Roque Orellán, la historia de una bala

Víctima de desplazamiento y de un disparo que le ocasionó una discapacidad física hace 26 años, hoy hace parte de la Mesa Municipal de Participación de Víctimas de Lebrija. 

Por Erick González G.

Soy una bala, sí cómo lo leen o lo oyen si alguien cuenta esta historia: soy una bala, y les voy a contar mi historia que es también la de Roque Orellán Díaz, quien nació en Zapatoca, en el departamento de Santander, el 4 de julio de 1973, a quien conozco desde 1994.

Yo no sé cuándo nací, ni en dónde, pero sí sé para qué. Entiendo que para el ser humano saber a qué vino a este mundo le otorga una ventaja que le puede evitar mucho tiempo perdido y esfuerzos inútiles. Saber el mío por ser quién soy, por el contrario, no me enorgullece, estar destinada a la violencia y la desgracia ajena a nadie enorgullece.

Por lo que cuenta Roque, su infancia transcurrió en el campo. Fue una infancia huérfana porque sus padres murieron hace muchos años: hace 38 años su mamá y 42 su papá. Se crio con sus primos y a la edad de nueve años se fue a vivir a Betulia para trabajar en una finca. Deslomó su infancia cultivando café, yuca, mazorca, cacao, en fin, los productos propios de la región hasta cuando el 24 de enero de 1994 el conflicto armado los obligó a desplazarse a Lebrija, un pueblo a 15 kilómetros de Bucaramanga. Pero ese día no fue cuando nos conocimos.

En Lebrija, Roque y sus primos llegaron a vivir donde un hermano, que les dio la comida y la dormida. El hermano trabajaba en un galpón. En siglos anteriores un galpón era donde vivían los esclavos, pero en este se criaban 25.000 pollos, crianza que dura 40 días hasta que la empresa comercializadora se los lleva. Roque trabajó allí un tiempo y luego se fue a buscar lo suyo en lo que mejor sabía trabajar: el campo.

Alrededor de seis meses después de que él arribara a Lebrija, llegó el momento de conocernos con Roque. Yo estaba en poder de un delincuente y no sabía a quién estaba destinada, solo sabía que era para algo malo.
Mi dueño y un compinche habían planeado un robo; tenían la intención de aprovechar que habían pagado la quincena de los trabajadores y no quisieron dejar nada al azar. Eligieron la noche para cometer el crimen. Eligieron la calle y eligieron el bar o tomadero propicio donde encontrar los bolsillos llenos.

Esa noche revisaron sus armas y me cargaron en un revolver. No sé cuántas más como yo había en el tambor, solo que estaban decididos a desocuparlo. Sus corazones se aceleraron. Salimos a la calle y no demoramos en ingresar al tomadero. Roque estaba con un primo y cinco compañeros que trabajaban en una finca.

Había llegado el momento de conocernos con Roque. Desenfundaron y salí a su encuentro. Era obvio que no me esperaba y mucho menos de la forma cómo llegue a su vida. Ingresé en su cuerpo y me estrellé contra su médula espinal. Desde ese momento vivo en él. En el hospital de Bucaramanga quisieron extirparme, pero las resonancias aconsejaron lo contrario. Sin mí, Roque podría sufrir una cuadriplejía. Así que llevo 26 años alojado al lado de su columna vertebral.

Dicen que cuando las autodefensas llegaron al pueblo comenzaron a hacer limpieza social y uno de los atracadores cayó en esa barrida.

Vi cómo tuvo que sobrevivir de los buenos corazones mientras se recuperaba. La Alcaldía de Lebrija le donó la silla de ruedas.

Con el tiempo, Roque montó una tienda y hace unos dos años fue beneficiado con el programa de la Unidad para las Víctimas que busca fortalecer los proyectos productivos de las personas afectadas por el conflicto armado.

El año pasado fue elegido para la Mesa Municipal de Participación de Víctimas de Lebrija, posición que ha aprovechado para ayudar a las personas con discapacidad. Para ello ha aprendido qué hacer y cómo hacerlo, labor que disfruta a plenitud.

Su tienda creció hasta que la pandemia llegó al pueblo y afectó el negocio. En su defecto trabajó cuidando motos en un parque hasta que una medida del gobierno municipal lo impidió, por lo que espera la ayuda de la administración para poder reabastecer su tienda y poner en marcha de nuevo su vida.

Mientras espera esa ayuda o milagro, de la gobernación le informaron que gracias a su diligencia, en lo que queda del 2020, entregarán bastones, muletas y sillas de ruedas para las personas con discapacidad. A través de la mesa municipal también ha logrado que otras víctimas sean beneficiadas con el fortalecimiento de sus proyectos productivos.

Hace poco más de un mes falleció el hermano que le colaboró tanto. Ahora vive con otro hermano, que es sordomudo, con quien se comunica con señas básicas o caseras como él mismo dice, y quien trabaja en oficios varios. Una vecina de buen corazón le ayuda con el almuerzo diario. No tiene mujer ni hijos. Yo trato de no estorbar, pero a veces le causo dolor.


Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones - 2020