Ir arriba
Ir al sitio web de la Unidad para las Víctimas

Bertha Lucía Fries, "Me devolvieron del cielo"

Bertha Lucía Fries conoce el sonido del silencio. Lo percibió apenas unos segundos –probablemente solo décimas– después del estallido de la bomba de El Nogal, el 7 de febrero del 2003. Y lo describe así: "Es impresionante, profundo, todavía lo siento en la cabeza, era tan duro que impactaba".

Antes de hacerse consciente de que estaba en medio de una tragedia que cobró 36 víctimas y dejó más de 200 heridos, en ese pequeño lapso de tiempo que parece una eternidad, sus recuerdos no son para nada dramáticos. "La primera imagen que tengo es bonita. Estaba mirando hacia el horizonte y vi una luna hermosa, blanca. Dicen que es la luz del túnel, lo cierto es que yo me conecto con esa luz y con una de las personas que más he querido, mi abuela, que ya había muerto. Me voy metiendo y es algo maravilloso; si a mí me piden que defina la muerte digo 'deliciosa, un paseo espectacular, pacífico y tranquilo. Ahora supongo que el cielo estaba ocupado porque me devolvieron".

En ese momento, cuando retorna a la dura realidad, se ve atrapada bajo un muro. "La pared me cubre buena parte del cuerpo. Yo, que soy muy deportista, no puedo mover los brazos y comienzo a sentir chispas en las manos. No sé por qué pienso que van a poner una bomba y comienzo a gritarle a Valentina Rendón –la actriz de televisión– que estaba conmigo en el gimnasio del club, pero ella no contesta".

Habla con tranquilidad, sin alterar el ritmo de su voz, pensando bien las palabras apropiadas para describir los primeros momentos del atentado. "Cuando nace el club El Nogal, en la empresa consultora para la que trabajo, CEC International, vemos que como empresa era una inversión interesante. En ese tiempo comienzo a manejar la operación de Colombia y vemos que es importante tener el club como sitio de reuniones y talleres con los empresarios, que son nuestros clientes.

"El día que pasó la bomba, la gente, mis amigos, tenían claro que yo estaba en el club. Lo usaba al desayuno, al almuerzo y para hacer ejercicio. Era una gran deportista, de alto rendimiento, hacía todo el ejercicio del mundo. Corría muchos kilómetros, nadaba, levantaba pesas... Eso fue lo que me salvó, porque cuando me cayó esa pared yo era pura masa muscular.

"Ese viernes me había traído un cliente y mi marido no vino porque acababa de llegar de un viaje y estaba muy cansado. Mi hijo, que era del equipo de natación, tampoco llegó, gracias a Dios, porque había tenido diferencias con una amiga y se quedó a resolverlas. Fueron dos casualidades muy importantes para mí”

"Esa noche había hecho baile y al terminar la clase le dije a Pedro, el profesor, 'te tengo un chisme'. Era para que diera unas clases en otro lado. Me encontré también con Valentina, le pedí que se quedara cinco minutos y nos pusimos a hacer piernas. Pedro se quedó dando su clase. Cuando estalló la bomba, él pensó que era la cocina. Se devolvió a buscarme y cuando entró al gimnasio vio que todo estaba en llamas. Los techos habían desaparecido. Me vio atrapada y con la parte de arriba del cuerpo girada. Estábamos en el quinto piso y la bomba la pusieron en el cuarto, desde donde estaba se veía el hueco que dejó la explosión.

"Cuando Pedrito entró, me tocó la cabeza y sintió algo pegajoso, se dio cuenta que era sangre. Yo había recibido en la cabeza todos los vidrios del gimnasio. Le cuento que Valentina está conmigo y él la busca, ella no quedó tan herida y me grita ‘Bertica, ya te vamos a ayudar'. Varias personas intentaron quitar las paredes pero no pudieron por el peso; por el hueco entraban las llamas. En el parqueadero –donde estalló la bomba– vemos que los carros están ardiendo. De pronto, alguien grita que hay que evacuar. Aparentemente los bomberos, que acababan de llegar, tenían temor de que la piscina se desfondara y le pidieron a la gente salir. A mí no me pueden sacar y Pedro dice: 'ya volvemos'.

