Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Caucheras y su apuesta por la resurrección económica y social

Por Erick González G.

Parece un pesebre. Solo falta la estrella de Belén, la santa pareja, el santo niño y los dos animales a cada lado de la cuna y tenemos la instantánea. Sí, el centro de Caucheras, corregimiento de Mutatá, en Urabá, donde está la iglesia, parece un pesebre. Y como se sabe, el pesebre original tuvo un final invertido: anunciaba un calvario. Y si nos remitimos al calificativo de “paraíso” que sus habitantes le acomodan, recordemos que todo edén entraña una serpiente.

Hace algunas décadas en ese paraíso había otras formas deletéreas de violencia, pero la caída se presentó en los años 90, con el arribo de los paramilitares. Ese hecho lo atestigua Luz Adriana Sepúlveda, nacida en Dadeiba, criada en Caucheras –víctima de desplazamiento forzado y por el homicidio de su esposo, en 1997–, quien lidera el Comité de Impulso en su comunidad, que es Sujeto de Reparación Colectiva por parte de la Unidad para las Víctimas.

Su testimonio, pródigo en anécdotas, contrasta tres épocas, tres grupos diferentes y un solo miedo verdadero.

Luz Adriana llegó a Caucheras en los 70, siguiendo la estela de sus hermanos, que se aventuraron hacia la incertidumbre de un sueño. La economía de la región era incipiente. Su esplendor emergió en los 80, cuando sesenta y seis campesinos conformaron la Asociación de Productores de Caucho (Asoproca), membresía que en 1984 convenció al Incoder de entregarles predios a los campesinos. La prosperidad fue imparable. El negocio del caucho se estiró hasta alcanzar la satisfacción y la felicidad.

Ese brillo lo deslucía una desconfianza y una amenaza: “El Ejército amedrentaba a la comunidad porque pensaban que éramos guerrilleros”, refiere Luz Adriana ante el recelo. Pero las reglas las imponía la guerrilla: “Si hay chismes se resuelven o se van o los matamos; si hay drogadictos o se componen o se van o los matamos; si hay ladrones o se componen o se van o los matamos”, eran los preceptos que, según Luz, reflejaban la conminación.

Ante esta dicotomía que sumía a la comunidad en la perplejidad, el sudor de la frente y ser flexibles como el caucho fue el camino seguro… hasta el arribo de los paramilitares. En 1997, el presagio de ese vía crucis se cumplió.  

“Cuando llegaron los paramilitares con el Ejército, desde Chigorodó, se uniformaban igual, y solo los diferenciaba la capucha en la cara. Nos sacaban de las casas, nos reunían en la cancha, nos desaparecieron a un muchacho, nos mataron a varios líderes de Asoproca; todo por la misma acusación: ayudar a la guerrilla”, testimonia Luz Adriana.

El memorial de agravios incluye, además, algunas masacres y el asesinato de su esposo el día en que su hijo cumplía cinco meses. “Les pregunte por qué y no me respondieron. Tuve que irme de Mutatá porque en la morgue le dije a la Policía quiénes lo habían matado y las características de la camioneta que tenían… Ellos me decían que estuviera tranquila. En esas, los culpables pasaron de bajada, de Mutatá a Chigorodó, y la policía los paró. Los señalé como los que habían matado al papá de mi hijo. Los policías hablaron algo con ellos y los dejaron ir. Por eso, al día siguiente, después del sepelio de mi pareja, me tocó salir hacia Medellín en avioneta”.

Lo que representaba el caucho se encogió. La tristeza de un ocaso y la resignación desocuparon la región. Caucheras, Mutatá y el corregimiento de Bejuquillo se despoblaron. Tal vez el desplazamiento forzado de campesinos más mediático ocurrió el 20 de julio de 1997, por culpa de un combate entre la guerrilla y los paramilitares. Sus hermanos tuvieron la osadía o la insolencia de hacer caso omiso a esa realidad. Permanecieron en la región. A uno de ellos le quemaron la casa.

