Absalón Sinisterra. Un hombre de dos aguas

Tuvo que salir de Timbiquí y de Buenaventura huyendo de los grupos armados. Las circunstancias de la vida y un talento innato lo llevó al mundo de la música. Hoy es uno de los mejores lutier de marimba de chonta y un cotizado intérprete y compositor de música del Pacífico.

"Soy un hombre de dos aguas, de mar y de río", así se define Abasalón Sinisterra, músico, compositor, poeta, lutier y víctima del conflicto. Nació en Aguacatal, vereda de El Charco (Nariño), al lado del océano Pacífico, pero cuando tenía un año y medio lo llevaron para Timbiquí, Cauca, a orillas del río del mismo nombre.

Es un hombre alto, macizo, una figura fuerte, de ébano que le ha permitido mantener vivo un carácter osado, valiente, que no le teme a la adversidad y que no hace concesiones. Todo eso contrasta con la mirada de niño travieso que pone cuando relata cómo ha sorteado con habilidad las vicisitudes de la vida.

Fue su fuerte temperamento lo que lo obligó a dejar su tierra, para proteger su vida. "Timbiquí ha sido lastimado por la minería ilegal y la coca. Con eso llegaron los grupos armados. Ellos tenían el vicio de hacer retenes en el río. Un domingo yo iba en una lancha río arriba y ellos estaban haciendo un retén. Nos hicieron el pare pero le pedí al motorista que siguiera. Nos hicieron dos disparos y nos devolvimos”.

"Uno me llamó. 'Vení vos que estás ahí sentado'. Apenas subí el barranquito, me recibió con un culatazo en el pecho y luego me lo recostó en la cara. Se me vino la sangre por el golpe. A mí no me gusta quedarme callado y le grité: 'nosotros somos de esta tierra y ustedes son los que vienen a formar el desorden'.

-'Ah, con que muy respondón', hp...'

"Eso fue palabra viene y palabra va, pero uno, viendo a esa gente armada con (fusiles) Galil y Ak 47, se siente impotente. Le preguntaron a la gente por mí y ellos les explicaron. En esas llegó un hombre alto con un poncho colgado. Ordenó que me amarraran y pidió que trajeran una pala para que hiciera mi hueco. Eso me dio rabia. Le dije 'que me den la pala para ver si abro un hueco, pero en la cabeza del que se acerque. Si tengo que morirme que sea de frente, pero yo no cavo nada.

"La pala no la trajeron y me soltaron. Me fui para el caserío y todo el camino era lleno de esos manes. Uno de ellos me agarró y me salió del alma gritarles: "el primero que me coja lo mato". Tenía mucha rabia.

"La gente estaba asustada porque nunca se había visto algo así, lo mismo que mis primos y mis tíos. Al otro día salí a comprar una libra de fríjoles y los vi a mi espalda, quedé frío, si hubiera sido blanco estaría como un papel. Corrí a donde una tía pero no dije nada.

"Me fui para donde el alcalde y me dijo, 'no se preocupe que eso lo arreglamos', pero cuando iba para el colegio me los encontré. Llevaba unas botas pantaneras y me preguntaron que por qué andaba vestido con ellas. Subí al colegio con mis cuadernos pero me tuve que devolver a la casa porque no tenía concentración.

"Lo primero que pensé fue comprar cuatro tiros 16 para una escopeta que tenía. Dije, 'al menos mato tres porque para tirar no soy tan malo, eso lo aprendí en la cacería en el monte y guardo uno para 'pelar', al que se venga. Pero recordé a mi familia, mis primos y lo dejé. Es que esos manes desarmaban a casi todos los habitantes. Era como si la policía pusiera un toque de queda, después de las 8 de la noche nadie podía estar en la calle.

"Decidí que tenía que salir. Me acordé que el esposo de una profesora tenía un lancha en la iba hasta Buenaventura. Solo me pidió no embarcarme en el sitio habitual porque ellos hacían requisas. Me metí por otro barrio, madrugué como a las 5:30 de la mañana y caminé un kilómetro. Allí me recogió y nos fuimos".