"A pesar de no estar completamente consciente, me conecté y les grité: "ustedes no se van sin mí". Comenzaron a empujar otra vez la pared hasta que me liberaron de una parte, pero quedé bloqueada de las piernas. Pedro me ayudó a girar y en el último momento logré sacar las piernas, pero se me quedó atrapado un zapato. En ese momento estaba completamente concentrada y no quería irme sin él, porque sabía que iba a caminar por una ruta salpicada de vidrios y me podía cortar.

"Al salir de allí pensamos en tirarnos del quinto piso, donde estábamos, hasta las casas del lado, pero Pedro consideró que yo estaba mal y era mejor no hacerlo. Comenzamos a caminar, hasta que Valentina dijo: 'estamos caminando en círculos, nos perdimos'. Cambiamos de dirección y pudimos salir del club. Pasamos por las canchas de squash, que estaban incendiadas, todo estaba derruido, desarmado. Los escombros me rozaban la piel y el dolor era infinito. En medio de todo, en lo único que pensaba era que tenía que ir a una clínica. Ya en la calle, los vecinos me ofrecieron acostarme en una cama, pero me negué –después entendería que fue una buena decisión–. Las llamadas no salían. Llegó la primera ambulancia y me subieron de primeras, pero como yo había estado en un proceso de consultorías con unos hospitales, le pedí al paramédico que me pusiera un cuello ortopédico. En la ambulancia éramos cinco heridos, incluido uno que murió antes de llegar a la clínica. Yo tenía la idea de que en Colombia los procesos no son eficientes y por eso me puse cansona pidiendo que me atendieran, aunque yo no parecía estar grave.

"Pedí un ortopedista, le conté mi caso y me mandó tomar una radiografía. Al analizarla me pusieron una banda como de reina que decía: 'prohibido mover'. Me explicaron lo que pasaba: 'tienes comprometidos los miembros superiores e inferiores, te tenemos que operar'. El expediente de ingreso a la Clínica del Country dice: 'víctima atentado de El Nogal con cuadriplejia'. Me había fracturado mi columna en las vértebras 3, 4, 5, y se habían pegado la 6, 7, 8 y 10, solo quedaron dos hilitos sosteniendo el cuello. El médico que me vio, me dijo 'a tú te conozco'. Le conté quien era y llamó a mi casa.

"Mi familia apareció, llegó mi marido y un hermano que por la época tenía leucemia. Luego entré en la encrucijada de la operación. Cuando salí solo quedé manejando tres dedos de la mano. Entré en un proceso de recuperación y de terapia de cinco horas diarias. Aprendí a mover desde el dedo chiquito hacia arriba, se me olvidó todo”.

El milagro

"También sucedió algo que podría definir como 'sobrenatural'. Al día siguiente de la operación, una enfermera me pidió la mano que podía mover y me puso una medallita de La Milagrosa, dijo que alguien me la había dejado. Hasta hoy, no sé quién fue. No he sido muy cercana de la iglesia, pero cuando mi mamá vio la imagen dijo que ella también le rezaba y que ella era quien había hecho el milagro.

"Después me fui para Estados Unidos y allá entré en mi proceso de recuperación. No me había dado cuenta del estrés post traumático. Solo cuatro años después de la bomba lo diagnosticaron. Me di cuenta porque no comía ni dormía y había bajado 15 kilos, pero pensaba que eso era normal. Los gringos, que saben bien de eso, detonaron las alarmas. Pedí una cita para entender la baja de peso y cuando el médico comenzó a hacer mi historia se encontró con la bomba de El Nogal. Entonces me consideró un paciente de guerra y eso lo agradezco, porque me atendió gente experta en las guerras de Vietnam y Afganistán.

De la cima la sima

“De la noche a la mañana yo había perdido todo, casa, carro, trabajo. No podía atender los negocios, porque mi trabajo es de intuito personae, tengo que estar presente para asesorar a una organización y no podía moverme. Pase de la cima a la sima. Fue un proceso de mucho aprendizaje, mucha soledad y apoyo por parte de mi marido. Se rompió mi unidad familiar. Saqué a mi hijo del país y lo llevé a Boston. Todo de la noche a la mañana. Todo lo invertí en mi salud.

“En el hospital Cambridge de Boston aprendo muchas cosas sobre el post estrés. Allá entré en un proceso para nivelar todo: cómo me alimentaba, qué terapias tenía que hacer, cómo verbalizar las cosas, hacía mil cosas todos los días. Fue lo mejor que me sucedió.

