Lecciones de perdón y reconciliación de un guardia cimarrón 

Tras 22 años de una de las peores masacres que sacudió al Chocó y a Colombia, un afrodescendiente de la Guardia Cimarrona le enseña a los jóvenes de Bojayá lo que aprendieron para sobrevivir el conflicto y persistir en la reconciliación.

Leonel Blandón Murillo es un hombre religioso. Sentado a un costado del río Atrato, recuerda la cita bíblica en la que Moisés levantó su vara para dividir las aguas de Mar Rojo y mostrarles el camino a los suyos. Para él, ese pasaje es un símbolo del camino para una reconciliación real y la sanación.

Este afrodescendiente de 35 años, sobreviviente de la masacre del 2 de mayo de 2002 en la que murieron más de 100 de sus coterráneos, tomó el bastón de mando de la Guardia Cimarrona de Bojayá y lo ha usado para recordarles a los más jóvenes lo que ocurrió hace 22 años. Hoy les enseña las lecciones de cómo una comunidad abandonada y azotada por el conflicto armado se ha levantado para construir una nueva historia. 

La Guardia Cimarrona, de la que hace parte Leonel, es un grupo de personas de la comunidad que tienen la misión de proteger las tradiciones, el territorio y promover el autocuidado sin el uso de la violencia.

Todo lo hacen con el objetivo de mantener la autonomía en los Consejos Comunitarios del pueblo Afrocolombiano. “Entendí que la vida sigue y la no repetición es poder hacer parte de una generación de cambio”, reflexiona Leonel sobre la etapa que están viviendo en Bojayá, siempre rememorando que la guerra los sacó de sus territorios y les quitó a varios de sus hermanos, pero también que les dio una oportunidad a los sobrevivientes y a las nuevas generaciones de construir un futuro en sus territorios. 

Un camino de dolor 

Esta premisa no sería palpable si no la hubiese antecedido un largo proceso de reconciliación consigo mismo y con los grupos armados ilegales que un día se ensañaron contra los bojayeseños que vivían en el Bellavista Viejo (cabecera municipal de Bojayá), en donde la explosión de la pipeta lanzada sobre la iglesia acabó con la vida de cerca de 80 personas e hirió a más de 100.

“Aquel 2 de mayo de 2002 nos refugiamos en la iglesia porque guardábamos la esperanza de que iba a ser respetada por ser la casa de Dios y por ser de las pocas construcciones en material. Pensamos que nos iban a respetar el derecho a la vida. Nadie esperaba lo que pasó, sabíamos que los paramilitares estaban cubriéndose detrás de la iglesia y la pipeta que causó la tragedia cayó a las 10:30 am”, recuerda Leonel refiriéndose al enfrentamiento entre guerrilleros del Frente 58 de las Farc contra paramilitares del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). 

“Minutos antes de que cayera la pipeta, algunos jóvenes- el tenía 13 años- salimos de la iglesia por el hacinamiento y nos trasladamos hacia la casa de paso, donde vivíamos los estudiantes de la zona rural, pero estudiábamos en el casco urbano”, agrega.

Segundos antes de llegar a la casa de paso, sintieron la explosión. “Nos devolvimos para la iglesia y nos encontramos un cuadro dantesco: cuerpos irreconocibles, desmembrados y personas gritando y pidiendo auxilio”, comenta como si quisiera borrar aquellas imágenes de su memoria.

En aquella iglesia se refugiaron unas 400 personas y otras más en la casa de las monjas agustinas, pero los paramilitares los tomaron como escudo para dispararle a la guerrilla.

El temor los invadió de pensar que, producto de otra pipeta o los disparos, todos iban a morir. Los gritos y llanto de la gente se cruzaban con las imágenes de sus familiares y vecinos irreconocibles en el suelo.

En medio de los combates, la mayoría de los heridos los trasladaron a Vigía del Fuerte (Antioquia), un municipio situado en frente, atravesando el río Atrato. Leonel se quedó en Bellavista consolando a los familiares de los fallecidos y tratando de ayudar a levantar lo poco que quedó de la iglesia.

