“La guerra fue quien me crio”: Jeiny Jarro, víctima de homicidio y desaparición forzada

Por el conflicto armado, Jeiny Alexandra Jarro Achagua, nacida en Aguazul, Casanare, a los ocho años ya cargaba en el alma el asesinato de su padre y la desaparición de su madre. Luego de una niñez y una adolescencia de escasez y de buscar por años con sus hermanas los restos de su madre, hoy habla de perseverancia, perdón y fe.

Por:  Erick González G.

“La guerra fue quien me hizo a mí, la guerra fue quien me crio; todo lo que me pasó fue lo que me motivó a ser lo que soy hoy”, afirmó triste Jeiny Alexandra Jarro Achagua, a los 28 años, pero con esa seguridad de quien se ha tenido que inventar desde niña a punta de orfandad, escasez, trabajo, esperanza y fe.
El primero de esos sustantivos comenzó a moldear su destino a los cuatro años de edad, cuando llegaron unas personas a su casa que luego de golpear a su papá, un conductor de camioneta, lo asesinaron, sin dejar escapar una palabra que delatara el motivo.
Debió ser una confusión; es una verdad que siguen esperando. Igual eran unas niñas; desconocían cosas que pasaron. Lo único que Jeiny tenía claro era que era feliz en esa época, era una niña, hacía las cosas de una niña; tenía comodidades porque tenía unos padres que le brindaban esas comodidades.
Pero el 25 de noviembre de 1999, a la 1:00 p. m., a sus ocho añitos, ese destino tomó forma: estaba con la hermana menor cuando entraron muchos hombres armados a la casa buscando a la mamá: la amarraron, la golpearon, en su inocencia la abrazó, pero esas personas la apartaron de forma violenta y se la llevaron, eso sí, los amenazaron a todos para que no le informaran a nadie.
Durante cinco horas las dos niñas estuvieron solas, no se acercó un solo funcionario de alguna entidad. Hacia las seis de la tarde llegó la hermana mayor y luego, la policía, que tenía su sede a dos cuadras de la casa. El segundo y tercer sustantivos tomaron las riendas de su vida.

Escasez y trabajo arduo
 
Eran cinco mujeres. Sólo recuerdo a dos personas que tuvieron gestos buenos, a las cuales les agradezco en el alma, regalaron ropa, que se preocuparon. No tenían qué comer, cortaban la luz, el agua, y no tenían qué llevar para el colegio, incluso Jeiny tiene un defecto en los dedos de los pies, porque los huesitos de sus pies no son rectos, son curvos, porque duró con un par de zapatos casi cuatro años, porque no había con qué y económicamente no tenían apoyo de nadie, ni ayuda de nadie, y su hermana mayor tuvo que dejar sus estudios para dedicarse a trabajar.
Jeiny hacía aseo, madrugaba para lavar ropa o apoyaba a su hermana lavando ropa para tener el sustento del día, para sobrevivir de la manera más correcta, de no hacer cosas malas y ganándose el recurso humildemente, como lo podían hacer en ese entonces, limpiando establecimientos, vendiendo minutos, en lo que pudieran para rebuscarse la vida.
Por eso, para su hermana mayor se esfumó la oportunidad de regresar a las aulas. La que le sigue llegó hasta quinto. A su otra hermana las circunstancias de la vida la condujeron a la cárcel, aunque se graduó de bachiller. La hermanita menor sí ha podido estudiar gracias a los beneficios. Jeiny hizo doce meses de ingeniería civil, pero no se pudo sostener económicamente y desertó de sus estudios, aunque después de un tiempo hizo un técnico.

La esperanza y la fe
El rebusque ni la corta edad fueron impedimentos para buscar a la mamá. Era muy pequeña y recuerdo que tuvieron que ir a Sogamoso porque decían haber encontrado a la mamá. Allá le mostraron las fotos de las presuntas personas a ver si se parecían a las que habían estado en la casa. También estuvieron preguntando en Vichada y en Casanare. Sus hermanas estuvieron en Maní y en Tauramena buscando; a donde les dijeran que estaba, ellas iban, preguntaban y buscaban información.
Fue un rompecabezas escuchar a un excombatiente, escuchar a otro, unir piezas, tocar puertas, ver cuál era el sitio, cuál era el lugar, cuál era la verdad, en realidad fue difícil.
Además, años atrás no había la posibilidad de reunirse con excombatientes porque no se sabía cómo iba a reaccionar la víctima.
 
