Con sus 1,45 metros de estatura, Nora Elisa se destaca como una de las principales líderes de víctimas en el departamento del Quindío. Esta mujer que nació en Sevilla (Valle del Cauca), y desde muy niña tuvo que irse de la mano de sus padres a territorio cuyabro, es hoy la coordinadora de la Mesa Municipal de Víctimas en Armenia.
Su voz siempre se alza en favor de las comunidades menos favorecidas, es de armas tomar a la hora de exigir acciones que vayan en beneficio de la población víctima, especialmente LGBTI, y a pesar de su continúa sonrisa y el trato amable, el carácter se hace notar cuando de proteger los derechos se trata.
Nora recuerda que su familia estaba conformada de una manera numerosa, cerca de doce integrantes que día tras día se esforzaban por estar unidos y siempre dar lo mejor de cada uno para lograr superar las adversidades que comenzaron a presentarse a muy temprana edad.
“Recuerdo que de los doce, éramos cinco menores de edad, pero pasábamos los días muy felices porque estábamos todos unidos y jugábamos demasiado; éramos una familia de muy bajos recursos económicos y para poder sobrevivir muchas veces nos tocó pedir de puerta en puerta e incluso buscar constantemente en el campo plátanos, guamas, pomas y otras frutas para alimentarnos. Tengo recuerdos muy entrañables de vecinos y compañeritos de infancia que aún hoy logro mantener en la retina”.
Más rápido de lo imaginado, la familia de Nora se vio obligada a desplazarse hasta el departamento del Quindío; con tan solo siete años, ella y sus hermanos, comenzaron a rodar en un camino que fue de pesadilla y del que apenas hoy está levantándose.
“Comencé a verme afectada por esta maldita guerra cuando solo tenía ocho años. Recuerdo como si fuese ayer que estaba con mi hermanito en una vereda del municipio de Génova, en Quindío (la tierra del comandante Manuel Marulanda Vélez), recogiendo la leña que necesitábamos para la comida, de repente salieron unas personas del cafetal, por un momento pensamos que eran campesinos, y una de las mujeres del grupo sacó una lata de frijoles y me la ofreció, y yo muy contenta y con hambre respondí que sí y me fui tras ella”.
Pasarían muchos años para que nuestra relatora volviera a ver a su familia, pues iniciaba con ese recorrido y tras una lata de frijoles, el duro mundo del reclutamiento forzado de menores. Ese día los llevaron camino abajo durante muchas horas, y al cabo de un tiempo la apartaron de su hermanito, el único que la mantenía con la esperanza de regresar pronto a casa, quien en medio de su inocencia pensó que pronto todo estaría bien, pero la fortaleza de Nora fortaleza no fue suficiente y rompió en llanto al imaginar que su compañero de travesuras no estaría más con ella.
“Dos días después llegamos a un lugar en el cual había muchos niños iguales a mí; uno de los hombres que me llevaba manifestó: ‘Es una más de la familia’, y varios adultos con machetes y armas de fuego salieron a ver quién era la niña nueva”.
Esa misma noche le entregaron unas botas plásticas talla 40 y un camuflado inmenso en el que le tocó refugiarse para protegerse el frío. De forma inmediata la obligaron a cocinar con los demás niños y así comenzó su pesadilla, no como niña, sino como una adulta, haciendo y viendo cosas que jamás llegó a imaginar: quemar cultivos, robar ganado, disparar un arma, tener que ver como violaban a las mujeres y otras atrocidades, que se resumieron en 8 largos años de sufrimiento y dolor.
A pesar de los horrores vividos, nada la prepararía para afrontar lo que venía. Luego de pasar por ese grupo y llegar de nuevo a ser parte de la sociedad civil, Nora se encontró con la noticia de una familia destrozada, sus padres ya no vivían en el mismo lugar, se habían tenido que ir por culpa de la violencia y, además, le habían asesinado a su hermano mayor, cuando tan solo tenía 16 años.
“Yo volví a Génova con la esperanza de encontrarlos, pero me topé con relatos increíbles de los vecinos, me sentí una vez más desorientada, no sabía adónde ir, llegué al Valle y pasé muchos días deambulando las calles, por fin pude dar con ellos, pero me encontré con la pared del rechazo y el señalamiento de que era la culpable de lo que les había sucedido”.
Actualmente, Vélez Ortiz es la coordinadora de la Mesa Municipal de Víctimas de Armenia, y ya acumula dos períodos consecutivos, lo que demuestra la confianza que las víctimas tienen en ella y en sus capacidades como líder: “Mi trabajo no solo es por la lucha de los derechos y deberes de las víctimas, sino también por la protección de los derechos humanos y, sobre todo, hacer cumplir a las administraciones municipales, departamentales y nacional, las obligaciones que tienen con nosotros y con las mesas de participación”.