En la capital antioqueña, Luz Adriana estuvo desde febrero de 1997 hasta el 2000, respaldada solo con los valores que le inculcó su madre. “Imagínese un campesino en Medellín, con un hijo de cinco meses. No sabía qué hacer, solo había hecho el bachillerato. Estaba desorientada por la muerte del papá de mi hijo. Vivía en una invasión. Tenía miedo… veía a un moreno y me asustaba. Decía que me iban a matar. Una amiga me dijo que fuéramos a pedir a la Minorista, la plaza de mercado adonde llegan productos de Urabá. No era pedir trabajo, era pedir comida. Después de un tiempo dije: no soy capaz”.

Decidió regresar a Caucheras pese a las advertencias de sus hermanos que vaticinaban la muerte. “Prefiero que me maten, pero no puedo vivir más en Medellín. Tuve que pedir permiso para regresar. En esa época el comandante de la zona era Elkin Castañeda. Al regresarnos tuvimos la necesidad de continuar con el trabajo social que hacían los antiguos, que era con el caucho, pero cuando llegamos no había mucho”.

Otras siembras se adueñaron de las tierras, y la recuperación del caucho presentaba dos retos: la paciencia y el bolsillo. Su rentabilidad inicia a los cinco años de vida del árbol, cuando su tamaño permite la producción de caucho y látex. Así que este árbol debió abdicar a su reinado en la región en favor de otros productos que facilitaran el sustento de la comunidad.    

Con la desmovilización, en el 2005, se calmaron las aguas, y los habitantes comenzaron otro periplo de esfuerzos para salir adelante.

El rey mago 

En el 2014, la comunidad tuvo un encuentro cercano con la Unidad para las Víctimas que evolucionó hacia la designación de Caucheras como Sujeto de Reparación Colectiva en el 2015, hecho que devolvió las sonrisas a sus habitantes.      

“El Plan Integral de Reparación Colectiva (Pirc) ha sido muy importante para toda la comunidad. En este plan hemos tratado de gestionar el problema de agua que tenemos, para arreglar las bocatomas y mejorar la calidad del agua de aquí”. 

A causa de este Plan, la Unidad y el Banco Mundial favorecieron con un tractor a este Sujeto, que la comunidad ha puesto a producir para su provecho y que los ha motivado para otra aventura.  “Con esta máquina hemos sacado un proyecto de arroz, por primera vez, para ver cómo nos funciona para poder seguir con otros proyectos. Es una experiencia nueva, porque estas tierras son muy secas, pero tratamos que este arroz sea producido aquí, con el fin de poder darle a sus familias este alimento y poder comercializar lo que quede para suplir otras necesidades de la comunidad”.

“El tractor también lo alquilamos para que produzca. De eso recursos sacamos una parte para su mantenimiento y la otra para obras comunitarias y sociales; por ejemplo, durante la pandemia, sacamos recursos para darles mercado a varias familias, compuestas por mujeres cabezas de hogar que tienen muchos niños”.

El tractor, además, ha permitido subsidiar los tratamientos médicos de su gente y adecuar la casa de la Junta de Acción Comunal con mesas, sillas y computadores.

En cuanto a lo individual, “algunas personas de la comunidad se sienten muy contentas con el apoyo de la Unidad; varios han emprendido algún proyecto productivo; algunos fueron beneficiados con ayudas humanitarias, que han invertido en pollos; otros invirtieron la indemnización en un negocito en la casa y han tratado de mejorar su calidad de vida”.

Sin embargo, pese a estas alegrías, el colectivo siente que esta relación está a medias. “Falta mucho por hacer y la Unidad lo sabe. No ha sido fácil, porque el plan debería ser acompañado de la alcaldía y la gobernación; por eso es importante la ampliación de la Ley de Víctimas, porque más que una indemnización necesitamos acompañamiento de la institucionalidad, para mejorar la calidad de vida de la comunidad”.

Es evidente que Caucheras no será la misma de hace 24 años, cuando había empleo formal y las familias no vivían precariamente. Por lo pronto anhelan una buena organización y la ausencia de rencores, entre otras ilusiones. “Aspiramos a que las divisiones se acaben, que sea una comunidad donde puedan vivir todos y tranquilos, y que nuestros hijos también lo puedan hacer en convivencia, que las instituciones y entidades vean a Caucheras como una comunidad próspera, tranquila, sin violencia, que vive humildemente, pero tranquila”.

De esta forma Luz Adriana hace recordar que para que un pesebre se considere completo debe tener a Melchor, Gaspar y Baltasar, y si bien anuncia un calvario, igual garantiza una resurrección.