Absalón tiene nostalgia de su pueblo, de lo que fue y le tocó vivir en su infancia, cuando en Timbiquí había paz. "De solo recordar lo bonito que era, uno llora. Antes del 2000 el río era cristalino y la gente amable. No sé a quien se le ocurrió que conseguir plata de esa manera ilegal era bueno. En esa época no había millones de pesos pero teníamos tranquilidad. Para nadie es un secreto que si no hemos tenido nunca 100 millones de pesos en la cuenta, esa plata se va rápido.

"Eso también se llevó la riqueza cultural de mis ancestros. Ellos vivieron muchos años de la minería y del cultivo de la tierra y de pronto llegaron forasteros ambiciosos y corruptos que creían que por tener unos milloncitos para beber, joder y mujerear cogieron el cielo con las manos. Ahora tenemos el conflicto y la maldita guerra. Las aguas del río están sucias y turbias, de un color cenizo y espeso. Nada de eso debió pasar.

Los recuerdos de niñez de Absalón hablan de una niñez más o menos feliz. Creció al cuidado de sus abuelos paternos, doña Tila y Felipe en Timbiquí. Su madre se quedó en Buenaventura y solo la pudo conocer en el 2000. "Fue una buena crianza. Con ellos aprendí de la música. Mi abuelo era bonguero y cantaba. Además, en el pueblo todas las tradiciones giraban en torno a la música y la religión. Allá las fiestas patronales se convierten en rumba y muchas se hacían en mi casa.

"La rutina para nosotros en la niñez era sencilla. Mientras uno está en crecimiento va a la escuela y luego apoya la labor del campo, puede ser la pesca, la agricultura o la minería. Aprendí todo eso. Mis abuelos me acostumbraron a guerrearla para tener la barriguita llena y el corazón contento. También hacíamos mucho deporte, fútbol y voleibol, gracias a Dios nuestra familia es muy talentosa. En todo bochiche estamos metidos y lo hacemos bien".

Cuando salió apresuradamente de Timbiquí recordó la casa de un tío en la que había estado cuando, en el 2000, fue a conocer a su madre. "Cuando arribamos a Buenaventura esos manes también llegaron, pero en una lancha más grande. Los vi y me dio mucho susto. Cogí mi maleta y como si fuera un ladrón me perdí por entre las calles. Como conocía de memoria el camino hasta donde mi tío pude llegar. Al mes y cinco días vivía donde mi mamá, la que me parió. Uno de esos días, en los que tenía que llevar a mis hermanas pequeñas a la casa miré hacia la derecha y estaba el man que me pegó con el fusil. Me señaló y quedé quieto. No seguí a la casa de mi mamá sino que me devolví, eso era en el barrio Juan XXIII que es una calentura berraca.

"Le conté a una prima lo que estaba pasando y me dijo: 'nos vamos para Cali ya', pero yo no tenía plata, me financié con lo que había ganado vendiendo pan caliente. Me enseñó un man llamado Julio César, me levantaba a las 3 de la mañana y los salía a vender rayando la aurora.

"Llegué a Cali donde una señora que había conocido cinco años atrás. Me sostuve gracias a la buena hospitalidad que tiene el caleño. Un mes después, en noviembre me fui a vivir donde un tío, en Santa Helena y ahí mi vida comenzó a cambiar.

"Al comienzo consigo en Cali un buen trabajo, en Carvajal por Sodexo. Me gustaba porque tenía que ver con la cocina, mi segunda pasión. Allí debía pelar papas y hacer cositas varias. Al cumplir el tiempo de prueba el jefe llegó de Medellín y revisó los papeles de todos los que trabajábamos. Dijo que debía conseguir la libreta militar para poder seguir. Andé de un lado a otro y fui al batallón Pichincha. Cuando me liquidaron la libreta aparecí como remiso y me tocaba pagar un millón 86 mil pesos, eso era en el 2003. Así que para afuera.

"Es allí donde aparece la música como forma de vida. Fue de manera obligatoria. Un día me subí a un bus y un señor cantó. Le dieron muchas monedas, en otro bus se subió un pelao, que no era bueno, y sin embargo le dieron monedas. Me acordé que nosotros en Timbiquí, en las noches bonitas y despejadas, cantábamos y bailábamos. Le dije a un primo que tocaba la guitarra que me había hecho 10 mil pesos cantando en un bus y él me creyó. Lo invité y nos fuimos. Éramos los segundos negritos en Cali que cantábamos en un bus. Esa primera vez estuvo bien, descontando el desayuno, los dos almuerzos y las chucherías que nos comíamos reunimos 16 mil pesos. Cantábamos solo música popular.

