Las historias seleccionadas en esta región del país se pueden resumir en una sola palabra: entereza.
Y la palabra entereza resume, a su vez, el trasegar de Peñas Coloradas, una comunidad que perdío su tierra, su casa, pero no las esperanzas de seguir unidos.
Los campesinos en Florencia entrevistados para este especial recuerdan a Peñas Coloradas como un paraíso a orillas del río Caguán donde las casas no tenían puertas. Eran un poco menos de 800 familias que convivían en entera confianza en El Caquetá.
Pero en el año 2004 todo cambió. La guerra los enfrentó a muerte y no les dio tiempo de nada. En tres días, el pueblo entero se desplazó convirtiéndose así en el segundo desplazamiento más grande en la historia reciente del país. Y el más grande hecho en lanchas, chalupas y botes, pues era la única forma de salir hacia Cartagena del Chairá, la cabecera municipal. “La vida se nos quedó allá”, dijo uno de los líderes entrevistados.
Hoy las familias están repartidas en varios rincones del país. Han pasado un poco más de quince años y saben que volver a Peñas es una ilusión. La situación de orden público no lo permite y sus familias (hijos que crecieron fuera) no volverían porque han hecho vida en otra parte.
Es por eso que La Unidad para las Víctimas les ha dado la mano desde un principio para retomar el camino, reubicarlos en un lugar donde la mayoría pueda volver en paz y renacer en comunidad. Desde el 1 de diciembre de 2015 fueron incluidos en el programa de Reparación Colectiva cuya ruta contempla cinco fases que aún están en desarrollo. El Estado sigue resarciendo los daños a una comunidad dolida.
Aunque no haya vínculos de sangre entre todas las familias de Peñas Coloradas, cada año conmemoran la fecha de su desplazamiento forzado como pretexto para verse y reconocer que su cultura y tejido no se han perdido. Se congregan y hacen fiesta para saberse vivos.
