Una víctima con muchos
nombres y apellidos

La Asociación Municipal de Usuarios Campesinos de Pradera (Valle), con décadas de historia comunitaria, sufrió el duro impacto del conflicto y hoy batalla por su reconstrucción y nuevos proyectos.

Por Luz Jeny Aguirre

“Estamos contando la historia es de milagro”, dice Mario Chauza. No le alcanzan los dedos para hacer la cuenta de cuántos vecinos y campesinos murieron por la guerra en las fértiles tierras de Pradera. Y aún así, con una nostalgia que se deja ver cada tanto en sus palabras, a su relato lo gobierna, increíblemente, la esperanza.

En el segundo piso de una casa que significa mucho —y eso ya vamos a contarlo—, tomando un aromático café pradereño, se entrega al ejercicio de la memoria.

Estamos en la sede de la Asociación Municipal de Usuarios Campesinos (AMUC) en el sector de La Colina, una zona urbana que hoy en día ya está completamente construida y poblada, haciendo de los sembrados de maíz y habichuelas un mero recuerdo.

Mario dice que los orígenes de esta organización campesina se remontan a 1969, cuando el Gobierno estimuló la creación de la entonces Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) a través del Ministerio de Agricultura, y luego de muchos vaivenes, avances, divisiones y luchas, se conformaron las asociaciones a nivel local, llamado que fue acogido en Pradera. Las reuniones eran en la casa cural y llegaron a juntarse 400 campesinos. El tema principal que los unía era trabajar por la titulación de tierras y fortalecer a las distintas organizaciones de labriegos para mejorar las condiciones del campo.

Pradera es un municipio agrícola por excelencia, donde los contrastes de su geografía montañosa y plana bendicen el suelo con gran riqueza. Amplios sembrados de caña comparten espacio con café, frutales, aromáticas y demás; han venido experimentando una gradual reducción con el paso de los años, pero ese es otro asunto. 

El caso es que el grupo se hizo fuerte y necesitó una sede. A punta de bazares, rifas y aportes de los afiliados empezaron a pagar los lotes de la que sería la casa campesina de AMUC en La Colina. Resultó un proceso emocionante. En una oportunidad la Gobernación les donó $50 millones (bastante en esa época) en materiales y se vieron con cemento y ladrillos, pero sin saber cómo usarlos. Consiguieron una capacitación para poder construir con el SENA, se anotaron 35 campesinos para las clases con dos maestros de obra y un arquitecto y, finalmente, por las mañanas aprendían y por las tardes construían.

“Estábamos dichosos. En 1988 ya teníamos el primer piso y eso era fabuloso porque había dónde hacer nuestros festivales, encuentros campesinos de música, reuniones y capacitaciones. Para el segundo piso se movilizó todo el pueblo, los docentes hicieron una campaña y cada niño traía un ladrillo o lo que cada familia pudiera aportar”, relata Mario.

Cuando el tercer piso ya estaba, montaron el mercado campesino y todos los sábados las familias bajaban de las veredas con sus productos para ofrecerlos no solo a los habitantes de Pradera, sino también a los de muchos municipios vecinos que venían tras la noticia de comida fresca, en buen estado y a excelentes precios.

“Mejor dicho, íbamos para adelante, organizados y apoyándonos entre nosotros”, complementa Luz, también presente en la charla y quien hizo parte de esta historia. 

“Empieza Cristo a padecer”      

Esta frase aparece en la narración de Mario cuando llega al año 2000. La presencia de los grupos armados en la zona rural empezó a ser tan fuerte que de pronto los campesinos ya no bajaban a reunirse; ya pocos podían ir al mercado, las fiestas se quedaron sin comensales, pero nadie decía nada. Se sembró el miedo en esta región en medio de esa disputa. Se trata nada más y nada menos de un municipio que junto con su vecino, Florida, conecta distintas áreas del país a través de páramos y bosques andinos. En resumen, una zona de interconexión estratégica entre el Valle, el Cauca el Macizo colombiano, los Andes centrales y el Pacífico, una auténtica joya.

El primer desplazamiento masivo fue desde el corregimiento de La Fría en el 2001. Ahí, la foto a colores vivos que era AMUC y su casa campesina se volvió blanco y negro. La sede se convirtió en albergue para las 25 familias que llegaron huyendo de la muerte; a su vez, el mercado campesino se tuvo que mover para la calle y de ahí en adelante se vino la sucesión de desplazamientos masivos e individuales.

Las amenazas se volvieron el pan de cada día y pocos contaban de los temores que vivían de puertas para adentro. La tranquilidad y la capacidad de organización y liderazgo logrado por años de trabajo campesino se fueron desmoronando. Y cómo no, cuando lo que se sabía era del asesinato de Marcelino, de Javier, de Célimo, de Leonel... lo que se rumoraba era de la finca de aquel lado que había quedado abandonada, del fulano que salió y le tocó dejar hasta las vacas solas, de otro amigo al que lo pararon por allá lejos y le dijeron que no volviera por estos lados. 

