El 29 de mayo del 2004 prometía ser un día normal para Nelson Vargas, quien junto a otros compañeros de universidad se dirigía hacia Bagadó, en la región del San Juan (Chocó). Para esa fecha, él era estudiante de español y literatura en la Universidad Tecnológica de ese departamento.
“Yo había estudiado en la Normal Superior de Quibdó y como la educación siempre me ha gustado entonces decidí hacer el periodo complementario y me gradué como normalista. En esa época había un convenio entre la Universidad Tecnológica y la Normal”, comenta.
Sus avances le habían valido para ingresar al quinto semestre de la Licenciatura y empezar a tejer un sueño. Pertenecía a un semillero de investigación llamado “20 cuentos”, a través del cual se aproximaba a la reconstrucción de la tradición oral de las comunidades chocoanas, tarea muy compleja dada la diversidad lingüística derivada de la herencia colonial, en la que los relatos, el cuento, la poesía, los conjuros y las adivinanzas iban a la par del analfabetismo de negros e indígenas.
“Nosotros con el proyecto lo que hacíamos era recopilar la información sobre la tradición oral. Ya habíamos hecho lo mismo en Yuto, Cértegui e Istmina, y ese día íbamos a seguir con la tarea porque era un tema que nos apasionaba”, recuerda.
Pero al pasar sobre el río Catugadó, en los confines de Tutunendo, corregimiento de Quibdó que goza de especial atractivo turístico por sus reconocidas cascadas, riachuelos y viandas típicas, un grupo de hombres armados detuvo la caravana de vehículos que transitaba por allí.
“Nos pararon y nos hicieron ir a algunos bien adentro del puente. No nos decían nada raro, solo que nos harían unas preguntas y que nos dejarían seguir normalmente. Uno solo tiene dos opciones: o confía o se muere. Yo opté por la primera opción”, dice.
Con la promesa de dejarlos libres fueron internados en el monte y sin mirar atrás, de un momento a otro, 14 personas iban en una sola fila rumbo a un lugar desconocido.
“Cuando ya íbamos un poquito adentro sonó un ‘pum’ y pensamos que habían matado a la gente de los carros. Pero como en el grupo no hablábamos ni decíamos nada, se nos venían a la mente cualquier cantidad de cosas. Yo pensaba en mi mamá y en mi mamá. Quedé nublado”, afirma.
Lo que en principio fue un requerimiento por parte de un grupo de hombres armados se convirtió, luego de 8 horas de caminata, en un secuestro perpetrado por el ELN en el que permanecerían 33 días.
“Cuando ya por la noche llegamos a un corregimiento nos dijeron que eran del Bloque Manuel Hernández del ELN, que estábamos retenidos y que la única forma de que nosotros saliéramos de allá era que los familiares pagaran el rescate o que el Gobierno escuchara sus peticiones”, comenta.
Nelson iba en busca de material que diera cuenta de la oralidad del departamento del Chocó, pero se encontró con frases que devorarían su integridad moral, pues la palabra ‘retenido’ –bien lo sabe él que hoy es docente de lingüística– tiene una connotación muy fuerte. La Real Academia de la Lengua Española la define como impedir que algo salga o se mueva…, y así estaba Nelson aquel primer día: impávido y sin saber qué hacer.
“Durante el camino un soldado se voló. Nos dimos cuenta que era soldado porque al otro día nos avisaron que alguien había informado. Así las cosas, de los 14 ya quedábamos solo 13”, agrega.
Al siguiente día, sin que el sol tuviera aún rayos suficientes para penetrar la manigua tropical del Chocó, reanudaron la caminada. La tensión crecía por cuanto el Ejército había empezado a sobrevolar la zona.
“Teníamos mucha expectativa de lo que pudiera pasar porque sentíamos encima los helicópteros. Sin embargo, no parábamos. Cruzamos ríos, trochas y creo que subimos toda la Cordillera Occidental pues cada vez hacía más frío”.
Pronto quedaron diez, ya que un hombre que aparentaba unos 60 años fue dejado libre en medio del monte con un acompañante; además, al llegar a la cabecera del río Atrato, en el anillo del cerro plateado, hasta donde el ELN los condujo, otro soldado también huyó.
“Como todos íbamos en fila, al llegar al río Atrato los guerrilleros escucharon que estaba aterrizando un helicóptero, entonces nos hicieron devolver y ahí fue cuando el soldado se quedó del grupo, pero nadie se dio cuenta porque ya estaba oscureciendo, es que eran más de las cinco de la tarde. Vinimos a saberlo cuando llegamos a un campamento después de que el helicóptero se fuera y pasáramos el río en una ‘chamba’ (también llamada canoa)”.
La deshidratación del grupo empezó a notarse. Pero lo que más preocupada a Nelson era la picazón de los moscos –que en la región son llamados ‘chitras’–, que penetran cualquier tipo de tela y pueden transmitir leishmaniasis.
Y es que sin darse cuenta estaban inmersos en plena selva tropical, en las márgenes del Atrato, catalogado como el río de mayor caudal en Colombia y que facilita el comercio en la región del Bajo y Medio Atrato. Esta zona del Chocó, además, se caracteriza por la humedad y la presencia de bejucos, ceibas y bongas, entre algunas de las más de 140 especies de árboles reconocidos, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones del Pacífico.
La estadía en aquel campamento no duró mucho. A Nelson y el grupo les esperaban otros diez días de infantería.