“Cuando regresé, en el 2012, me reuní con víctimas, pero como algo personal. Yo hago talleres para hacer mejor a las organizaciones con base en los valores y manejo una metodología para generar diálogos apreciativos sin juzgar nunca a nadie. Eso lo apliqué a la gente. Encontré varios patrones, la soledad, sentirse minimizados, sin apoyo... A medida que mejoraba mi movilidad organizaba encuentros más grandes. El proceso fue interesante porque fue como un despertar para todos.

“Encontré también mucho odio y rechazo. Las víctimas se preguntan: ¿Por qué yo? ¿por qué no me apoyan? ¿por qué las demandas contra el Estado no prosperan?... Yo las entendía porque también había pasado por allí, la diferencia era el trabajo intensivo que hicieron conmigo.

“Luego le pedí a la Agencia Colombiana de Reintegración que me permitiera la entrada para hablar con los elenos, paras y gente de las Farc. Hice varios talleres sin identificarme como víctima. Les preguntaba: ‘¿Qué le dirían ustedes a una víctima?’ En todos los casos me dijeron lo mismo: perdón, pero luego, de una manera u otra, querían que se conocieran sus historias. ‘Me metí en esto porque estaba mal parqueado’ o ‘por dejarle una plata a mi mamá y a mis nueve hermanos’; solo uno dijo que le gustaban las armas. Hice un clic fundamental y pensé, ‘ellos también son víctimas’. Pero además, estaba mi mamá, que decía que esos reinsertados no tenían perdón. Le expliqué mí análisis y cuando lo entendió comenzó a repetirlo entre sus amigas: ‘en esta guerra todos somos víctimas’.

“Comprendí que tenía que seguir trabajando en esto, que era algo importante. Un día del 2014 me enteré que en el club El Nogal hacían un encuentro con Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador en La Habana y Sergio Jaramillo, Alto Comisionado para La Paz. Estaba de casualidad y me colé. Mi sorpresa fue grande al ver que no había víctimas del atentado al club. Pido la palabra y, después de identificarme, les cuento que estoy haciendo un trabajo de reconciliación con valores, es decir, cómo generar comportamientos que, a pesar de las diferencias, permitan un diálogo distinto entre las diferentes partes. A manera de desagravio ellos me envían un ramo de flores y yo lo utilizo para explicar cómo es la reconciliación con valores. Les digo: 'ya que me llegaron estas flores, si mi marido llega a las tres de la mañana con unas flores yo me reconcilio, si a la semana siguiente me la hace vuelvo y me reconcilio, pero a la tercera, ya no, mejor monto una floristería. La reconciliación se trabaja sobre la base de los compromisos, cumplimientos y valores.

Aún me sigo preguntando por lo que pasó en el club. Soy curiosa y siempre he querido entender por qué nos pusieron la bomba. En ese proceso encuentro una verdad oculta. Días antes, un informante le avisó a la Fiscalía del atentado. El club era como una sede alterna de la Casa de Nariño, se hacían reuniones de gabinete y Martha Lucía Ramírez –ministra de Defensa– lo tenía como una casa alterna. Las preguntas son muchas: ¿Por qué no nos pusieron más seguridad? ¿por qué involucraron a la población civil? ¿contra quién iba dirigida la bomba? ¿por qué las Farc cometieron ese acto tan aberrante de lesa humanidad?

“En el marco de la justicia transicional de La Habana pido que las víctimas de El Nogal estemos dentro de la justicia especial de paz, que haya reparación y que los señores de las Farc, nos pidan perdón. Personalmente quiero escucharlos. Si lo hacen sería un hecho histórico porque este club tiene la representación del microcosmos de este país, quisiera ver cuál va a ser la reflexión de los que están en la tendencia de que no haya paz, pienso que sería un buen mensaje”.

[...]

antioquia

bolivar

cesar

comunicado-pic-1.pngcomunicado-pic-1.pngcomunicado-pic-1.pngcomunicado-pic-1.png

comunicado-pic-1.pngcomunicado-pic-1.pngcomunicado-pic-1.pngcomunicado-pic-1.png

cundinamarca cundinamarca cundinamarca