El poder de un nuevo amanecer 

Un encuentro de dos días entre víctimas de diferentes violencias se convirtió en una primera puntada del tejido de reparación y reconciliación que se necesita para avanzar hacia la paz. Reconocer entre sí sus heridas y la estigmatización que todas, a pesar de sus diferencias, han vivido, fueron el eje de un diálogo potente e inédito.

Tensión, ansiedad y timidez. Dificultad para mirarse a los ojos, manos sudorosas y nudos en la garganta. Ese era el ambiente que envolvía a 13 personas en un encuentro que parecía improbable. Sucedió el pasado 3 de abril en un auditorio en Villavicencio: esa tarde fue la primera vez que se encontraron frente a frente para contar sus experiencias como víctimas de un conflicto armado que siguen intentando acabar. Eran 13 almas atravesadas por el dolor, la rabia y la esperanza de que nadie más viva lo que sufrieron, confiadas en que su voz y sus testimonios sean no un granito, sino una montaña de arena, para edificar la paz que clama el 20 % de la población colombiana golpeada por la guerra y la totalidad de un país que necesita reconciliarse.

La distancia entre ellas era apenas natural y perceptible. Nunca antes se habían reunido en un mismo espacio víctimas de tan distintas violencias, orígenes y regiones. Eran madres, hijos y hermanos que perdieron a sus seres amados a manos de grupos armados de todo tipo. En principio eso generó cierta incomodidad y hasta confrontación, sobre todo de carácter político, pero muy pronto todos entendieron que estaban conectados por el dolor y el anhelo de exteriorizarlo. Bajo esa premisa dieron inicio a un primer círculo de conversación para romper el hielo, conocerse y reconocerse entre sí como víctimas de la crueldad del conflicto armado.

Esa conversación inicial estuvo marcada por una voz baja y las pocas palabras que entrecruzaban. No quedó ninguna persona sin hablar al menos una vez con otra y, conforme avanzaban los temas y las preguntas se hacían más delicadas, la complicidad, los ojos encharcados y el contacto físico, como quienes reconocen sus heridas, fueron el común denominador. 

César, ganadero de Antioquia, y Odalis, campesina de Córdoba, recitaron cómo siendo muy pequeños vivieron el asesinato de sus padres a manos de guerrilleros y paramilitares, respectivamente; Gloria rememoró los más de 25 años que lleva buscando a su hijo, quien un día salió a las calles de Pasto y nunca más volvió; Manuel revivió la forma en que, por su activismo en favor de la comunidad LGBTI, fue atacado en la vivienda que compartía con su novio y tuvo que salir exiliado a España; Mileyni relató cómo a sus 13 años, camino al colegio, una mina antipersonal la dejó sin su pierna derecha en su natal Tibú, y Freddy reconstruyó la tarde en que un carrobomba estalló en la escuela de policía General Santander, donde estudiaba su hijo de 21 años… 

Cada historia revelaba un detalle aún más desgarrador que la anterior. Y a lo de por sí doloroso de cada una se sumaba que todos se consideraban revictimizados por los prejuicios de una sociedad que considera que “por algo” les pasó lo que les pasó. Incluso les faltó tiempo para unos diálogos en los que se admitieron como sobrevivientes y líderes de procesos regionales y nacionales, aludieron las dificultades de declararse víctimas como las murallas psicológicas y los estigmas, e interpretaron el encuentro como un espacio "de confianza" del que esperaban no salir igual.  

En la primera oportunidad de mirarse de frente, antes de viajar hacia la parte final del encuentro, el martes, en Restrepo, Meta, otros temas en los que coincidieron fueron los sentimientos encontrados al reconstruir las historias, el aplazamiento del dolor ante la premura de la vida y el día a día, la configuración de unas bases para la construcción de paz y hasta la consolidación de procesos y proyectos en común. "El poder que tenemos las víctimas es enorme, pero no lo sabemos usar", confesaron, al tiempo que reivindicaron ser la base de cualquier movimiento y por tanto el compromiso de no dejarse usar políticamente. 

Entre víctimas, un encuentro por
la memoria y la dignidad


En el marco del 9 de abril, la Unidad para las Víctimas convocó un encuentro con 13 víctimas que han vivido distintas violencias derivadas del conflicto armado. Durante dos días, la reunión se convirtió en un espacio seguro para que ellas hablaran de la huella que la guerra les ha dejado y sobre los responsables de sus afectaciones. Asimismo, permitió que reconocieran cómo, todas ellas, sin importar sus procedencias y pensamientos políticos, cargan con la estigmatización que ha intentado invisibilizar sus sentires y experiencias. Los diálogos que se generaron en este encuentro buscan ahondar en la reconciliación y el resurgir de las víctimas. 