“Nos tocaba caminar como 13 horas diarias, hacía mucho frío y cuando parábamos a dormir nos tocaba en el suelo, sin importar que estuviéramos mojados. Nos picaban mucho las hormigas y se nos volvió una rutina comer, bañarnos y hacer las necesidades fisiológicas”.
Cuando llegaron a un campamento –donde permanecerían el resto del secuestro– hubo tiempo para jugar cartas o lo que llaman en el Chocó “jugar pájaro” y hasta para tener conversaciones con los hombres que les habían quitado su libertad.
“Había uno en particular que creo que era el psicólogo del Bloque, porque era el que siempre nos decía que no nos preocupáramos, que todo iba a estar bien. Cuando nos veía afligidos nos levantaba el ánimo”, recuerda.
El tiempo de las liberaciones llegó. Pasados 20 días y 20 cuentos, –que no serían precisamente escuchados por el grupo investigador sino vividos– liberaron a dos personas. En poco más de 25 días le habían dado la vuelta a buena parte del Chocó y ahora estaban en los límites con Risaralda, cerca al corregimiento Santa Cecilia (Pueblo Rico).
El 2 de junio del 2004, el comandante ‘Richard’ y alias ‘Daniel’ se acercaron al grupo y le dijeron a Nelson que su situación ya estaba resuelta.
“Era un domingo. Yo le dije al comandante que no era justo, que si habíamos salido todos, todos regresábamos. A mí en ese momento me preocupaba mucho la vida de mis compañeros de la universidad”
– Si querés intercambiar con alguno te quedás –le dijo alias ‘Richard’.
Los 33 días transcurrieron con mucha zozobra, pues en ocasiones cuando los helicópteros sobrevolaban el campamento los guerrilleros les advertían que de presentarse un combate su mejor opción era ir del lado de ellos.
– Si nosotros vemos que cogen pal lado de los ‘chulos’ los matamos –les decían.
Finalmente, llegó el día de su liberación. A pesar de que la orden era mantener en secreto su salida, Nelson les contó a los demás compañeros.
“Yo no quería dejarlos solos ni irme a escondidas, así que les conté, pero les pedí que no dijeran nada. Cuando llegó el martes me sacaron del campamento y caminamos otros dos días. Me preguntaron que si prefería que me recibiera un familiar o la Cruz Roja. Yo preferí la segunda opción”.
La emoción de quedar libre no le permitió a Nelson sentir cansancio, y el viernes estaba ahí, justo en una carretera, para él desconocida, donde se encontraría con la delegación de la Cruz Roja y finalmente obtendría su libertad.
“Yo no quise hablar con mi mamá hasta no verla en persona. Me parecía muy doloroso ilusionarla sin saber si era un engaño como cuando nos secuestraron”.
Finalmente, se reencontró con ella y sus hermanos. Los primeros días fueron de recuperación. Nelson no hallaba las horas de volver a ver a sus amigos. Por fortuna, a los 8 días salieron todos, menos uno al que retuvieron hasta finales del 2004.
“Retomé la universidad y pude adelantarme en las materias. Gracias a Dios llevaba buenas calificaciones y los compañeros me tuvieron en cuenta en varios trabajos. Me gradué en abril del 2006”.
Nelson siguió el camino de la educación, en el que siempre ha visto una puerta al desarrollo y al crecimiento de la sociedad.
“Apenas terminé hice un Diplomado en Docencia Universitaria y me metí a dar clases a estudiantes de los primeros semestres, pero luego me fui para Medellín. Allá conseguí trabajo y me quedé 6 años. Pero, por cuestiones personales me devolví”.
A su regreso conoció a la mujer que ahora es su esposa y con quien espera una hija. Desde entonces se trazó una nueva meta: estudiar una maestría, que para entonces estaba lejos de las posibilidades pues había perdido su empleo como docente. Sin embargo, su condición de víctima del conflicto armado lo llevó a hacer la declaración, tras la cual obtuvo su indemnización y pudo cumplir el sueño.
“Yo recibí el dinero de la indemnización y de una le compré a mi mamá sala y comedor y, por supuesto, me matriculé en la Maestría en Desarrollo Humano, en Medellín”.
Para julio del 2013, la Unidad para las Víctimas ya había indemnizado a 179 personas, entre las que estaba Nelson. Esta cifra, si se agrega a las del 2012, nos diría que para esa fecha, en lo corrido de la Ley 1448 de 2011, habían sido indemnizadas 897 víctimas en esta parte del país.
Con la asesoría de la Unidad, a través del Programa de Acompañamiento y la plena convicción de Nelson, se hizo realidad el sueño de estudiar para estar al nivel académico de quienes lo formaron a él.
Ahora, Nelson cuenta los días para empezar las clases, mientras reflexiona sobre las heridas y lecciones que le dejó el secuestro:
“Gracias a Dios pude replantearme la vida y darle más valor porque pude entender que en cualquier momento todo puede cambiar. Yo aprendí que no me puedo dejar derrumbar porque soy el bastón para mi mamá y ahora para mi esposa y mi hija”.
“Yo les digo a otras víctimas que lo peor que uno puede hacer es ‘revictimizarse’. Acá nos toca utilizar toda la valentía y pensar que hay que salir adelante. Si el Estado te da un empujón hay que hacerle –y agrega– si quiero ser maestro, debo prepararme mejor cada día. Este es mi perfil como educador y lo estoy perfeccionando”.
Hoy, Nelson, inspirado por la vida, por las oportunidades que ha conseguido al lado del Estado y por la motivación que le da el próximo nacimiento de su primera hija, da un nuevo paso. Su secuestro duró 33 días, pero con los 29 años que tiene, hay toda una vida por delante.
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