Cuando dieron esa oportunidad, claro que con el compromiso de estar calmada, de no exaltarse, de no desmayarse, porque muchas cosas pueden pasar, reconoció a una de las personas que estuvo en ese entonces, así que se acercó, le dio la mano y le dijo: “Yo soy la niña que cuando tenía ocho años ustedes sacaron a mi mamá de la casa”. Ellos no tienen casi gesticulación, pero en sus ojos vio cómo se derrumbó internamente y no pudo decir nada. Sencillamente dio la mano y siguieron, después tuvieron la oportunidad de compartir un momento, y contó que tenía hijas, que era difícil, que no estaba ahí porque sí, y de una u otra manera Jeiny entendió que el perdón inicia desde nosotros mismos.
Ese encuentro se produjo porque los victimarios ayudarían a buscar los restos de los desaparecidos porque sabían la ubicación de las fosas. Ellos decían tal lugar y allá íbamos y escarbábamos, ellos cogían palas y ayudaban a abrir los huecos, se hicieron muchas excavaciones, con los sentimientos encontrados, desafortunadamente no encontraron a la mamá, pero se veía en ellos esas ganas de ayudar, esas ganas de colaborar, esa necesidad de sanar tanto mal que ellos habían cometido.
Jeiny entendía que a esas alturas de la vida era muy complicado conseguir la verdad sobre qué los motivó a cometer esos delitos, porque muchas de las personas que estuvieron en el hecho de la mamá están desaparecidas o muertas o distribuidas en diferentes cárceles del país.
Tuvo la oportunidad de compartir con algunos exparamilitares en el 2010, en Tauramena; ellos estaban en la cárcel, y sabía que nada justificaba lo que hicieron, pero entendimos que ellos cometieron esos actos a raíz de lo que tuvieron que vivir; ellos comentaron que también fueron víctimas, que a muchos les tocó porque los obligaron o porque eran ellos o los otros, que les tocó porque les mataron a sus papás, porque mataron a sus hijos, y por eso les tocó unirse a esta guerra sin sentido. Por eso no los juzgo. Allá dijeron que los restos estaban en una vereda cerca a Tauramena… después fuimos y no se encontró nada. Pero, en un acto de búsqueda espiritual, Dios le dijo que la encontraría.
Hace un año en un encuentro deportivo que Jeiny tuvo con victimarios en la cárcel de Yopal, con ocasión de la conmemoración de la Semana del Detenido Desaparecido, pudo identificar que muchos de ellos también buscan a sus familiares.

El hallazgo
El día que encontraron los restos, su hermana menor era la única de la familia que estaba presente. En la finca donde descubrieron los restos se habían dado por vencidos, pero la menor insistió para que la retroexcavadora escarbara una última vez porque tenía la esperanza de que los encontrarían. De repente la máquina se detuvo al tocar algo, excavaron con cuidado y encontraron unos restos óseos, pero no sabían de quién se trataba. La menor era muy pequeña cuando pasó lo que pasó, tenía 18 meses; tal vez si hubiera estado Jeiny en ese momento de una vez hubiera reconocido las prendas, porque se encontró una moña, una bamba, el cabello, el brasier entero de marca especial que usaba, y que las que habíamos compartido más tiempo, reconocíamos. Eso fue en aquella vereda de Tauremena que le habían confesado en el 2010. Era la tercera vez que buscaban allá.
Pero sus hermanas mayores no quisieron creer porque hacía poco les dijeron que habían visto a una mujer muy parecida.
 
Eso fue en el mes de agosto de 2016 y hasta diciembre de 2017 les informaron los resultados de la prueba de ADN: eran los restos de la mamá.
Sé que Dios nunca las desamparó, Jeiny siempre creyó que era una niña adoptada por Dios, el que hoy en día las tiene aquí con vida.
Jeiny ya recibió la indemnización administrativa por este hecho. La Unidad para las Víctimas las acompañó en la entrega de los restos. El 18 de diciembre de 2017 fueron las exequias.
Y sí, Jeiny lo logró, sus hermanas lo lograron, ahora pueden descansar, encontraron los restos de mamá, y yo puedo descansar, me encontraron, y es cierto Jeiny lo que presentías: que siempre estuve con ustedes, cuando esas personas les ayudaron, cuando escarbaban, cuando perdonamos, cuando en el 2016 Dios te dijo que me encontrarías.
Sé que estudias quinto semestre de Ingeniería de Sistemas y que por el COVID-19 tus hermanas están sin empleo, pero tú te preparas para retomar el tuyo: trabajar con comunidades en temas de empoderamiento y liderazgo, y mediante el arte construir memoria. Para esto último incluso incursionaste en el canto con un tema que, según tú, mezcla gospel y jazz, y que habla de las mujeres que buscan a sus familiares.
   
Sé que esperas que todos los que padecieron lo que tú y tus hermanas vivieron tengan la misma oportunidad, y por eso en cada espacio sea de víctimas o no, en el que puedas hablar y dejar un mensaje de quiénes son y qué necesitan, lo haces. Entendiste que eso que tú hiciste fue tan liberador y sanador para tu alma y tus hermanas, y tan necesario para que otros puedan seguir adelante, porque eso los ata al pasado, a la violencia, a los malos recuerdos. Y sí, Jeiny esa voz que escuchas en este evento en Pasto, dirigido a mujeres que buscan a sus familiares, es la mía, sé que estás conmocionada por lo que te he dicho ya dos veces, y sí, la guerra fue quien te hizo, la guerra fue quien te crio; todo lo que te pasó fue lo que te motivó a ser lo que eres hoy. Y te lo digo una tercera vez: “Te felicito”: mamá.


Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones - 2020

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