Yúldor Morales, el ‘cachorro’ que sobrevivió a una mina antipersonal 

Con 25 años, este sargento segundo del Ejército Nacional perdió el pie izquierdo en un campo minado. Hoy ve el futuro con optimismo y ansía una verdadera paz.
  

“Abrámonos de acá, mi cabo, que esto es un campo minado”, dijo un soldado. El suboficial Yúldor Morales Carranza pensó en volver por donde habían venido. Dos pasos y ¡buuum! Voló por los aires. Una mina antipersonal le hizo perder el pie izquierdo. Era 20 de enero de 2013 y Morales comandaba un operativo militar contra el frente 29 de las extintas FARC en una zona selvática de Barbacoas (Nariño).

Nacido en Bogotá en 1988, Yúldor Morales comenzó a trabajar de niño para ayudar en casa: con 11 años, en un depósito de materiales, luego como ornamentador y después ayudando a construir la casa familiar. A los 13, trabajaba en una pizzería en Bosa y, a los 16, administraba un negocio de comidas rápidas al tiempo que cursaba el bachillerato.

Cuando cumplió los 18 años y terminó el colegio, le empezaron a pedir la libreta militar para seguir trabajando. En agosto de 2006, se acercó a una unidad militar a realizar el trámite y, allí mismo, le notificaron que debía presentarse el 15 de ese mismo mes para cumplir el servicio como soldado regular. Pasó un año y medio con la Policía Militar en Bogotá.

Le quedó gustando aquella vida. Para hacer el curso de suboficial, sus padres pidieron un crédito cuyas cuotas mensuales asumió Yúldor. Después de año y medio en Tolemaida, base aérea militar, ubicada en el municipio de Nilo en Cundinamarca, se graduó como cabo tercero. Adentro se rebuscaba el dinero lavando camuflados de sus compañeros o haciéndole el turno de guardia a quien lo necesitara. Fue asignado a un batallón en Bogotá y ahí comenzó a comandar grupos pequeños de soldados.

En julio de 2011, para cuando lo trasladaron a un batallón de combate terrestre en Pasto, ya se había casado con Marcela Moreno, el amor de su vida. El puesto de mando de esa unidad militar estaba en Buenavista, un centro poblado del municipio nariñense de Barbacoas que, en términos generales, era tranquilo.

En aquellos días, pasó por la región un batallón de contraguerrillas que tenía un suboficial enfermo. Yúldor se ofreció a relevarlo. Por ser Morales el suboficial más joven de esa unidad militar, el comandante lo apodó “el cachorro”. Mientras esto ocurría en Buenavista, Marcela esperaba su primer bebé.

Yúldor recuerda su primer combate: fue en una zona retirada de Buenavista, cerca de la laguna de Chimbusa, en una operación conjunta con la Armada Nacional. Él comandaba un pelotón de soldados. Hubo un intercambio de disparos fuerte pero no pasó a mayores. Escucharon un motor y se dieron cuenta de que los guerrilleros se habían ido. El ‘cachorro’ y sus hombres se replegaron y se contaron: estaban todos completos. Después vendrían otros combates y algún hostigamiento.

En diciembre de 2012, Yúldor, que ya había ascendido a cabo segundo, fue escogido para una operación militar especial y quedó completamente incomunicado. No podían tener celulares para evitar que se filtrara información. Iban detrás de varios cabecillas de las extintas FARC. 

El precio de la guerra 

Tras más de un mes de operativo, el 20 de enero de 2013, cerca de las diez y media de la mañana, se encontraron con una vivienda en medio de la selva. Parecía un lugar solitario, abandonado. Dice Yúldor que los explosivos tienen un olor bastante fuerte y que en la selva es muy perceptible. Comenzaron a ver cables y alambres y tomaron la decisión de no ingresar, pero sí hacer un registro fotográfico de la casa y de dos kioskos que estaban pegados a ella.

“Abrámonos de acá, mi cabo, que esto es un campo minado”, le dijo un soldado. Lo primero que pensó Yúldor fue “me salgo por donde entré”. No pudo ser. Enseguida se vio con la pierna izquierda ensangrentada. Intentó levantarla y no pudo. Se palpó la pierna derecha, sintió un gran hueco, se tocaba el hueso.

