Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

La palabra unió lo que la violencia un día quiso callar

Beraca Charco Indio, en pleno corazón de la Amazonía guaviarense, promueve que los visitantes ‘dejen un hijo’, haciendo honor a lo dicho por la ‘Madre tierra’ y como símbolo de rechazo a la violencia.

Emprendimiento Beraca Charco de Indio en San José del Guaviare.

Si escuchara de un lugar en el que le pidieran ‘dejar un hijo’ como recuerdo, ¿qué diría? Y si ese lugar es conocido como ‘tierra de bendición’, ¿qué palabras se le pasarían por la mente? Pues ese lugar sí existe y queda en el corazón de San José de Guaviare, Guaviare.

La idea empezó hace ocho años en la finca de Karen Londoño, una metense de pura cepa. Ella decidió invitar a sus compañeros de clase del tecnólogo en Guía Turística que estudiaba, para que probaran la cachama (pescado) especial que solo su madre, Faride, sabe preparar con especial delicia, pues acudía a sus conocimientos y sabores ancestrales, y a los años como auxiliar de chef en Acacías, Meta.

Dicha visita obedecía a una de las materias sobre emprendimientos que cursaban y que podría servir como ejemplo de lo que un día, sin pensarlo, sería una joya agroturística de la Amazonía guaviarense.

“Listo”, dijo la señora Faride cuando se completaron los 40 minutos suficientes para cocinar aquel pescado. “La cachama se prepara al vapor. Queda cocinada en sus propios jugos naturales y se prepara preferiblemente sobre leña”. Mientras va terminando la frase, su voz es cada vez más baja pues explica con una pequeña sonrisa que la receta de su preparación es un secreto familiar.

La degustación de la palabra

“Fruta”, contestó uno de los invitados a la pregunta sobre la entrada del almuerzo. Fue secundado por los antojos de sus demás compañeros, quienes atinaron a pedir una ensalada tropical y cerrar con un suculento postre de la región.

Mientras los sabores inundaban sus paladares, Karen y su mamá deleitaban con sus anécdotas e historias a la y los comensales que ya iniciaban una lluvia de ideas para el emergente negocio familiar de su compañera. “Mira que sí se pueden ofrecer entradas y postre… Mira que sí se puede hacer una ensalada diferente a la de cebolla y tomate”, decían.

Como algunos de sus pares en el tecnólogo tenían agencias de viajes, propusieron llevar grupos pequeños de turistas para que probaran los deleites que un día los cautivaron a ellos. El voz a voz fue tomando fuerza y así fue como prácticamente arrancó hace casi una década Beraca Charco Indio.

“Bienvenidos a la Finca Agroturística Beraca Charco Indio. Este es un predio en el que trabajamos la agricultura orgánica. Acá podrá pasar la mejor de las experiencias amigables con el medio ambiente”. Con esa frase recibe Saúl Galeano a los visitantes y turistas que llegan a este emprendimiento, el sitio que montó junto a Karen, su ahora esposa. Según la Real Academia de la Lengua, bienvenido significa “recibida con agrado o júbilo” y así es como esta pareja acoge a todo aquel que visita la finca.

Fuego cruzado y caminos unidos

¿Y cómo fue que Saúl y Karen cruzaron palabra?

Él, nacido en 1974 en El Retorno, Guaviare; ella, iniciando la década de los 80 en un pueblo metense llamado Cubarral.

Saúl fue desplazado por la violencia y obligado a abandonar el municipio guaviarense de Calamar, en 1998, por grupos armados ilegales que hacían presencia en la región, donde, por aquel entonces se desempeñaba como administrador del hospital del pueblo. Llegó a Villavicencio y, ante la crisis económica por la que atravesaba, decidió vender libros puerta a puerta. Pasaron los años, y para 2001 su hermano de 23 años, Agustín, fue desaparecido por paramilitares en hechos ocurridos en San José del Guaviare. Saúl dice que Agustín era un “muchacho muy responsable y honrado que trabajaba como jornalero en fincas de la región”.

