Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Angélica Bello

¡Mujeres, se puede!

Aunque no ha recibido su reparación, Angélica Bello le apuesta a la participación de las víctimas y trabaja por los derechos de las mujeres.

La hija de María del Carmen Agudelo y de Luis Eduardo Bello nunca pensó que dedicaría su juventud y buena parte de la vida a la defensa de los derechos humanos. Con 45 años, tres hermosas hijas y un hijo varón a quien define como “el hombre de su vida”, Angélica Bello Agudelo ha sido creadora de experiencias loables, donde la vida y la muerte han caminado por la misma acera, y cuyas sombras, a veces toman el color dorado del mar en las tardes, y a veces, de las oscuras soledades que suelen acompañarla en Bogotá.

Su vida está inspirada en la defensa de los derechos, sobre todo de aquellas mujeres abusadas sexualmente y que han sufrido acceso carnal violento, como ella misma lo vivió en la capital del país un día del año 2009, que no merece ser mencionado, para no volverlo una efeméride humillante.

El drama de esta mujer inició hacia 1999 en el Casanare, cuando los paramilitares arrebataron a sus dos hijas, de apenas 12 y 15 años. Pero, no pasaron más de 20 días para recuperarlas, y quedar desde entonces, en la lista negra de estos grupos armados. Angélica huyó a Villavicencio de donde también debió salir por cuenta de las crecientes amenazas. Desde entonces viene librando una batalla sin cuartel contra el reclutamiento de menores, junto a la defensa de las mujeres víctimas, que en Colombia, según ella, ascienden al sesenta por ciento. En su lucha, ha sido clave el apoyo de la Defensoría encargada de asuntos para la mujer, la niñez y la adolescencia.

La Fundación Nacional Defensora de los Derechos Humanos de Mujer (FUNDHEFEM), organización que ella inició en 2006, protege los derechos de las mujeres víctimas, no solo en el marco del conflicto armado, sino por otras intolerancias. En la actualidad, trabaja con más de 350 mujeres. Sus ojos se deshielan cuando recuerda los casos de niños que han nacido víctimas de violaciones, cuyas madres suelen ver en ellos a sus victimarios, pero no pierde la Fe de que el Gobierno diseñe y ejecute mecanismos para la reconstrucción de estas vidas y de este modo, evite que vuelvan a ocurrir casos de mujeres que llegan a sentir odio por sus hijos.

Sueña con que más mujeres víctimas del maltrato sean tenidas en cuenta y puedan rehacer sus proyectos. Sonríe y narra la noche en que fue de rumba acompañada de varias mujeres víctimas, no propiamente por el conflicto, sino por ataque con ácido o violentada en el seno familiar, entre tantos otros daños. –“Un día pensé que debíamos olvidarnos de todo. Entonces les propuse a las chicas irnos de rumba. Cuando entramos en la taberna, nos miraron como bichos raros, el hombre del mostrador no nos quería vender. Me le acerqué y le dije que le íbamos a pagar…” Esa noche terminaron bailando hasta en las mesas, en la pista y en el tubo.

El camino no ha sido fácil. Pero, recientemente, vivió una de sus más grandes experiencias. El destino la puso en el tercer Comité Ejecutivo creado por la Ley 1448 (Ley de Víctimas y Restitución de Tierras) que se llevó a cabo el miércoles, 9 de enero de 2013 en Casa de Nariño.
Su llegada tuvo dos razones que vale la pena destacar: primero, venía trabajando en procesos con víctimas del conflicto, con especial atención en enfoque diferencial. Ya había sido elegida el 16 de octubre de 2012 como delegada en la Mesa Nacional de Víctimas que se elegiría a finales de ese mes; pero al advertir que dentro de los hechos victimizantes estaba la categoría de violencia sexual, decidió postularse.Un papel con su nombre salió de la bolsa en aquel sorteo que bien recuerda, porque soñaba con el momento de hacer parte de un espacio de participación donde pudiera expresar sus ideas, sin miedo ni vergüenza.

La segunda razón fue motivada por la directora General de la Unidad para las Víctimas, Paula Gaviria Betancur, quien consideró que la presencia de dos víctimas en aquel Comité sería trascendental, sin que hasta el momento se decidiera que esas dos personas iban a ser, Débora Barros y Angélica Bello. Juntándose el destino y estas dos fuertes razones, llegó el miércoles, donde, como ningún otro día, Angélica cumplió un sueño: hacer historia. No consentía aún la idea de que una mujer, sobreviviente de la Unión Patriótica, estuviera interviniendo en una decisión histórica frente al Presidente de la República sin menosprecio de su pasado ni exclusión alguna.

Consciente de que la Ley tiene puntos que merecen todo el análisis, Angélica reconoce en este gobierno el coraje de aceptar que en Colombia sobreviven cerca de 5 millones de víctimas y que hay un conflicto interno. En este reconocimiento sobresale el hecho de que el Estado coloque todo su andamiaje para iniciar un proceso de reparación integral que durará más de una década.

