Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Las hijas gemelas que Martha aún espera

A Martha y a su familia el conflicto armado las golpeó casi sin tregua. A ella particularmente la ha hecho desplomarse hasta el punto de haber pensado en el suicidio.

El golpe más duro, pero no el único, lo recibió la familia Herrera la tarde del 12 de noviembre de 1997, cuando ocho guerrilleros de las Farc llegaron a Villa Carmona, zona rural de San Vicente del Caguán (Caquetá) a reclutar hombres, mujeres y menores. Se llevaron a sus hijas gemelas Marina y Patricia que en ese momento tenían 27 años. A la niña de Marina se la llevaron, estuvo en poder de ellos durante un mes y se la devolvieron muerta a la abuela: “Era una niña especial, tocaba alimentarla, me la trajeron hecha huesitos, creo que murió de hambre”.  Aparte de eso, a los esposos de sus hijas los amarraron y se los llevaron porque no se querían ir.

Un año antes habían huido precisamente de la guerrilla de las FARC: el 30 de agosto de 1996, esta atacó la base militar de Las Delicias, en Puerto Leguízamo, dejando 27 uniformados muertos, 16 heridos y 60 secuestrados. Martha recuerda que, días antes, hombres armados reunieron a los vecinos para intentar seducirlos con la idea de tomar las armas. “Vino la toma de Las Delicias y dije nos vamos”, dice. 

Como pudieron llegaron a Florencia, donde toda la familia consiguió trabajo en una misma empresa. “Nos acomodamos un poco y cuando mi hija Patricia ahorró una plata compró una casita en Las Malvinas (la invasión más grande de Caquetá), muy bonita, de material, pero un señor le dijo que permutaba una casa por una finca en la vereda Villa Carmona de San Vicente del Caguán. Mi hija hizo la permutó, le encimaron una platica y nos fuimos para allá”.

La situación económica mejoraba hasta que vino el despeje del Caguán y perdieron de nuevo la tranquilidad; esta vez, de la peor manera, por la forma como los hombres de la Teófilo Forero destruyeron el núcleo familiar en ese noviembre de 1997.  

Luego de sepultar a su nieta, totalmente destrozada, Martha decidió que debía buscar mejor suerte, con su esposo Carlos Arturo Sánchez y los dos pequeños hijos de esta relación. Se fueron para la vereda el Líbano ubicada a 22 kilómetros del casco urbano de Orito (Putumayo). Pero lejos estaba de imaginar que de nuevo estarían en serio peligro. “Veíamos que gente armada pasaba con muertos, para tirarlos al río. Le dije a mi esposo esto se puso peor, nos va a tocar irnos”, recuerda siempre. Empacaron sus pertenencias y se fueron para la zona rural de Orito de donde los sacaron otra vez los grupos armados.  

Unas de cal y otras de arena

Martha nació en Bogotá, pero hace más de 50 años llegó al Caquetá y desde entonces ha vivido de un lugar a otro por culpa de los violentos. La desaparición forzada de sus gemelas Marina y Patricia la condujo a una azarosa búsqueda con nefastos resultados: el día que creyó encontrar respuestas sobre ellas en un campamento guerrillero en el Caquetá, no solo la hicieron devolver, sino que en el camino la hicieron víctima de violencia sexual. 

Una vida azarosa, un contraste total con sus primeros años de vida en un hogar donde la economía no era la mejor, pero sobraba el cariño. “Tuve una hermosa mamá y un papá también que fue muy responsable y una infancia muy linda”. No le dieron estudio por falta de recursos porque además en ese tiempo “uno se iba era a trabajar”. Con su familia partió para el Quindío, donde a los siete años se amarraba el canasto en la cintura y se iba a recoger café.  

“Fue una vida muy sabrosa, nos mandaban a traer plátanos, mandarinas, maíz, comida muy saludable”, y hacían paseos familiares: “Íbamos a la quebrada, nos bañábamos, lavábamos, jugábamos, éramos atrevidas para nadar, nos tomaban fotos con esas cámaras que sacaban la foto de una, nos servían sancocho, asábamos carne”, recuerda con claridad.   Era una vida apacible, pero sin estudio.

En el Quindío, ya adolescente, una amiga, proveniente de Putumayo, les propuso a ella y a su hermana Teresa de Jesús irse a Puerto Leguízamo, a donde llegaron a trabajar en una heladería. Llegó con sus hijas de 14 años, nacidas de una relación de la que no le gusta hablar.

Allí conoció a Carlos, siempre a su lado, siempre leal e incondicional. “Un día nos fuimos a bañar al río, a donde llegó una barca con dos hombres, cargada con cedro. Ahí llegó el amor de mi vida: él se quedó mirándome, me ofreció pescado seco, hicimos sudado de pescado y nos vimos en la tarde en la heladería. Estuvo 15 días, nos enamoramos y luego a las dos semanas me fui con él para Las Delicias”.  

Se casaron sin que él hiciera algún reparo al hecho de que la esposa tuviera dos hijas. Vivían en casa de los padres de él, donde nacieron Carlos Andrés y Jhon Alexander. 

Una mandala para el dolor 

A sus 70 años, Martha hace de cada experiencia negativa un motivo más para elevar sus ánimos y ayudar a otras víctimas en sus luchas. 

Después de trabajar como empleada doméstica más de 40 años, hoy se esmera ayudando a sanar a otras víctimas, además de elaborar con admirable habilidad adornos para el cabello

Haber recibido su indemnización por parte de la Unidad para las Víctimas representa, sin duda, un punto de quiebre en su búsqueda por realizar su proyecto de vida: invirtió la totalidad de los recursos en su casa.

Hoy por hoy comparte con todos los grupos de mujeres víctimas del conflicto armado los recortes que conserva desde 1997, un archivo celosamente guardado en el que hay fotografías y reportes periodísticos que dan testimonio de sus recorridos por toda Colombia tratando de encontrar a sus gemelas, participando en plantones y marchas e incluso en la Caravana por la Libertad que por años lideró el periodista Herbin Hoyos.

Pero su trabajo en favor de los sobrevivientes del conflicto, Martha se ha convertido en un ejemplo extraordinario de resiliencia. Ser líder de la “Asociación Nacional de Secuestrados y Desaparecidos Los que faltan” es una muestra de cómo ha hecho frente a la adversidad y ser feliz cada día. 

“Hace muy poco una psicóloga me dijo: Marthica, hágase una mándala. Yo no sabía de su poder para cerrar ciclos de dolor, pero fue así como puse punto final al horror que me carcomía tras todo lo padecido en mi vida. Hoy soy una mujer con la fuerza necesaria para seguir esperando a mis gemelas y seguir viviendo”, exclama con entusiasmo.

El 1o de octubre se conmemora el Día internacional de las personas de edad, instituido por las Naciones Unidas para reivindicar los derechos de este grupo etario; en esa fecha, Martha Herrera será referente para muchos en Caquetá y donde quiera que vaya.

“Recibo llamadas cada rato para ir a reuniones, marchas, eventos y soy la primera en ir; espero el día menos pensado encontrar a mis gemelas vivas, construir una mándala, la más hermosa, y cerrar con ellas este dolor tan grande que nos dejó el conflicto armado en Colombia”, dice con ilusión. 

(FIN/NIL/COG)