Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

La travesía de una madre tras los restos de su hija

Hace 19 años que desaparecieron a su hija en Ocaña, Norte de Santander. En ese tiempo, María Esperanza ha agotado audiencias y citas de Justicia y Paz para preguntarles a los paramilitares por su ubicación, pero aunque el esfuerzo ha sido infructuoso, no cede en su batalla y tiene el consuelo de vivir con su nieto, una promesa del vallenato.

Por César A. Marín C.

A Lady Johana Vega San Juan, su belleza y su talento artístico como bailarina y cantante se le terminaron convirtiendo en una desgracia por culpa de la violencia.

En 1998, mientras los paramilitares iban fortaleciendo su presencia en Ocaña, un grupo de ellos llegó al barrio Gustavo Alayón, en donde ella residía con su madre, María Esperanza San Juan López, y el resto de su familia. Alias ‘Wilmer’, uno de los miembros de ese grupo, se fijó en ella.

“El tipo, que en ese momento tenía 27 años, comenzó a seducirla y a enredarla, incluso la iba a esperar a la salida del colegio, entonces decidimos trastearnos y nos fuimos a vivir a un apartamento en el tercer piso de un edificio del barrio El Tamaco”, recuerda María Esperanza.

Lady Johana, que tenía apenas 14 años, había ganado varios concursos de belleza, Niña Ocañerita y Niña Ocaña, que organizaban en ese municipio, y además de bonita, era muy buena alumna. “Incluso se ganó una beca en el colegio Rafael Contreras Navarro”, agrega María Esperanza.

Pero el acoso de Wilmer a Lady Johana no mermaba: “El tipo se la pasaba parado en la esquina del edificio, como vigilándonos y pendiente de mi hija. Tres meses después y aprovechando que yo estaba trabajando, el tipo entró a mi apartamento y se llevó la niña, a pesar de que mi hijo Luis Miguel, que en ese momento tenía 11 años, trató de oponerse”. Sin embargo, Lady Johana regresó a la casa en horas de la noche.

A raíz de ese suceso, María Esperanza tomó nuevas medidas: “Cogí la costumbre de dejarla encerrada a la par que la cambié de colegio, la puse a estudiar en el Monseñor Pacheco, pero el tipo iba al nuevo colegio a buscarla”.

Pero la obsesión del paramilitar por Lady era cada día mayor. “Una noche le estaba alistando los cuadernos cuando timbraron y abrí la puerta y era Wilmer, le dije que él no tenía que estar ahí y que se fuera, entonces el tipo me empujó y se entró, yo lo único que pude hacer fue coger de la mano a mi hija menor, Cindy Fernanda y nos fuimos al frente del edificio, mientras que mi hijo José Miguel se escondía debajo de la cama y el tipo se encerraba con Lady Johana”, dice María Esperanza.

Ante eso que estaba ocurriendo “un vecino que vivía en el segundo piso decidió llamar a la Policía, y al ratico llegó la Policía y también el Ejército. Viendo que había tanta fuerza pública y que no tenía por donde escaparse del edificio, el tipo salió cogido del brazo de la niña, a quien le apuntaba con un revólver a la cabeza, y también tenía una granada en la mano”, recuerda.

“Los policías le decían que entregara la niña, pero el tipo no hacía caso, entonces se fue a pie con la niña de la mano y haciendo tiros al aire; la fuerza pública no pudo hacer nada porque temían que le hiciera daño a la niña.  Llegó a la esquina, pasó por el parque Tacaloa, cogió por el Camino Real y llegó a la vereda La Madera, cerca a Ocaña”, cuenta María Esperanza.

En ese lugar se llevó a otra niña, a la que le quitó los zapatos para dárselos a Lady: “Eso fue entre semana. A los dos días yo continuaba con esa angustia porque no sabía qué pasaba con mi hija, y cuando estaba en una reunión frente a mi casa de repente llegó alias ‘el Indio’ (el comandante paramilitar) y tres ‘paracos’ más a decirme que le dejara revisar mi apartamento para ver si allí estaban encerrados Wilmer y Lady Johana, a lo que respondí que no tenía encerrado a nadie y que más bien mirara lo que estaba haciendo Wilmer, que se había llevado a mi hija hacía dos días y no la había traído.

“Al rato me llamaron del barrio Gustavo Alayón, donde nosotros habíamos vivido, para avisarme que había un tiroteo; yo me asusté porque sabía que por ahí vivía Wilmer y él tenía a mi hija. Parece que en un enfrentamiento entre los mismos paramilitares murió Wilmer, pero a mi hija no le pasó nada. Como que lo mataron porque se les estaba saliendo de las manos”, narra María Esperanza.

A raíz de eso, Lady Johana quedó muy afectada, por lo que María tomó la decisión de llevársela a Bogotá y dejarla temporalmente en un albergue en la capital, ciudad en la que Lady Johana conoció a un muchacho, del que se enamoró y quedó embarazada. Eso fue en 1999, a los 15 años de edad.

El bebé fue bautizado Carlos Andrés Vega, con los apellidos de ella, y a los seis meses de vida y debido a problemas de Lady Johana con el papá del bebé, mamá e hijo regresaron a Ocaña.