Le comenzó un zumbido en los oídos, pero trató de mantener la calma. Por la mente se le pasaban las imágenes de su esposa, su hijo de 13 meses y sus padres. Daba gracias a dios por no haber muerto.

“¡Mi cabo Morales cayó en una mina!”, gritaban los soldados, que llamaban a Diego Patiño, el enfermero de combate.

Quedé como en un hueco, me quité el chaleco, escuché a Patiño y le dije que no se acercara porque toda la zona estaba minada. Era un campo minado y solo una de las minas explotó: la que yo pisé. Pasados dos o tres minutos después de revisarme, comencé a arrastrarme unos metros hasta donde estaba Patiño. Al llegar a ese sitio, me comencé a desvanecer. Allí él me levanta en sus brazos y me evacúa hasta una zona donde ya me pudo prestar los primeros auxilios”, recuerda Yúldor.

Lo canalizaron y le hicieron un torniquete a la espera de “El Ángel”, el helicóptero que iba a rescatarlo, pero que se averió. “Tranquilo, mi cabo, que de esta sale y va a ver a su cachorrito”, le animaban sus compañeros, aunque la angustia se había apoderado de toda la patrulla.

Pasaban los minutos y Yúldor solo pensaba en que no se había despedido de Marcela, ni de su hijo, ni de sus padres. También pensaba que iba a morir.

Finalmente, avisaron por radio de que un helicóptero de la Armada iría a rescatarle desde una base en Tumaco. Como era selva y no había un claro donde pudiera aterrizar la aeronave, los soldados detonaron explosivos junto a los árboles que más impedían el aterrizaje.

El helicóptero pudo ingresar. Los compañeros subieron a Yúldor, quien pidió a Patiño que fuera con él. “No puedo. Soy el encargado de salvar la vida del resto de la tropa en caso de que pase algo más”, respondió el enfermero. “A él le debo el estar vivo”, dice Yúldor sobre Patiño, con quien a raíz de eso selló una amistad que, como el acero, se fue templando con el tiempo.

El helicóptero ascendió y tomó rumbo a Tumaco. Allí iban el piloto, el copiloto, los dos artilleros y Yúldor. “Huevón, no se me vaya a morir; usted es un berraco”, le dijo el piloto. Cuando tocó tierra de nuevo, Morales ya pensaba que no iba a morir. “Ánimo, cachorro, que usted sale de esta”, le repitió un teniente.

Justo antes de la operación, Yúldor le pidió al cirujano que le prestase el celular. Tras muchos días sin hablar, por fin, se comunicó con Marcela. “Me ha levantado una mina, pero estoy bien”. Al día siguiente, lo trasladaron al hospital militar de Bogotá, donde además de su esposa y sus padres, le esperaba una nueva cirugía y una lenta recuperación. 

De tragedia en tragedia 

Tres meses después del accidente, el 17 de abril, Yulián Nicolás, de 16 meses de edad, falleció a causa de una infección respiratoria aguda. “Eso sí me dejó más decaído, porque lo de la mina son gajes del oficio militar, pero la muerte de un hijo y tan bebé, nadie se lo espera. No pude ver nacer a mi hijo, pero la guerra sí me obligó a verlo morir”.

El golpe emocional se sumó a la fisioterapia, la rehabilitación y el uso de la prótesis. Una década después, Yúldor y Marcela tienen tres hijos: Matías, Salomé y Alejandro. Morales es pensionado del Ejército por invalidez, fue ascendido a sargento segundo y, junto con su esposa, son propietarios de un negocio de venta de cauchos para vehículos y para industrias en Bogotá.

De esta forma obtiene el sustento familiar y a la vez cree que es su aporte como víctima del conflicto armado para la construcción de una mejor sociedad. “El ingreso económico por la pensión nos sirve, pero con el emprendimiento de los cauchos no solo nos damos nuestros gusticos, sino también aportamos a una mejor sociedad porque generamos empleo en nuestros proveedores, lo que también redunda en mejorar la calidad de vida de muchas personas”, dice.

Hoy ve el futuro con optimismo. Cree que hay que seguir perseverando en la búsqueda de la paz, “una paz donde no solo sean reconocidas las víctimas, sino también sus familias. Lo que más le pido a la sociedad, en general, es empatía, ponerse en el lugar del otro”. 




Unidad para las Víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones, Bogotá 9 de abril de 2023