“Para mí fue muy doloroso porque allí murieron buena parte de mis compañeros del colegio y varios familiares. Fueron cerca de 30 personas cercanas las que perdí”, explica Leonel acentuando que, para aquella época, él tenía solo 13 años.

Después vino el desplazamiento de 6.000 personas hacia Quibdó, en donde se refugiaron por tres meses en medio de la pena. Leonel y algunos de sus vecinos regresaron en agosto de ese mismo año, pero se encontraron con que los armados habían saqueado el pueblo.

En 2006 Bellavista fue reubicado 1.5 kilómetros río arriba, en una parte alta para prevenir las inundaciones. El sitio lo rebautizaron como Bellavista Nuevo. “Allí la historia cambia porque ya no se va a inundar el pueblo, no se va a sufrir la perdida de animales porque acá están más protegidas”, dice Leonel. 

Una premisa diferente 

Lo que pasó en Bojayá hace 22 años, es una muestra de como la crueldad del ser humano puede llegar a límites insospechados, pero también que la indulgencia surge en formas inexplicables, como la que encarna Leonel.

Después de la masacre, terminó el bachillerato en Quibdó, luego viajó a Medellín y de allí a Bogotá intentando encontrar su camino. En la capital, se integró a un grupo religioso de una iglesia en el barrio Suba Lisboa, al norte de la ciudad.

En ese grupo y de a poco comenzó a mostrar su liderazgo aun con el trauma de lo sucedido. Con esfuerzo y constancia se graduó como Administrador de Empresas mientras dictaba talleres sobre el perdón y la reconciliación dirigido a ex combatientes de las Farc y de las Autodefensas.

¿Cómo lo logró? ¿Cómo mirar al pasado sin odio y recorrer el presente con compasión? Las respuestas a esas preguntas no fueron fáciles, pero su convicción de sanar las heridas lo llevaron a hacer un diplomado en perdón y reconciliación para aligerar el peso de sus traumas.

Desde 2012, Leonel comenzó a regresar a Bojayá en donde empezó a trabajar con niños y jóvenes la memoria de lo sucedido: “Ahora, me reúno con los nietos de los fallecidos en la masacre y lo que hago es concientizarlos para que entiendan que la guerra se les llevó un familiar y a muchos que ellos pudieron haber conocido, pero que hoy lo que queremos es: NO más guerra Bojayá”.

Está convencido del compromiso que tiene Bojayá con la paz, enseñándoles a las nuevas generaciones métodos de convivencia, de respeto y de amor el uno al otro. “Es la única manera que podemos construir un municipio para la paz”, dice.

Su rango como Mayor (coordinador) de la Guardia Cimarrona en Bojayá, integrada por 55 personas entre mujeres y hombres, le permitió asesorar la creación de la guardia en Vigía del Fuerte y Murindó.

La Guardia Cimarrona es una organización de consejos comunitarios y líderes que defiende sus territorios con un bastón, tal como lo dice Leonel, aclarando que “lo que buscamos es generarle garantías a las instituciones que lleguen al territorio sin que haya un policía o soldados custodiándolos. También buscamos que los problemas de las comunidades los podamos resolver entre nosotros como comunidad”.

Precisamente, el coordinador de la guardia cimarrona debe llevar la bandera de generar esos espacios de compromiso y articular las comunidades al proceso de la guardia. “Incluso estamos en el proceso de creación de las guardias infantil y juvenil para que desde temprana edad vayan conociendo la importancia de proteger su territorio, de cuidar a sus comunidades y habitantes y alzar una bandera de no a la violencia”, describe con gran entusiasmo este bojayaseño.

Se dice que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve y así como en Éxodo 14 quedó escrito que un hombre obedeció a Dios sin dudarlo, Leonel, y muchos otros más, entendió su misión y obedeció el mandato de sus ancestros, aquellos que lo cuidan desde el cielo y que le recuerdan que Bojayá es el bastón de mando y el perdón hecho palabra. 

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Bogotá 2 de mayo de 2024