Ledis Oneida Jaramillo, la mujer que sanó su corazón tejiendo e inspiró a otras a construir un mejor futuro en los Montes de María  

La historia de Ledis Oneida Jaramillo Ariza es la de muchas mujeres en el país que fueron víctimas de desplazamiento forzado durante el conflicto armado. Despojada de todo, para salvar su vida y la de los suyos, llegó a San Jacinto, Bolívar. Desde allí, constituyó la Asociación de Tejedoras de Esperanza de San Jacinto y hoy en día lidera a cincuenta mujeres sobrevivientes de la guerra. Este es su aporte a la paz del país. 

Desde las ocho de la mañana, con los trinos de las aves de la montaña, empiezan a llegar las tejedoras a la loma donde queda la Casa de la Tercera Edad, en el municipio de San Jacinto, Bolívar, corazón de los Montes de María. 

A esas horas del día, los colores de las flores del monte que crecen por doquier y se iluminan con la luz solar parecen reflejados en los hilos de los tejidos de las hamacas y las mochilas, un oficio que allí lidera Ledis Oneida Jaramillo Ariza, sobreviviente del desplazamiento forzado.

Ledis Oneida se despierta con los cantos de los gallos que se pavonean en su patio. Desde temprano revisa los pedidos que le toca entregar y que están pendientes de terminar. La Casa de la Tercera Edad es donde vive y donde otras mujeres, víctimas de la guerra, tejen los productos encomendados para la venta.  

Aquí, en esta zona elevada de San Jacinto, la vida tiene otro ritmo, el ritmo de los Montes de María, en el centro del departamento de Bolívar, la tierra de los gaiteros y de la hamaca grande.  

Ledis Oneida Jaramillo Ariza nació en el corregimiento Villa Germania, en el piedemonte de la Sierra Nevada de Santa Marta, a pocos minutos de Valledupar, Cesar. El destino y la guerra la sacaron con su familia de su vereda natal. Abriendo caminos y aferrándose a la esperanza llegó hasta San Jacinto, de donde no volvió a desplazarse. De eso hace ya veinte años.  

Ella vivió una pesadilla que se le repitió dos veces. Sin embargo, las vicisitudes que enfrentó no le destruyeron sus sueños, ni mucho menos atrofiaron sus manos artísticas y prodigiosas, que hoy valen oro. Con ellas ha tejido el alivio de sus penas y edifica su presente y su futuro, el de los suyos y el de otras cincuenta tejedoras, sobrevivientes del conflicto armado, que decidieron no dejarse vencer y avanzar con fe por la vida. 

De su natal Villa Germania, Ledis Oneida tuvo que salir despavorida con sus padres y hermanos después de sufrir la muerte de varios allegados suyos a manos de paramilitares. Los obligaron a salir con lo que tenían puesto, por trochas enmontadas, huyendo de la muerte que sentían cerca, que caminaba a sus espaldas. 

Lograron ponerse a salvo y, guiados por su padre, llegaron hasta el poblado de Mingueo, en La Guajira, donde creyeron que podían ser felices de nuevo. Pero, otra vez, la guerra les tocó la puerta. Esta vez a manos de un grupo guerrillero que provocó un nuevo desplazamiento forzado. Tomaron el camino de huida, despojados de sus pertenencias, apresurados, en medio de un aguacero infernal y la oscuridad de la noche, oyendo de cerca las balas y los pasos de la muerte.  

Trataron, en esta nueva oportunidad, de ir lo más lejos de aquellos lugares y así llegaron a San Jacinto, una tierra que también vivía sus días de la guerra dura, pero que les ofreció estabilidad. Parafraseando la canción del maestro sanjacintero Adolfo Pacheco Anillo (q.e.p.d), Ledis Oneida y su familia llegó a este municipio buscando consuelo, buscando paz y tranquilidad.   

Y aquí se quedaron.  

Ledis Oneida halló, con el paso de los días, que algo unía a la cultura cesarense y la guajira: el arte de hilar. Aprendió a tejer chinchorros en La Guajira y eso le facilitó el aprendizaje de tejer hamacas y mochilas en la tierra de la hamaca grande, justamente. Se convirtió después en una lideresa, fuerte, de voz segura y determinaciones ciertas. 

Tejía los tirantes de las mochilas para ganarse la vida. Se dirigía a las personas que tenían el negocio de vender mochilas al por mayor. Su trabajo era bueno y así se lo hacían saber. Pero había algo que a Ledis Oneida no le gustaba y era el poco precio que le pagaban por sus tejidos. Incluso cuando exigió un mayor reconocimiento económico se lo negaron. Entonces, nació la idea de fundar la asociación de Tejedoras de Esperanza de San Jacinto. 

Encontró a otras mujeres que habían vivido episodios similares al suyo por cuenta del conflicto armado y que estaban motivadas a abrir nuevos horizontes para sus vidas y las de los suyos.  

"Tejer nos ha ayudado a sanar, a pensar que podemos ser independientes y resolver nuestras vidas sin esperar que nos den todo", dice Ledis Oneida. Y agrega: “Nosotras fuimos construyendo y levantando nuestra organización desde abajo, yo fui invitando a mujeres que querían salir adelante. Fuimos haciendo rifas en los barrios, ollas de sancocho para venta, vendíamos pasteles, galletas. Hoy somos 25 mujeres en la zona urbana y 25 en la rural”. 

Tejedoras de Esperanza de San Jacinto comercializa sus productos en distintos mercados de Colombia y del mundo. “Metí la Asociación a Artesanías de Colombia, que nos capacitó psicosocialmente y también en las áreas de dirección de la producción y definición del mercado”, dice.  

Sostiene que, a través de este arte del tejido, también se hace paz, se alcanza el crecimiento como personas. Ella, que es una mujer adulta, se motivó para iniciar la validación de su bachillerato porque está convencida de que debe seguir subiendo peldaños en la construcción de su vida y bienestar.  

“En San Jacinto las manos son tu empresa –cuenta- y yo convertí mis manos en mi propia empresa y me sigo capacitando y formando”.   

Para ella y sus compañeras tejedoras lo importante es que sienten que han avanzado. “No estamos esperando que todo nos lo den. Nosotras hemos ido avanzando con nuestros tejidos y superando los estragos de la violencia que hemos vivido, las que nos quedamos sin tierra donde sembrar, a las que nos mataron a seres queridos…a través de los hilos hemos edificado esa paz interior que tanto necesitamos”, agregó.  

Ledis Oneida no puede estar quieta un minuto, revisa las mochilas, teje, atiende a un mensajero que se llevará un envío de adornos tejidos.   

Se queda un rato en silencio y dice, antes de terminar: “Nosotras sentimos paz y orgullo cuando ofrecemos un producto artesanal, un producto que es de nuestras raíces culturales, que las hicimos con nuestras manos. Nos sentimos orgullosas. No solo estamos quejándonos siempre, sino que, con nuestras manos y la reparación proveniente de instituciones como a Unidad para las Victimas, cambiamos día a día nuestras realidades y aportamos un grano de arena para salir adelante, para construir la paz”.  




Unidad para las Víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones, Bogotá 9 de abril de 2023