Pero Saúl tuvo otros encuentros con la guerra. En 2005 su hermano menor, Heriberto, de 21 años y soldado profesional, murió en una emboscada de las Farc en jurisdicción de Vista Hermosa, Meta. Saúl recuerda a Heriberto como un muchacho “lleno de sueños e ilusiones” y asegura que: “Su muerte fue un hecho muy duro para toda la familia, en especial para mis padres”.

Karen, por su parte, creció y estudió en Acacías, Meta. Allí vivió hasta los 18 años y fue muy activa en el tema del comercio, porque su madre, que era cabeza de familia, le enseñó a complementar sus estudios con el trabajo en almacenes después del colegio. Posteriormente se fue a buscar una mejor vida a la tierra de su abuela: San José del Guaviare.

A ese departamento llegó a trabajar como docente en una institución educativa en el corregimiento La Libertad, jurisdicción de El Retorno. Allí trabajó cerca de cinco años, pero la violencia también se cruzaría en su camino. En ese municipio, su tío Jair perdió la vida a manos de grupos armados ilegales. “No saben el daño que le hacen a una familia. Mi tío era un líder, un hombre de campo, un hombre bueno. No saben el daño que nos hicieron, nos destruyeron”, comenta.

La situación se tornó muy difícil y se vio obligada a desplazarse a San José del Guaviare. “El Retorno lo manejaba la guerrilla y el que venía a San José era paramilitar”, recuerda Karen, quien después de unos años tuvo una hija con su pareja de aquel entonces. Los problemas vinieron y, con ellos, la separación. Comenzó a prepararse arduamente cada día hasta que ganó un concurso docente y fue trasladada cerca de San José del Guaviare. Allí trabajó cerca de 10 años, pero una enfermedad laboral la obligó a dejar una de sus grandes pasiones, la docencia. Fue entonces cuando logró salir pensionada.

El tiempo pasó y los caminos de Saúl y Karen se fueron acercando. “Ella trabajaba como docente en el área rural de San José y yo era empleado oficial en el casco urbano, pero, por coincidencia, íbamos a la misma iglesia y al salir de culto nos poníamos a hablar y hablar por horas. Así, poco a poco la fui conquistando”, rememora Saúl, quien decidió unir su vida en matrimonio con Karen hace casi 11 años.

Significados valiosos

Muchos se preguntarán por el significado del nombre Beraca Charco Indio. “La finca debe su nombre a que la palabra Beraca en hebreo significa: tierra de bendición”.

Pero bueno, ¿y las otras palabras qué traducen? Pues qué mejor que conocer esa respuesta de primera mano visitando personalmente la finca, ubicada a escasos 7 kilómetros de San José del Guaviare, en pleno corazón de la Serranía de La Lindosa, como invita esta pareja. Allí el visitante tiene 140 hectáreas y más de 10 mil especies entre árboles y plantas nativas.

¿Recuerdan lo dicho al principio sobre la premisa de ‘dejar un niño’ en la finca como recuerdo?

Pues el mismo Saúl promueve la idea con total orgullo: “Desde cuando arrancó Beraca Charco Indio como finca agroturística la idea principal siempre fue la de trabajar la agricultura orgánica, cero químicos. Lo primero que hicimos fue reforestar la finca y poner como regla que cada que llegue un visitante su obligación es sembrar un árbol para que, de cierta forma, ayude a disminuir la huella del carbono”. Esto lo complementa Karen al afirmar que “la consigna es que cuando la gente venga a la finca ‘deje un hijo’, o sea siembre un árbol”.

Efectivamente, ese “hijo” es en realidad un árbol que se propone como símbolo de la huella que deja cada visitante como aporte a la madre tierra y como símbolo de rechazo a la violencia. “Vendimos la idea con mi familia y luego les vendimos la idea a las agencias de viaje para que cuando la gente venga deje un ‘hijo’”, explica Karen al aclarar que ya son varias las especies sembradas: “De moriche, frutales y maderables, ese es nuestro compromiso, porque la Amazonía es el pulmón del mundo. Solo en este año hemos sembrado más de 1.200 plántulas de moriche. Sembrar árboles es sembrar vida, pero en el inicio fue muy difícil; competir era duro por la infraestructura que tenían otros lugares y nosotros apenas comenzando, pero gracias a Dios se fueron dando las cosas”.

