A sus 34 años pocas cosas entristecen su andar, pues siempre tiene puesta una sonrisa y un saludo afectuoso para quienes se cruza en su cotidianidad. 

Por Yuli Urquina

—Toto, ¿cuándo hay ensayo? —, pregunta Lucía Tapiero, una de las bailarinas experimentadas de la casa de la cultura de La Unión Peneya, corregimiento ubicado a cuatro horas por tierra del municipio de La Montañita, en Caquetá.

Lucía extraña contonearse al ritmo de la música colombiana junto al grupo de bailarines de la tercera edad que dirige Toto desde hace años. Así como el conflicto armado, la pandemia por la COVID-19 llegó sigilosa a este territorio festivo en el centro de Caquetá, poniendo una pausa obligada entre este joven y sus “muchachas” y sus “chinos”, como afectuosamente les llama; al verlo en la calle lo alcanzan para saludarlo eufóricamente con ansias del retorno a la antigua normalidad.

Toto es el mismo Jefferson Gallego, un jovial servidor de esta región. A sus 34 años pocas cosas entristecen su andar, pues siempre tiene puesta una sonrisa y un saludo afectuoso para quienes se cruza en su cotidianidad. “El Caquetá no es como lo pintan”, aclara de entrada, relatando que vivió una niñez alegre de muchos amigos en su pueblo, un tiempo que añora porque estuvo al lado de sus abuelos, quienes fueron narradores magistrales de historias.

Cuenta Jefferson que doña Inés Gallego, su madre y quien también ha sido su padre, en su afán de protegerlo de los comentarios indiscretos, de las burlas y sobrenombres, le dejó crecer el cabello más de lo habitual desde muy pequeño y durante su adolescencia para ocultar su oído izquierdo, el cual no se desarrolló por completo durante la gestación. Este hecho ocasionó una discapacidad auditiva permanente y una formación diferente de su oreja, condición evidente para él y los niños curiosos y atractiva a los comentarios imprudentes.
“En el proceso entendí que mi oreja no era un problema, a mí me gustaba el cabello largo y lo mantuve así hasta grado once. No encontré esa discriminación, a veces lo hacían, pero para mí era ajeno”, menciona.
Como él mismo afirma, nunca se sintió incapaz de lograr lo que su corazón le dictaba y, al salir del colegio, determinó que su apariencia debía cambiar y que los comentarios no afectarían su autoestima ni su amor por el trabajo social, una necesidad innata de acercar las oportunidades a las zonas remotas. Esta vocación nació desde que presentó sus prácticas en el colegio y descubrió su talento para el baile con ayuda de su hermano mayor.

A inicios del 2000, la presencia de actores armados ilegales se hacía más fuerte en La Montañita y las zonas aledañas; hombres en carros de lujo atemorizaron a la población, empezaron a darse desplazamientos masivos y desapariciones. Las amenazas directas a Jefferson y su familia los hicieron abandonar su territorio y llegar a la capital del país y a otras ciudades en busca de protección y ayuda gubernamental.

“Realicé mi declaración como víctima del conflicto en Bogotá, obtuve mi reparación económica, logré independizarme y mejorar mi calidad de vida. Además, recibí ayudas humanitarias, formación y acompañamiento psicosocial por parte de la Unidad para las Víctimas”, asegura Jefferson.

Cuando la violencia menguó en esta zona del país, el popular Toto decidió regresar para radicarse en La Unión Peneya, lugar conocido históricamente por el desplazamiento masivo de sus habitantes en el año 2004 debido al temor por la presencia paramilitar. En el momento en que él llegó allí, Toto vio con alegría que esta comunidad le había hecho honor al nombre de su municipio, pues habían retornado de manera unánime para luchar por la recuperación de su territorio a partir de su trabajo honesto.

Ya han pasado nueve años desde que Jefferson reside allí, llevando un estilo de vida de servicio a la comunidad junto a sus gatos, sus niños y su gente.

Podría pensarse que los mayores retos en la vida de este montañitense han sido su experiencia por el conflicto, el despojo, la zozobra o quizá su condición auditiva, pero no, el mayor desafío ha sido intentar compartir su modo de concebir el mundo y su pensamiento, dirigido a la protección del medio ambiente, los animales y la alimentación sana.

“Me siento único”

Jefferson se vinculó desde hace aproximadamente un año a la Fundación Arcángeles, una aliada estratégica de la Unidad para las Víctimas que llegó a tierra caqueteña a través del proyecto Sport Power 2, con apoyo de Usaid; esta fundación busca empoderar a las personas con discapacidad víctimas del conflicto a través del deporte.

Desde entonces, Jefferson es un atleta comprometido y su liderazgo lo convirtió en miembro activo de esta iniciativa. “Entreno atletismo desde 2019 con grupos de entre 25 a 30 personas, gané medalla de plata, adquirí amor por la Fundación, aprendo cada día del compromiso de sus profesionales y del poder socializar con los compañeros” menciona.

Para Toto, la importancia de estas iniciativas radica en que las oportunidades lleguen a zonas remotas y permanezcan para el beneficio de su gente, pues es esa continuidad de los procesos lo que permite mantener viva la esperanza.

Finalmente, hoy en día el anhelo de este apasionado sobreviviente del conflicto es tener una estabilidad laboral, volver a tener contacto con la comunidad en el marco de la nueva normalidad y estar en contacto físico con su familia. Son tiempos retadores, pero Jefferson sabe mantener la tranquilidad, porque como suele decirles a sus amigos: “Ante los problemas y la angustia, hago de cuenta que tengo los dos oídos sellados”. 


Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones - 2020