“Cuatro años después de mi violación regresé a mi pueblo, hacia 1992, porque me quería vengar. Tenía 18 años. Contacté a miembros del Ejército de Chaparral y me ofrecí para entregarles información sobre la ubicación de los guerrilleros, porque creía que haciendo eso los podía sacar del camino y evitar que otras niñas sufrieran lo que yo sufría, porque no es fácil.
“Del Ejército me dijeron que perfecto. Fue muy fácil, por ejemplo, solo era tomar un transporte de San Antonio a Chaparral, y como en la carretera había retenes, entonces me bajaba en el Telecom de Potrerito, llamaba al batallón y decía que había huevos, que las gallinas ya estaban gordas en tal parte, y ahí caía el Ejército. También en las fincas, cuando iba a coger café, veía a los guerrilleros que acampaban por ahí, y de una informaba al batallón.
“Yo era la única mujer que hacía de informante. También había otras personas del campo, pero eran campesinos que no estaban de acuerdo con los atropellos que cometía la guerrilla. Sabía que los capturaban, que iban a la cárcel, y sentía en cierta forma alivio porque creía que encerrados no podían estar lastimando a nadie, porque el único que tiene derecho a quitar la vida es Dios. Así se calmaba un poquito mi ira.
“Algunos de esos militares fueron trasladados a otros departamentos, por lo que yo iba a esos departamentos y les colaboraba. A veces si sabía que uno de los compañeros militares estaba, por ejemplo, en Granada, Meta, me iba sola hasta allá. A mí me daban los viáticos para trasladarme. Buscaba empleo o compraba mercancía, ropa, pantalones, camisas, camisetas y me metía a los pueblitos, a los caseríos a vender. Porque cuando uno llega a un municipio donde hay presencia de la guerrilla, siempre ellos llegan donde uno a preguntar quién es, qué va a hacer, por qué está en el municipio. A mí me abordaban y me preguntaban, me invitaban una gaseosa o una cerveza, y obviamente respondía que era mi forma de sobrevivir. Así estuve en Pisba, en Paya, en Labranzagrande, municipios en Boyacá.
En algunos lugares hacía muñequitos de peluche para enseñar y tener contacto con la gente con el fin de saber quiénes eran subversivos y quiénes no. Por las capturas me reconocían una recompensa económica, que dependía de la cantidad de personas y de armas. Para informar lo hacía dentro del batallón y para recibir la recompensa nos reuníamos afuera.
“Yo me tuve que ir de Chaparral porque supieron que yo estaba informando, y para no poner en riesgo a mi familia. Así que para llegar a Chaparral, yo tenía que llamar a mis contactos del Ejército, que venían hasta Cocuana a recogerme, y en la noche me llevaban en los carros del Ejército, me dejaban cerca a mi casa, en donde yo tenía que entrar pegada a las paredes y estar muy poco tiempo. Mi familia también tuvo que marcharse de Chaparral porque la guerrilla quería reclutar a los hijos varones. Porque si un varón prestaba servicio militar, otro tenía que ir a la guerrilla, esa era la ley.
“En el 2000, en Arauca, la guerrilla me hizo un atentado y me pegaron un tiro en el fémur derecho, que se fracturó. Tengo platina y 12 tornillos, no puedo correr, me duele mucho cuando hace frío, cuando hace mucho calor, y no puedo cargar cosas pesadas. Creo que se enteraron de mi trabajo como informante porque me encontré con un militar de Chaparral que le tocó retirarse porque descubrieron que le vendía información a la guerrilla; también pudieron ser otras personas que así como él se vendieron a la guerrilla.
“Aún en muletas sigo colaborando, pero con el tiempo llegó mi hijo, y me fui con el papá de mi hijo a vivir a San José del Guaviare. Como él era mecánico, se lo llevaban la guerrilla y los paramilitares a arreglar sus carros. Por eso, la guerrilla tomó represalias y lo desapareció, pero es que él no le podía decir que no a los paramilitares. Estaba embarazada de la niña. En un parque veo a uno de los guerrilleros que se lo llevaron, y lo denuncié en la Policía, y ese fue mi error, como no había pruebas no hicieron nada. Entonces en la noche fueron y me sacaron de mi casa. Me llevaron en un vehículo. Sabía que me iban a matar, por lo que me lancé al timón, si me van a matar, nos matamos todos, el carro se volcó, me bajé de ahí, salí a correr, me hicieron tiros, pero llegué a una base militar. Tenía pocos meses de embarazo. De ahí me fui a mi casa, y allí estaba uno de los guerrilleros, al parecer uno de los comandantes, que me dijo que yo estaba de buenas, porque a él le gustaba la gente berraca, y que tenía minutos para que yo me desapareciera del pueblo. Tomé mi hijo y me fui en la primera lancha voladora que salía a Puerto Lleras, y de allí me desplazo hasta Bogotá.