"La cosa va y viene hasta que digo. 'No le voy a trabajar a nadie, sé que por esto me pueden pagar más y me quedé en los buses. Compré mi primera guitarra dejando de a 5 mil o tres mil pesos hasta que completé el total. En 2003 conozco a una muchacha que hoy es mi mujer, ella es bogotana y fue a pasar un fin de semana a Cali. Me enamoré y comencé a escribir. En enero del 2004 compuse mi primera canción, Enamorado de ti. En el 2006, grabo mi primer disco. Lo hice con la misericordia de la gente de los buses y los restaurantes, porque para ese momento alternaba las presentaciones en los dos lados. Los buses en la mañana y los restaurantes en la noche, aunque el plan era ir dejando los buses. En los restaurantes el público era más exigente, pedían canciones para los enamorados o para la familia. Me aprendí El camino de la vida, Cosas como tú, Si nos dejan, etc. La gente veterana paga por escucharlas.

"Ese primer disco es muy romántico. De pronto no tiene la mejor calidad de grabación, ni de voz, pero me gusta mucho, de hecho pienso reencaucharlo, de pronto tomo algunas canciones y las hago en ritmos del Pacífico. Esa grabación la hice en la compañía de un músico de Cali que se llama Mauricio Palau quien me dio todas las condiciones para hacerlo. Me dijo, 'vos me podés traer de 5 o 10 mil pesos y me vas pagando'.

"Con mi esposa tuvimos un hijo, David Santiago y entonces le dio el agite por venirse para Bogotá. Inicialmente yo venía 15 días y luego me iba a rebuscarme. En el 2009 decido quedarme. Regresé a los buses a cantar. La primera experiencia fue un sábado. Comencé el recorrido en la 24 con 32 sur. Ese día me pegué una perdida pero reuní 32 mil pesos y dije 'acá es bueno'. Me iba mejor que en Cali.

"Entre semana cantaba en los buses y el fin de semana me iba a Cali a trabajar en los restaurantes. Fue así que me comenzó la ilusión de grabar un nuevo disco. Gustavo Torres, un músico de Cali, me ayudó pero me dijo, 'no vamos a grabar popular, vamos a hacer música del Pacífico sur'. Hasta ese momento no sabía interpretar canciones de esa región y tampoco tenía escrito nada que se adaptara a ese formato. Con Torres compongo la canción de De fiesta. Me puse las pilas y en una semana escribí cinco canciones. Le sumanos dos tradicionales El ratón y Turulún y con eso completamos el disco.

"Los bogotanos me pedían música del Pacífico y comencé a mezclar el bolero con la balada y el son y fui dejando la música popular. Hoy apenas si canto canciones románticas. En esa búsqueda apareció la marimba, fue algo de emergencia. Yo hago las cosas que me va pidiendo la vida. La música del Pacífico requiere de la maribamba, el bongo y el cúnuno. Compré la primera en el 2011, pero no sabía tocarla. Me fui dando mañas hasta que lo conseguí. Luego la gente me preguntaba dónde la conseguía y ayudé a vender muchas. A finales de ese año decidí construirlas. Traje el material de Timbiquí y fabriqué la primera.

Perdí mucho material por la inexperiencia pero ahora puedo decir que sé hacer el instrumento".

Su habilidad para fabricar marimbas ya es leyenda en Bogotá, Sinisterra es considerado el mejor en su oficio. Es un lutier hecho a si mismo, cuyo maestro ha sido la experiencia, la calle, la escuela del echar a perder, solo tuvo dos clases teóricas para saber como se acomoda la escala rítmica y listo. Se ha hecho así mismo y su prestigio sigue creciendo. Los buses ya quedaron atrás, fueron su escuela. Ahora sus escenarios son más grandes como, por ejemplo Corferias, donde realizó una presentación durante la Feria Internacional de Libro de Bogotá.

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