“Después del anochecer se empieza a ver la luz”

Contemplando muchas tonalidades de azul en el cielo, difuminados entre rosados y naranjas cada vez más intensos que anunciaban el inicio de un nuevo día, las 13 víctimas iniciaron su segunda jornada de convivencia en una zona apartada del municipio de Restrepo. Mientras observaban el aleteo de las garzas blancas y rojas en las copas de un morichal, reflexionaban sobre la metáfora que hacía unas horas, poco antes de ir a dormir, habían presenciado: la ruptura intencional de un jarrón que, se suponía, iban a decorar entre todos con símbolos de paz.

Mientras hablaban de cómo representar la paz y afloraban algunas diferencias conceptuales entre las nociones personales y el imaginario colectivo para aludir sensaciones de armonía y calma, uno de los servidores de la Unidad para las Víctimas rompió el jarrón con la finalidad de representar lo que hizo la guerra en cada uno de ellos. Cuando eso ocurrió, entre la sorpresa y el desconsuelo, todos se fundieron en un abrazo colectivo y entre sollozos se escuchaba “estamos como el jarrón”. 

Luego de meditarlo, acordaron que reconstruir y decorar el florero sería una labor de todos. Eso sí, a pesar del compromiso, algunos no ocultaron que componer el jarrón era una tarea ineficaz porque no había forma de que volviera a ser el mismo, comparando así su dolor con lo que pasaría incluso luego de ser atendidos y reparados por el Estado. 

Llegando incluso a la filigrana del jarrón, los más inconformes insistían que “le faltaban partes” y que sería imposible reconstruirlo. O por lo menos sin que quedaran expuestas las fisuras que dejó el destrozo. Con esa certeza se fueron a descansar en la noche del lunes, bien temprano pues al día siguiente madrugarían para otro diálogo profundo, esta vez en medio del amanecer.

Respirando hondo y escuchando la tranquilidad de la naturaleza, el martes iniciaba de forma atípica para casi todos, acostumbrados al ajetreo y los afanes diarios. Cuando ya estaba clarito y no había necesidad de forzar la vista para saber quién estaba a unos metros, encendieron las 13 velas y de nuevo se hicieron en un círculo en el que podían sentirse en comunidad. “Yo soy porque tú eres. Tú eres porque yo soy”, pronunciaban una a una las víctimas mientras prendían cada llama, como un ejercicio de reconocimiento y solidaridad entre sí. 

“El amanecer es lo que nos está pasando ahora”. “Después del anochecer se empieza a ver la luz”. Esas fueron algunas de las conmovedoras reflexiones y analogías que hacían con las velas encendidas y las caras afligidas al saberse heridos por un monstruo de distintas cabezas que ha dejado desgracias, orfandad, pobreza y mucho dolor a su paso. 

Esa conmoción fue un catalizador para que las 13 víctimas se animaran a hacer de pegamentos y adhesivos sus mejores aliados para reparar el florero. Por supuesto no quedó igual, se le veían algunas cicatrices, pero eran también evidentes los sacrificios para su recomposición. Y horas después, en compañía de Patricia Tobón Yagarí, directora de la Unidad para las Víctimas, lo ocuparon con flores blancas. El jarrón con el ramo de flores viajó de regreso a Bogotá y estuvo presente en los distintos actos de la semana de conmemoración a las víctimas, como símbolo de unión, valor, y resistencia. El jarrón maltrecho ilustró que al lado de los horrores padecidos, desde adentro crece el poder de transformar a Colombia. 

En el último círculo que hicieron antes de concluir la convivencia, las víctimas expusieron objetos preciados que les recordaban aquel momento que trocó sus vidas. Fotografías, sombreros, muñecas, banderas, escapularios… Elementos muy íntimos de los que se quebraron al hablar, pero que les despertaron una ilusión: que “ojalá sean las últimas lágrimas” y que sus testimonios sean claves para, de una vez por todas, ponerse al día en el rezago histórico de atención y reparación. 

Galería del Encuentro por la memoria y dignidad de las Víctimas

Unidad para las Víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones, Bogotá 9 de abril de 2023