Durante las primeras semanas, después de su regreso a Ocaña junto con su bebé, Lady Johana permaneció encerrada. Pasado un tiempo comenzó a salir, y un día estaba con una amiga en un sitio de Ocaña, cuando allí llegó un grupo de cuatro paramilitares, entre esos alias ‘Diomedes’. “Él le dijo algo a Lady Johana, que ya estaba cerca de los 16 años de edad, y ella le contestó groseramente, ante lo que él reaccionó pegándole una cachetada. A los pocos días Lady me manifestó que tenía miedo porque temía que los paramilitares la fueran a matar”, recuerda.

A raíz de eso, María Esperanza un día se dedicó, en compañía de Lady, a buscar a Diomedes. En medio de la angustia, María conoció a un sargento del Ejército a quien le manifestó que su hija corría peligro, a lo que el militar le dijo que no se preocupara, que a la niña no le iba a pasar nada.

Hacia finales de agosto de 2001, ante la incertidumbre de que a Lady le pasara algo, María Esperanza decidió enviarla a Barranquilla. Lady no duró muchos días en esa ciudad, para el 13 de septiembre decidió volver a Ocaña.

La desaparición

El 25 de septiembre de ese año Lady Johana salió y nunca regresó a su casa. Ante esa situación María decidió acudir al Ejército, y después de hacer algunas averiguaciones le dijeron que posiblemente los paramilitares no tenían a su hija, que al parecer era la guerrilla.

“Yo la buscaba por negocios, bares, prostíbulos y nada de nada. Pasó el tiempo y yo les dejaba notas escritas a los paramilitares en los sitios donde ellos se hospedaban, en las que les preguntaba por mi hija, pero nada, no decían nada”.

“Un día estaba en mi trabajo en la Alcaldía y me dijeron que John, el comandante de los paramilitares en Ocaña, estaba por ahí cerca, así que yo salí corriendo a enfrentarlo y preguntarle por mi hija, pero al verlo no fui capaz de abordarlo. Me dio miedo”.

Después de cinco años se enteró de que a John lo habían capturado. De ahí en adelante su vida la dedicó a asistir a las audiencias y citas de Justicia y Paz, buscando que alguien le dijera dónde estaba Lady Johana.

Según María, en una de esas audiencias John confesó que a la niña la habían matado 15 días después de habérsela llevado (es decir, el 10 de octubre de 2001), y que su cuerpo se encontraba en un predio llamado Piedra Partida, pero que él no estaba en Ocaña cuando la asesinaron, que el crimen lo había cometido Diomedes.

“También dijo que tuvo la intención de entregar el cuerpo de la niña, pero que en los días en que lo iba a hacer, se enteraron de una orden que había dado el máximo comandante de los paramilitares en la zona, conocido como ‘Juancho Prada’, de matar a todos los paramilitares de Ocaña”, recuerda María.

Después supo que en un municipio vecino habían asesinado a Diomedes. No obstante, hay otros paramilitares en la cárcel que supieron del caso de Lady Johana, pero guardan silencio sobre la ubicación de sus restos. “Yo he ido a Piedra Partida, he escarbado y revisado y nada”, asegura María.

Pero el amor de madre y su batalla por encontrar a Lady Johana, también la han llevado en una travesía por otras regiones del país y a ser víctima de engaños por parte de avivatos. “En alguna ocasión me dijeron que mi hija había aparecido en Valledupar, pero resultó que era una enfermera que también se llamaba Lady Johana”.

En otra ocasión unas personas le dijeron que ellos le entregaban a su hija a cambio de que les diera una alta suma de dinero, para lo cual pidió sus cesantías, viajó a Yopal, pero todo resultó ser una estafa.

El tiempo cura las heridas

“Antes yo quería hasta matar a John, que es el único que vive de los que tuvieron que ver con lo que le pasó a Lady, no solo porque ellos la desaparecieron y mataron, sino porque no me entregan su cuerpo, pero el tiempo se ha encargado de cerrar las heridas, y gracias a Dios tengo un nieto que me dejó Lady Johana, y digamos que eso me da un poco de consuelo”.

Hoy, Carlos Andrés tiene 19 años, en dos meses culmina el bachillerato, “es cantante vallenato, talento heredado de Lady Johana, incluso grabó un sencillo denominado Me gustas tú, y quiere estudiar producción musical; es un buen muchacho, serio, trabajador, se gana la plata en los bares cantando”, dice con orgullo su abuela.

La desaparición de Lady Johana también trajo consigo otras consecuencias: hace cuatro años su esposo y padre de sus hijos los abandonó, y esos hijos comenzaron a consumir drogas, cayeron en la depresión, aunque ya están superando la adicción.

María Esperanza continúa con su trabajo en la Alcaldía de Ocaña, donde se desempeña como secretaria desde hace 37 años. “Colaboro con la gente haciendo tutelas, hace poco me dio por estudiar derecho y ya llevo cuatro semestres en la Universidad Autónoma del Caribe, en la sede de Ocaña, aunque el último semestre me tocó postergarlo”.

Como compensación por los daños sufridos por la desaparición de su hija, María recibió en el 2014 la indemnización administrativa por parte de la Unidad para las Víctimas. 

Eso sí, esas ocupaciones no le hacen olvidar la labor que lleva en el alma: seguir buscando los restos de Lady Johana, la hermosa niña, inteligente, bailarina y cantante que la guerra le quitó.

(Fin/CMC/EGG/LMY)

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