En la finca existen más de 10.000 plantas y árboles sembrados entre los que se encuentran la palma de moriche, flor amarilla, copoazú, arazá, borojó, mango, uva caimarona, guanábana, cítricos, coco, cedro, macano y papa amazónica, entre otros.

Hay personas que, atendiendo al llamado, bautizan el árbol sembrado con el nombre de algún familiar fallecido o de algún hijo que hayan perdido, “porque detrás de ese nombre hay toda una historia por contar. Es más, en plena pandemia vino el coordinador de la Universidad de Barcelona y hace poco le envié un video de los árboles diciéndole: ‘Mire, así están sus hijos’”, dice Karen.

Deleites ancestrales

Los dueños han diversificado los servicios de la finca y ya cuenta con una variada gastronomía nativa, alojamiento, camping, glamping, y guianza. “Así mismo, se ofrecen pasadías bajo tres experiencias”, declara Saúl, al referirse a que a los visitantes los llevan por un recorrido en el que les muestran cómo cultivan los alimentos que va a llevar su plato. “Hacemos énfasis en que no tiene químicos. La yuca, el plátano, las plantas, etc., es cero químicos y, por lo tanto, es un valor agregado”. Es más, la cachama, que viene acompañada con arroz y plátano maduro, la pueden combinar con la papa amazónica en puré o la yuca, según escoja el comensal.

Los círculos de la palabra son parte fundamental de esta finca, pues allí pueden tener una charla alrededor de una aromática de coca. Este ejercicio consiste en contar todos los procesos por los que ha pasado Guaviare desde la época de la colonización, pasando por la época cauchera, la colonización, el tigrilleo, las pieles y todo lo que ha sido la parte de la guerra y los cultivos ilícitos, para posteriormente llegar al proceso de paz.

La finca cuenta con siete grandes habitaciones, de las cuales tres tienen baño privado, también hay espacio para camping techado y al aire libre, zona wi-fi y glamping. De igual forma, se presta el servicio de recorridos guiados, ya que “la finca goza de muy buenas aguas, cascadas, charcos naturales como la Piscina del Indio y también se puede hacer aviturismo, toda vez que hay gran presencia de aves y fauna”, indican sus dueños mencionando que el predio tiene Registro Nacional de Turismo con póliza de seguros de responsabilidad civil y pertenece a un programa del Ministerio del Medio Ambiente, que se llama Negocios Verdes.

Además, se puede visitar el Sendero de la Reconciliación, lugar en el que jóvenes de Meta, Guaviare y Caquetá plantaron 50 árboles en acto simbólico que fue organizado por la Comisión de la Verdad. Todo para “poder reconciliarnos, Colombia necesita la verdad”, dice Saúl, al manifestar que tiene una frase motivadora para los emprendedores víctimas que están comenzando: “Se vale soñar. Hay que centrarnos, perseverar y convencernos a nosotros mismos sobre la idea que tenemos a desarrollar”.

Dicho esto, Karen hace una invitación a todo aquel que quiera visitar su finca: “Sé que no es fácil perdonar, pero mire las cosas de la vida, alguna vez hice un diplomado y varios de mis compañeros resultaron haber sido comandantes de la guerrilla. En medio del evento, nos hicieron un ejercicio psicosocial o terapia sobre el perdón. Hay que perdonar, porque ya nos hicieron un daño muy grande, porque nos quitaron a una persona muy importante para nosotros como fue mi tío Jair, ahora no podemos permitir que nos dañen el corazón”.

Hoy Saúl y Karen ven el futuro con certidumbre, confían en que, por el bien del país y de su región, lleguen a buen puerto las negociaciones entre el Gobierno y las disidencias de las Farc y que Beraca Charco Indio sea, en un futuro cercano, uno de los referentes agroturísticos de la Amazonía colombiana.

Instagram: @beraca_charcoindio

Facebook: Beraca Charco Indio

Email: Beraca.charcoindio@gmail.com

En la Unidad para las Víctimas “Cambiamos para servir” con el objetivo de seguir trabajando en acciones de cara a la implementación de una política que contribuya a la superación de los rezagos, brinde una reparación transformadora y le permita a quienes han padecido el conflicto armado acceder efectivamente a sus derechos.