Su llamado dentro del Comité fue claro: “Las víctimas necesitan atención sicosocial”. Valora el trabajo que realiza el Ministerio de Protección Social, al tiempo que propone ser cuidadosos

con el enfoque diferencial, en relación con la mujer afro, indígena, negra, raizal, Rrom, palanquera, campesina, rural y citadina. 

El Comité dejó para Angélica buenas cosas, pues el Primer Mandatario se comprometió con permanecer atento a sus ideas en todo el proceso y pidió que su participación fuera constante. 

Otra virtud la acompaña: no mezcla su vida personal con el trabajo de lideresa. A pesar de las amenazas que reciben sus hijas, y los hechos dolorosos de un 25 de noviembre cuando una de ellas fue golpeada brutalmente en sur de Bogotá, no aboga por su protección, lo cual le ha costado tolerar constantes reclamos de familiares. Recuerda una frase que le dicen mucho: -“mamá, eres candil de la calle, oscuridad de la casa”.

Aunque abandonó sus estudios de derecho en 1989 por el ideario de la revolución, volvió a las aulas en el año 2000, estudiando Administración Pública. En aquella ocasión no la detuvo el viento que arrastraba su corazón hacia el monte, sino la falta de recursos. Sin embargo, con el coraje que heredó de su madre, una valluna, que como ella misma dice, “tiene barriga paisa” siguió adelante con la confección, arte que disfruta desde la niñez, pero que también fue truncado por persecuciones y amenazas. “Lo de confección ha sido siempre mi trabajo de pronto porque mi mamá era modista, y siempre me gustó fregar con la ropa, con los pantalones, meterles parches. Entonces siempre fue como algo que lo hice como por Hobby. Y gracias a Dios es lo que me ha dado para sostener a mi familia. Hasta mi hijo sabe cocer”, sostiene.

Después de bordar con llanto parte de su pasado, Angélica nos cuenta sus sueños. Con cierto escepticismo, aún cree que la paz llegará y cesarán los atropellos. – Aspiro a que dentro de este proceso que se da, y con los pilotajes que hemos tenido, formemos mujeres que asuman este liderazgo. Quiero ser para esas mujeres como quien organiza una marcha para exigir derechos. Y tiempla la voz para decir: “¡Mujeres, se puede; con miedo, pero se puede!”.

Quizás piensa esto, porque anhela el día en que deje a un lado –no del todo- el diario vivir de la lucha, para dedicarse a escribir en algunas páginas el anecdotario de su vida, donde cuente cómo entregó la juventud y hasta sus sentimientos por una causa justa. Quiere que, de su aventura sean cómplices, una finca pequeña y el mar. –Sueño con escribir mi libro, en una casita pequeña, y que cada ocho días vengan a visitarme mis nietos.

Angélica es una mujer con criterio que no calla ante nadie sus pensamientos, pero que reconoce la labor del gobierno en el marco de esta reparación a las víctimas. Cuando cuestiona, también propone. Por ejemplo, considera oportuno que paralelamente a la atención sicosocial, el Estado articule acciones con todas las instituciones para que las víctimas gocen plenamente sus derechos. En ese sentido, propone que a las mujeres víctimas del conflicto se les permita alcanzar formación profesional y empleos dignos. 

Cabe resaltar que la vida de Angélica está llena de curiosidades. En el esquema de seguridad, que forma parte de medidas cautelares otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos debido a su constante exposición a amenazas y atentados, hay dos hombres de origen costeño, también víctimas del conflicto, esposos de dos mujeres que integran Fundhefem, hecho que simboliza el amor que siente por su trabajo. “Sus gorilas”, como acostumbra llamarlos, representan para ella otra virtud de las víctimas; es decir, la fuerza con que asumen sus vidas. Son ejemplo de ganas de vivir que no solo esperan la ayuda humanitaria, sino que buscan los medios para salir adelante y construir con esfuerzo el siguiente día. 

Pero no todo es trabajo en su vida. Esta llanera suele dedicar largas horas a la lectura. Pasa por Isabel Allende y vuelve al anecdotario de Pablo Coelho. De García Márquez solo comparte el reflejo de la costa en sus historias. Sus días transcurren entre la presión de los procesos, el miedo por las amenazas y la paz espiritual. Quizás por eso, hay días en que solo se levanta de la cama para ir al baño; regresa, enciende el televisor y se desconecta del mundo.

Su trabajo de liderazgo es honesto y comprometido, tanto así que cuando salieron las primeras cartillas sobre Ley de Víctimas, personalmente recorrió buena parte del país, entregando en personerías y defensorías el instrumento jurídico con el cual, Colombia empezaría a hacer historia. Asimismo, considera que el epicentro de todo es retomar el proyecto de vida que cada mujer tenía antes de ser víctima. –Esta es una Ley de retos- sostiene mientras toma el café. 

Lo siguiente en la vida de Angélica Bello está por construirse. Un día la veremos frente al mar escribiendo su libro. Mientras tanto, continúa tomando su café y tarareando las canciones de Silvio Rodríguez.