“Fui a una fundación que auxiliaba a las madres solteras, pero pedían dar a los hijos en adopción. Yo dije que sí, porque no tenía cómo. Después nació la niña y recuperé a mi hijo, que estaba en otro hogar. Me fui con mis hijos y comencé a trabajar. Me invitaron a una reunión política donde conocí a mi actual esposo con quien tuve otro niño, y quien le dio el apellido a mis otros hijos. Con él me fui a Yopal.
“Cambié de actividad. Hice un curso de escolta en una escuela de seguridad para dedicarme a labores de vigilancia, pero no trabajé mucho en eso porque mi esposo, como le trabajaba a un representante de la cámara, comenzó a recibir amenazas de los paramilitares. Fue muy duro el tiempo que vivimos en Yopal, teníamos que dormir en el solar de la casa, porque tarde en la noche llegaban sujetos en moto y se bajaba uno, con el casco puesto, a tocar la puerta mientras el otro tenía la moto prendida. No abríamos, colocábamos bolsas negras en las ventanas, les abríamos un hueco pequeñito, y me iba arrastrada por el suelo para poder ver por ahí quién tocaba la puerta, para que no se dieran cuenta de que había alguien ahí.
“Se complicó todo, la Policía nos hizo un estudio de seguridad; teníamos que llamar al comando para avisar cuando íbamos a salir, para que nos mandaran un policía de civil para que nos acompañara en el recorrido. Capturaron personas que confesaron, por lo que la Policía nos colaboró, nos dio un tiempo y nos sacó en las camionetas a Villavicencio, y de allí a Bogotá a empezar de cero.
“Aquí nos tocó trastearnos muchas veces porque nos encontrábamos a personas de Yopal, y yo sabía que no era por casualidad. Después no volvimos a encontramos con nadie más. Hacía lámparas, cojines, trabajaba en temas de lencería, quedé embarazada y me inició un cáncer de tiroides que se asocia a toda la problemática que he vivido. Mi hijo nació bien y me recuperé del cáncer. Con el tiempo el Gobierno me dio el subsidio para vivienda y pudimos comprar el apartamento, después hemos recibido otras ayudas.
“Yo era muy agresiva por lo que me pasó con la guerrilla, pero yo fui abusada antes cuando era más pequeña, pues mi abuelo me tocaba, mi tío me manoseaba, y una vez intenté decirle a mi madre, pero ella me pegó y me dijo mentirosa. Desde entonces detesto que me digan esa palabra. Después ocurrieron más casos. Una vez yo iba para mi casa con la botella de leche y apareció un sujeto de la nada en un cafetal, a tratar de cogerme, pero no me dejé hacer nada. Se rompió la botella de leche, y cuando llegué a mi casa mis padres no me preguntaron qué había pasado, por qué venía sucia, por qué no traía la leche, y me dieron una ‘pela’. No les dije nada de lo que me pasó porque cuando hablé lo de mi tío me habían pegado. Por eso, la primera persona a la que le comenté lo que me pasó con la guerrilla fue a mi actual esposo, hacia el 2008; tuve que contarle porque era muy agresiva. Así que él habló con una monja de una fundación y como tenían servicio de psicología comencé a tratarme con ellas. Mi hija ha sufrido mucho porque yo todo el tiempo la sobreprotejo porque me da temor de que viva lo mismo. Incluso mi vecino del segundo piso la metió en su apartamento, la tocó, yo denuncié, pero la Fiscalía no hizo nada porque no hubo acceso carnal violento.
“Con mis hermanos y hermanas tuve una mala relación por culpa de mi agresividad. Ellos no saben lo que me pasó. No me interesa decirles ahora porque no quiero que me tengan lástima.
“Si pudiera ayudar a otras mujeres que sufrieron lo mismo que yo, lo haría para que pudieran superar el trauma y fuera más fácil vivir. Venero la Virgen, creo mucho en Dios, y sé que si he salido ilesa de tantas cosas es porque vendrán cosas mejores para mí.
* Nombre cambiado por solicitud de la víctima
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