Al comenzar este siglo escapó de una masacre cometida por un grupo de las AUC, en las riberas del río Magdalena, cerca de su desembocadura, fuga por la que perdió la visión de su ojo derecho y debió desplazarse. 

Por Erick González G.

29 de noviembre del 2000, 4:30 a.m., brazo Caño Clarín en la desembocadura del río Magdalena.

- ¡Están detonando, están detonando! Y las detonaciones salen de esos tres Johnson, de esos tres botes que viene pa acá. Oye, Raúl, tírate al agua, tírate al agua.
- ¿Por qué?
- Porque tú eres el único forastero de los ocho o nueve que estamos en este Johnson, tú no eres del Morro.

Raúl, que era de Soledad, en el departamento del Atlántico, se lanzó al río para salvar su vida. Los tres botes llegaron al Johnson, y sus ocupantes habían visto a lo lejos que Raúl se había lanzado al río y comenzaron a disparar al agua, pero él, que conocía ese lugar, ya se había escondido cerca a la orilla.

- Me lancé y en el agua me golpeé el ojo no sé con qué; del susto uno no le para bolas, porque de los que venían en el Johnson el único sobreviviente fui yo, al resto los dejaron tendido en las playas de El Morro. Esperé escondido hasta que cuando clareó pasó otro Johnson que me llevó a El Morro y en sus playas vi los cuerpos tirados. Cuando llegué al pueblo no se sabía quiénes eran, pero cuando ellos llegaron al pueblo de Palmira se identificaron como las AUC y ese pueblo se desapareció porque les dieron 24 horas para irse. Ese día, el 29 de noviembre del 2000, yo Raúl Antonio Blanco Rodríguez volví a nacer. Eso sí, perdí la vista enseguida, pero dije que para lo que hay que ver con un solo ojo basta.

Raúl trabajaba de ayudante del Johnson, un bote que era de su primo Darío, en el que generalmente transportaban de 20 a 25 personas de El Morro a Barranquilla, y en el que su primo también salía a pescar al mar durante dos, tres o cuatro días.

- Yo trabajaba con mi primo porque cuando yo estaba mal, él me ofreció el trabajo. Lo ayudé en las labores de pesca, no pescando, sino que viajaba con él en el Johnson a Barranquilla y él entregaba el pescao y yo me encargaba de cobrar en la noche, y cuando terminaba de cobrar al día siguiente arrancaba pal pueblo, y ese era mi trabajo. Yo viajaba tres o cuatro veces a la semana y él me daba un porcentaje de lo que yo cobraba.
Raúl tuvo que desplazarse. Ya había terminado su bachillerato y alcanzó a ingresar a estudiar Derecho, pero la vida lo obligó a escoger entre el trabajo y el estudio.

- Dejé la carrera tirada porque uno desgraciadamente no tiene personas que le hablen al oído. Me decían: “Sabes cuántos abogados hay manejando taxis”… Bueno, cuando sufrí el hecho victimizante y perdí la visión del ojo derecho, salí adelante gracias a Dios, me capacitaron y conseguí trabajo en Electricaribe, y trabajé como oficial de línea de alta tensión, en otras empresas también.

Como decía Raúl: “Para lo que había qué ver con un solo ojo bastaba”, pero el 31 de enero del 2009 sufrió un accidente de tránsito que iría hundiendo su vida en la oscuridad.

- Ese día estaba manejando un motocarro cuando se me atravesó un bus de la nada, me golpeó y no sé cómo una piedra se me metió en el ojo derecho.

Le hicieron dos cirugías, una en la que le quitaron la piedra y otra para suturar, pero sufrió una oftalmia simpática que le afectó el ojo izquierdo. A los cuatro días del accidente, en el ojo bueno comenzó a ver un círculo negro y solo podía ver por los lados. El dictamen oftalmológico: glaucoma. Para rescatar su visión lo operaron de cataratas, le pusieron un lente intraocular, le hicieron una pupiloplastia, en total tiene siete cirugías en los dos ojos. Así inició otra vida en la que tenía que caminar a tientas por este mundo. Sus huellas dactilares se convirtieron en sus pupilas.

- Me dijeron que no podía trabajar más en la empresa. Y a pesar de que no veía claro, veía los carros, el cuerpo de las personas; vendía Bon Ice, vendía los fritos, arepa con huevo, empanadas, chicha, pero el ojo después comenzó a inflamarse, y la ceguera fue empeorando.

Con la pandemia el negocio también se oscureció, pero llegó algo de luz a su vida.

- La Unidad me indemnizó el 26 de mayo de 2020, y con eso compré dos carretillas para vender frutas, aguacate, limón, papaya, melón, fresas, yuca. Espero seguir adelante. Tener mi casita, desde los 14 años estoy trabajando; toda la vida fui independiente, ahora tengo que vivir dependiendo de otras personas, y me falta cotizar un año de trabajo para conseguir mi pensión con lo que puedo mantener más tranquilamente a mi mujer y a mis dos hijos, ya que el menor tiene parálisis cerebral.

Raúl espera con fe que alguien le ofrezca trabajo, espera con esa convicción propia de los que saben que se puede conseguir cualquier cosa en la vida desde que la oscuridad no se lleve en el alma.  


Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones - 2020