Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Santiago Quintero González

Las Cositas Ricas de la vida

Este pereirano de poco más de 40 años nunca pensó que su vida en la tierra que lo vio nacer fuese a dar un giro tal que lo llevara a convertirse en víctima del conflicto armado, sin embargo el tren del destino nunca paró y bajarse no era una opción válida.

Santiago Quintero González nació en una familia promedio de Pereira, un hogar pequeño conformado por dos hermanos más y su madre que fue quien los crió, su papá tiempo después de haberlos tenido se separó, por eso que hoy los expertos llaman incompatibilidad de caracteres.

Vivían en un sector de la Perla del Otún que en aquella época (1972) apenas se estaba poblando, Naranjito, hoy barrio popular, estaba conformado por parcelas y fincas pequeñas que con el tiempo terminaron comidas por obras de concreto y donde los pastizales poco a poco se convirtieron en manzanas y calles de cemento.

Después de la separación, su madre y sus hermanos decidieron irse a vivir a Quimbaya, seguramente por curar el despecho su progenitora optó por poner distancia para sanar la herida y convertirla solo en un mal recuerdo, 7 años pasaron para que Santiago decidiera aventurarse a vivir con su papá de nuevo y estrenar madrastra.

Su sueño de estudiar quedó enterrado en la finca en la que su papá lo puso a trabajar a sol y luna, y para remate la comida era lo peor, con el paso de los días sus aventuras lo llevaron a conocer medio país y aprendió el valor de lo que se tiene, cuando no se tiene.

“Para no matarla (a su masdrasta), tomé la decisión de irme a raspar coca con un primo al Guaviare, definitivamente madre solo hay una y la relación con la nueva compañera de mi papá cada día iba de mal en peor, por eso a mis 17 años la mejor opción fue la aventura, además yo no me la dejaba montar de nadie”.

Avioneta, lancha, caballo sus primeros y únicos medios de transporte para llegar a su nuevo hogar, adentrado en la selva conoció del proceso de la coca, no había fechas especiales, ni el 24, ni el 31 de diciembre existían en el calendario y para colmo de males cada 5 minutos repetían en la radio la canción que mortificaba a los raspachínes “El hijo ausente” de Pastor López.

“Ahí es dónde comienzas a pensar yo qué hice, durmiendo a cientos de kilómetros de la ciudad, sin las comodidades del hogar, colgado en un hamaca tratando de dormir con el constante zumbido  en los oídos y las picaduras insoportables de millones de zancudos que brindan la bienvenida al visitante”.

Esa vida fue casi una cárcel por mucho tiempo, con pasta y yuca al desayuno, almuerzo y comida, el pago no era suficiente y la experiencia aunque inolvidable, también irrepetible. Sin embargo Santiago aprendió a convivir con esa rutina y duró allí casi 8 años aprendiendo de nuevas experiencias.

“De allá salí vivo por la grandeza de Dios, ya tenía mis cositas y había aprendido a defenderme, me hice a una parcela y comencé a montar mi casita, pero repentinamente me tocó venirme amenazado por las FARC, estuve retenido por ellos 6 horas, un jefe que tenía les dijo que me había robado una mercancía que era de ellos, me llevaron hasta más allá de Miraflores y me tocó pagarles una multa para ser liberado, luego me dieron dos horas para abandonar la zona y allí terminó mi historia en Guaviare, la ley del destierro”.

Tras su regreso a Pereira, su padre falleció a los pocos días, dejó la finca y algún dinero como herencia y eso fue suficiente para que Santiago y sus hermanos montaran su primer asadero, comenzaron a progresar y como en sus aventuras selváticas también había aprendido sobre temas de lanchas y navegación, conoció al dueño de algunas lanchas que prestaban el servicio de transporte a orillas del imponente Cauca.

En poco tiempo se convirtió en el dueño del mejor asadero de la zona (año 2008) “Nos vendíamos diario cerca de 2 millones de pesos, solo vendíamos carne asada y arepa”, y además administrador de un flotilla de 8 lanchas.

Pero la dicha no duró un suspiro, un comandante paramilitar al cual le decían el ‘Mono’ lo mandó a llamar para pedirle el ‘favor’, que le ayudara a transportar 80 fusiles desde el Chocó, Santiago como siempre tentando a la muerte respondió que no; su osadía terminó en un nuevo desplazamiento, ahora hacia Buenaventura, una vez más todo se había perdido.

Finalizando el 2013 y ya cuando la marea había bajado Quintero González regresó a su tierra de origen, acostumbrado a arrancar de cero, pidió trabajo en un asadero como mesero y al poco tiempo ya estaba haciendo lo que más le gustaba, su puso al frente de la parrilla y comenzó a deleitar a los vecinos con sus costillas en todas las cocciones posibles y mágicos chorizos que aprendió a embutir a mano por medio del SENA en un curso de manipulación de alimentos.

Trabajó fuerte durante dos años sin sacar un solo día de descanso, en ocasiones hasta 17 horas asando y ofreciendo degustaciones para posicionar el producto como dicen en el mercadeo, finalmente “Cositas Ricas”, alzó vuelo y  sobre todo los fines de semana se convirtió en toda una sensación.

“Ahora tengo la oportunidad hasta de brindar trabajo, mis hermanos y mi cuñado laboran conmigo y mi deseo es sacar de acá con qué poder comprar una casa y por qué no montar otras sucursales en la ciudad”.

“La verdad no le he puesto mucha atención al tema del desplazamiento, sé que como desplazados tenemos unos derechos y sí he ido un par de ocasiones a la Unidad para las Víctimas, pero realmente me mantengo muy ocupado trabajando, obvio quisiera recibir la indemnización con el objetivo de mejorar mi negocio, algún día eso llegará, mientras tanto no hay tiempo para lamentaciones”.

Santiago tienen ahora puertas abiertas en todas partes, proveedores, el arrendatario del local, sus clientes y desde luego el amor de su familia, es suficiente para seguir impulsando a buen puerto esta nueva oportunidad que le dio la vida.

Con respecto a su mensaje para otras víctima, las que esperan que el Estado les responda por todo: “Sinceramente creo que eso va en la mentalidad de cada persona, algunos piensan es que yo nací pobre y así me tengo que quedar hasta que muera, pero la realidad es otra, uno es capaz de lograr todo lo que sus sueños le permitan, en el conocimiento está la clave, aprender y explotar ese conocimiento es fundamental”.

Acerca del proceso de posconflicto que vive el país, esta es la opinión de una víctima real: “El solo hecho de pensar que son 7.000 fusiles que dejan de disparar es maravilloso, una señora decía: es que les van a pagar, pero eso es lógico, quién se sale del monte para venir a aguantar hambre en la ciudad, si los desmovilizados tienen dinero eso mueve la economía, necesitamos vivir esta nueva oportunidad que se está dando en el país, lo que pasa es que es muy fácil hablar cuando estás por fuera del conflicto”.

“Realmente yo dejé todo en manos de Dios, yo no sé qué es el rencor, todo quedó en el pasado, decidí empezar una nueva vida, creo que para que una persona pueda superar esos hechos debe concentrarse en sus metas y seguir adelante, es difícil, pero no imposible”, afirma sobre su propio duelo.

“Quiero ser un buen empresario, aquí vendemos los mejores chorizos de la ciudad, espectaculares costillas, estoy seguro que mi producto es el mejor, porque le estoy dando a la gente lo que a mí me gustaría que me brindaran en cuanto a los alimentos y desde luego servicio, la calidad es indispensable, estas son las Cositas Ricas de la vida”.