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Alexandra Martínez dejó todo para convertirse en agente humanitario con víctimas en Urabá

sus 27 años, la bogotana Alexandra Martínez tenía muy claro que para entender el conflicto había que trabajar directamente con sus afectados. Tanto, que terminó trabajando con la Unidad para las Víctimas en la Dirección Territorial de Urabá, una de las que más atiende emergencias humanitarias en el país. Después de un primer contacto con el tema en la administración de la capital colombiana, llegó a la prevención y atención de emergencias en Urabá.

“Siempre es una referencia la región de Urabá en cuanto al conflicto, tanto por liderazgos emblemáticos, como por hechos victimizantes. Además, me interesaba la fuerza y belleza del Urabá. Unos amigos me lo habían recomendado y cuando vi la oportunidad con la Unidad, no lo dudé”, asegura, emocionada.

Aunque la época más cruel ha cesado, sabía que el reto que asumiría como socióloga implicaba cambios. Se aventuró y desde que llegó en enero de este año, no ha dejado de atender emergencias y realizar misiones humanitarias.

“Me sorprendí al llegar a Apartadó: no pensé que fuera tan grande, tan acogedora y bonita”, confiesa.

Encontrarse de frente con las consecuencias del conflicto y ponerse el chaleco para atender la tragedia hizo parte del recibimiento. Por eso, más allá de una preparación técnica, el profesional debe adquirir destrezas para interactuar y hacer equipo con otras instituciones, asegura Martínez.

“La Unidad ha estado presta en atender cada una de las emergencias, ya sea por informes de la Defensoría o por otros medios. Hemos hecho también misión, aunque hace falta más personal”, afirma.

Y advierte: la labor de agente humanitario requiere de responsabilidad y de reconocer que también existen dificultades que muchas veces escapan a la capacidad del profesional y a la competencia del equipo. “Lo más difícil es la cantidad de emergencias que se presentan, y las enormes tareas en términos de prevención”, asevera.

Dedicación al 100%

El trabajo incluye disponibilidad las 24 horas del día, siete días a la semana. Incluso, sacrificar los ratos libres y con la familia.

“Es complicado mantener con la misma dedicación todas las tareas. A veces son tantas las emergencias que no logra uno dedicar el tiempo que quisiera a escribir, a entender cómo se está dando la dinámica del conflicto para poderla prevenir. Al mismo tiempo, hay que responder a los diferentes requerimientos de entidades como la Defensoría -por escrito- y asesorar a los municipios”.

Su familia reside en Bogotá pero desde que llegó, encontró refugio en su trabajo, compartiendo con comunidades muy apartadas.

“A nivel personal, dejé a mi familia en Bogotá, y a mis dos perritas, Ana y Troya, que también para mí son muy importantes. Los veo cada tres meses. En mis ratos libres acá monto bicicleta, conozco municipios cercanos, voy al cine, me reúno con mis compañeros, estudio”, cuenta esta funcionaria.

“Me gusta mucho el trabajo en territorio, todas las condiciones aquí, el transporte fluvial, las comunidades… Cuando llegué, me enfermé cuando estaba cumpliendo una misión en el Chocó, en Cacarica, pero no fue impedimento para sentir satisfacción de conocer cómo viven los colombianos en distintas regiones, sin morir en el intento”, dice, esbozando una sonrisa.