leo ‘tuviera tantos años y de seguro estuviera conmigo’ y recuerda lo especial que él era. La salud de ella también ha decaído mucho a raíz de todo eso”.
Camino lento
Al hacer una descripción de Leofadil, Amir se emociona de nuevo y su voz se entrecorta. “Era mi amigo, mi cómplice, nos criamos juntos, era muy especial. Siempre hay un hermano que sobresale y él era ese. Una persona extrovertida, traviesa, trabajadora, bonachona, vivía pendiente de mis padres, con un corazón grande para nosotros y de una nobleza inconmensurable. Todo se rompió para nosotros, se quebró, se perdió el ‘loquito’ de la casa, el que nos hacía reír. Todo esto ha sido horrible y esto es un episodio que jamás vamos a olvidar. Si estuviera acá lo imagino al lado de mi madre”, recuerda Amir con extrema nostalgia.
Hace unos años la familia de Amir recibió la indemnización por parte de la Unidad para las Víctimas por ser víctimas del conflicto armado y en la actualidad adelantan el trámite ante la Unidad de Restitución de Tierras (URT) para que les restituyan la finca que inicialmente debieron dejar abandonada por la amenaza a sus padres, y que vendieron muy barata, prácticamente obligados, tres meses después de la desaparición de Leo.
En palabras de Amir, “el proceso en la URT sigue, incluso yo estuve en ese predio hace más de dos años con funcionarios de esa entidad y la Policía, pero nosotros no queremos que nos regresen ese predio como tal, sino que a cambio de devolvernos esa finca nos den una casa para mi mamá como lo contempla la ley”.
Ella no alberga rabia en su corazón por quienes le causaron tanto daño a su familia. Dice que ya los perdonó y que no es quién para juzgarlos. Solo desea misericordia por parte de Dios para esas personas.
En lo que si no cede es en querer saber dónde están los restos de Leo. “Queremos cerrar ese capítulo de horror con la entrega de restos o algo así. No hemos podido tener paz en nuestro corazón, porque a pesar de que ya nos hicimos a la idea de que él está muerto, necesitamos tener su cuerpo o restos o algo para hacer más llevadero este dolor”.
Esta antioqueña con raíces cordobesas sabe que como hermanos han tratado de continuar con la vida “porque estamos acá, pero emocionalmente muy afectados, el saber que ya no está, de la manera como desapareció, que se lo llevaron y a la vez no tener ni su cuerpo ni nada nos demuele, nos arrasa”.
Casos complejos
Según la Organización de Naciones Unidas, la desaparición forzada “afecta a las víctimas directas muchas veces torturadas y siempre temerosas de perder la vida. Para los miembros de la familia que no saben la suerte corrida por sus seres queridos y cuyas emociones oscilan entre la esperanza y la desesperación van cavilando y esperando, a veces durante años, noticias que a veces nunca lleguen. Las víctimas saben bien que sus familias desconocen su paradero y que son escasas las posibilidades de que alguien venga a ayudarlas. Al habérselas separado del ámbito protector de la ley y al haber “desaparecido” de la sociedad, se encuentran, de hecho, privadas de todos sus derechos y a merced de sus aprehensores”.
Es bien sabido que este drama afecta también a sus familiares y amigos porque “sufren una angustia mental lenta, ignorando si la víctima vive aún y, de ser así, dónde se encuentra recluida, en qué condiciones y cuál es su estado de salud. Además, conscientes de que ellos también están amenazados, saben que pueden correr la misma suerte y que el mero hecho de indagar la verdad tal vez le exponga a un peligro aún mayor”, relata la ONU.
Y pone de presente que “La angustia de la familia se ve intensificada con frecuencia por las consecuencias materiales que tiene la desaparición. El desaparecido suele ser el principal sostén económico de la familia. También puede ser el único miembro de la familia capaz de cultivar el campo o administrar el negocio familiar. La conmoción emocional resulta pues agudizada por las privaciones materiales, agravadas a su vez por los gastos que hay que afrontar si los familiares deciden emprender la búsqueda. Además, no saben cuándo va a regresar, si es que regresa, el ser querido, lo que dificulta su adaptación a la nueva situación”.
Es por ello por lo que, según la normatividad colombiana (artículo 14 de la Ley 1448 de 2010) “la memoria histórica de las víctimas del conflicto colombiano desaparecidas forzadamente será objeto de conmemoración la última semana de mayo, en el marco de la Semana de los Detenidos – Desaparecidos, y el 30 de agosto, Día Internacional de los Desaparecidos”.
En Colombia, de acuerdo con el Registro Único de Víctimas (RUV), hay 50.412 víctimas únicas y directas de desaparición forzada, es decir quienes sufrieron el hecho victimizante, y 135.431 víctimas indirectas que son las personas a quienes les han desaparecido un familiar de primer grado de consanguinidad o civil, pareja. En el departamento de Córdoba se reportan 5.776 víctimas de ese hecho, de las cuales, 1.455 son directas y 4.321 indirectas.
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