Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Nohemí Sanabria, una llanera con alma de artista

Por Daisy María Tibidor

En medio de recitales de poesías, cantos, contrapunteos, improvisaciones de versos, expresiones propias del folclor llanero, que homenajeaban las vivencias de los casanareños, y que motivaban las sonrisas de los asistentes, resaltaban rostros que expresaban cierta reciedumbre, entre esos el de Nohemí Sanabria, quien vestía un sombrero conuquero y lucía, en su mejilla, la pintura de una bandera de Colombia junto con una lágrima. A su lado exhibía con satisfacción un cuadro al que ella bautizó: “El alma de las víctimas”, una obra artística hecha con sus manos, que hacía alusión a ese Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. 

Era el 9 de abril, en la Plazuela del centro comercial Alcaraván, en Yopal. Y Nohemí asistía con el fin de dar voz con su arte a las más de 74.000 víctimas el departamento de Casanare, según el Registro Único de Víctimas (RUV). 

Pintada y elaborada con técnicas que se detallan en la pintura libre, la escultura y el relieve, “El alma de las víctimas” transmitía caos y esperanza al mismo tiempo.  

En el centro de dicha obra, llama la atención la silueta de una mujer con una lágrima en su mejilla, la misma que Nohemí tenía pintada en su rostro. Una imagen que refleja a la mujer en el conflicto y su resiliencia.

Corazón valiente 

Detrás de la gran sonrisa y de la voz entusiasta de Nohemí se escondían recuerdos oscuros del conflicto, protagonizados por autodefensas y guerrillas, y que dejaron solo tristeza y dolor hace más de 20 años. Entre esas imágenes del pasado, Nohemí no olvida las circunstancias del conflicto en que perdió a su papá, un llanero de corazón noble, de quien conserva una foto en la que se resalta su estampa llanera.

En ese aciago día, tuvo que caminar durante horas campo adentro en busca de su padre, impulsada por el rumor de que algo le había pasado. Ya cansada, pero sin perder la esperanza, en la distancia divisó al caballo blanco que le era leal a su padre, y al acercarse encontró su cuerpo ya sin vida.

El rumor le había llegado la noche anterior. “Busqué lazo, formol y sábanas para madrugar a irme por caminos de herradura, bosques y piedras, que no me impidieron traerlo al lomo del caballo blanco que solo Marcos Sanabria montaba”.

Con la mirada en la foto, la artista recordó que para encontrar el cuerpo de su padre, estuvo sola y no contó con la colaboración de los vecinos porque, según se enteró unos meses después, “la guerrilla estaba observando desde lejos y todo ellos tenían miedo”.  

Pero no fue la única tristeza que enfrentó. Teniendo a sus dos hijos pequeños, fue desplazada de su finca y por poco pierde a uno de ellos, quien fue parte de los centenares de niños y jóvenes usados por los grupos en la guerra.   

Por esa razón, para evitar que su otro hijo corriera con la misma suerte, tuvo que separarse de él y de su esposo, quienes salieron del pueblo por seguridad; mientras que ella decidió quedarse a buscar respuestas y rastrear el paradero del hijo que le había sido raptado con apenas 12 años de edad.

Nohemí es una de las personas que sufrió por desplazamiento forzado (58.834), homicidio (14.806) y reclutamiento de menores (204) en el Casanare. Tauramena por su parte tiene 5.038 víctimas del conflicto, de las cuales 4.255 son por desplazamiento; 836 por homicidio y 14 por reclutamiento forzado de menores.

Fue a raíz de esta situación que entendió que debía hacerse visible y por eso se postuló al concejo municipal. Salió elegida y ejerció como la única mujer. Así pudo conocer más de cerca las dolencias del desplazamiento y la desaparición forzada. 

Por eso, en el 2004, tomó la vocería junto con otros 17 taurameneros para rechazar los abusos y ayudar a las familias que, por esas fechas, fueron desplazadas en el sur de su municipio. Por esa iniciativa se desencadenó una persecución contra ese grupo de voluntarios que casi le cuesta la vida.

La recompensa de sus buenas acciones vino tres años después cuando, por fin, pudo rescatar a su hijo, quien fue devuelto a la libertad después de muchas súplicas. 

Superado ese tiempo de angustias, madre e hijo unieron experiencias para ser los mensajeros entre otros jóvenes reclutados y sus familias.  

El arte del servicio

El alma valiente de Nohemí sigue intacta. Por eso nunca se fue de su pueblo; al contrario, tomó la decisión de quedarse para dejar atrás el pasado y seguir adelante con su vida. 

En Tauramena, la madre de familia convive con la artista, la líder social, la emprendedora y la soñadora. Su casa está a un lado de la manga de coleo del pueblo, y desde allí atiende un reconocido restaurante que se caracteriza por su buena atención, en el que exhibe sus obras.  

Dicen que el lugar parece un pequeño museo, porque está rodeado de la magia autóctona que se conserva en la cultura del arpa, el cuatro y las maracas. 

Su sensibilidad artística es un don que descubrió por sí sola y que fue perfeccionando con el pasar de los años. Muchas de sus obras son compradas por curiosos del arte; otras permanecen en su propia casa. 

“Lo que para los demás es leña, para mí es una obra de arte para el servicio del hogar o el restaurante”, afirma.

Ahora, su lucha es por un concepto de vida y del progreso que les permita a las víctimas abandonar ese abismo desolado en que los sumió el conflicto, premisa que le ha ayudado a alcanzar esas metas que hoy la hacen una persona distinta.

Nohemí hace parte de la Mesa Municipal de Participación de Víctimas en Tauramena, espacio de incidencia en el que está segura de que podrá transmitir su mensaje de superación de vida a otras víctimas, para que, así como ella, las víctimas persistan y unidas construyan un mejor futuro. 

 (FIN/DMT/COG/EGG)