“Informantes. Esa era la palabrita terrible que se convirtió en una pesadilla. Todo el mundo tenía cara de informante, ya sea para los de un bando o del otro, y los campesinos en la mitad de aquel problema intentando simplemente sobrevivir. Yo creo que en todos estos años fueron más de 60 los campesinos asesinados en medio de la guerra. Cuánto me gustaría que hubiera en la plaza del pueblo un momumento al campesino caído”, dice Mario.
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El documento de Diagnóstico del Daño, que recoge la historia de lo vivido por esta comunidad, reconocida por el Gobierno como Sujeto de Reparación Colectiva, señala que el 14 de marzo de 2003 hubo un largo y cruento enfrentamiento entre las Farc y las AUC, en medio del cual quemaron cuatro casas, lo que generó el desplazamiento masivo hasta el casco urbano de Pradera.
“Entre los afectados de este hecho se encontraba uno de los asociados y líder de la AMUC, Jaime Jiménez. Este desplazamiento marcó nuestra situación porque sabíamos que nos estaban empezando a perseguir a los miembros de la Junta y los asociados; esto causó que los asociados no volvieran a acompañarnos en proyectos y planes agropecuarios”, manifestó uno de los dolientes.  

En efecto, la persecución y la amenazas se intensificaron. La AMUC, que había incursionado en política logrando tres concejales campesinos en diferentes períodos, y que tenía prósperos y visibles proyectos, fue declarado “objetivo militar”, tanto así que el último aspirante al Concejo fue obligado a renunciar.

Este mismo documento señala que el 2011 fue el año crítico: “Entre las calamidades que ocurrieron están el homicidio del exsecretario y las amenazas y desplazamiento de 11 de sus miembros”, amenazados por la Columna Móvil Gabriel Galvis de las Farc.

Luz Adriana Toro, directora territorial de la Unidad para las Víctimas en el Valle, explica que con el caso de AMUC se comprende cómo el conflicto no solo afectó a las personas de manera individual, sino que también lastimó profundamente las dinámicas sociales, el alma de las comunidades, organizaciones y grupos. “Es por eso por lo que se les reconoce como Sujeto de Reparación Colectiva y se hace un proceso para reparar los daños sufridos como grupo. AMUC ha sido valiente en este caminar y se ha reconstruido para superar lo vivido y seguir adelante”.    

El retorno de la calma fue lento y empezó después del 2015, pero el daño estaba hecho incluso al buen nombre del grupo y sus integrantes, lo que no ha sido nada fácil de recuperar. Hoy AMUC Pradera tiene cerca de 56 miembros, algunos de aquella época, como Mario, y muchos otros presentes allí por herencia: hijos, sobrinos y nietos de los campesinos que tuvieron que batallar con el conflicto de frente.

Están en la casa de La Colina, cuyo tercer piso, donde se albergaron muchas veces los desplazados, está hoy alquilado a un equipo que hace desminado humanitario. También funciona en el primer piso una cooperativa de caficultores. En el segundo piso toma fuerza el nuevo motor de trabajo de este colectivo: las confecciones. Sí, sin saber mucho, así como cuando les dieron material para construir la casa, los integrantes de AMUC recibieron ayudas del Gobierno en máquinas planas, materiales y elementos para costura, de los cuales han aprendido sobre la marcha y con esfuerzo, sacándole todo el provecho. Se han capacitado y hoy estampan, hacen dotaciones, bolsos y bordados.

“Tocó apuntarle a algo urbano, pues con todo lo que pasó el entorno cambió mucho. Donde había muchas fincas de sembrados hoy hay casas de veraneo; se ha perdido la vocación agrícola. Aún así, seguimos soñando con el campo y eso buscamos, poder tener una granja de tipo integral y sostenible donde podamos impartir capacitaciones en sistemas productivos. Queremos preservar, custodiar y suministrar semillas o materiales de propagación agroalimentarios a los campesinos”, señala Carlos Hugo Vásquez, presidente actual de AMUC.

No todos saben que las víctimas del conflicto no solo tienen nombre y apellido, también pueden tener nombre de organización, de pueblo, de barrio, de movimiento, porque la guerra causó daños en todos los niveles. Allí en Pradera, el municipio Dulce del Valle, está uno de esos ejemplos. Esos años que tanto les duelen no aparecen en las fotos enmarcadas y colgadas en la pared que dan cuenta de su hisotria, pero ocurrieron y es algo que necesitan contar para que nunca, nunca, vuelva a pasar.  


Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas
Oficina Asesora de Comunicaciones, Bogotá 2021