La violencia, para la gran mayoría de los pueblos indígenas colombianos, no surgió con la presencia de los grupos armados, afloró con la conquista española. Para el pueblo misak misak, parido por el encuentro de la laguna Nimbi y el lago Piendamú, símbolos de lo femenino y lo masculino, según su leyenda, tal vez se adeuda a las correrías de Sebastián de Belalcázar por el macizo colombiano en busca de El Dorado, por allá en esos años de 1536 y 1537, cuando fundó Santiago de Cali y Popayán.
“Nosotros siempre hemos sido víctimas, es un proceso de hace más de 550 años, porque nos arrebataron nuestros territorios, nuestros sitios sagrados. A partir de ahí hemos sido víctimas de muchas formas y no a partir de un programa de reparación que declara un gobierno”, comenta el taita Miguel Antonio Tumiña, del pueblo misak del territorio Guambia.
Sus palabras hacen recordar el Memorial de los Agravios, de los Remedios y de las Denuncias, escrito por Fray Bartolomé de las Casas en 1516, por su denuncia del mal trato a los indígenas y la súplica por su libertad, documento por el cual fue bautizado “protector universal de todos los indios”.
Sin embargo, la violencia actual es la que ha empujado a su pueblo a desparramarse por otras regiones del país para rescatar su cosmovisión y mejorar la economía. “Hemos empezado a trasladarnos desde el Cauca, nuestro territorio original donde hay 15 cabildos, hacia otros lugares del Valle del Cauca, Huila, Putumayo, Cundinamarca, Meta y Caquetá, desde donde trabajamos en un colectivo nacional llamado la Gran Confederación Nu Nachak”, explica Miguel.
El nombre de la confederación que a primera vista se confunde con el chino nunchaku, aquella arma de las artes marciales cuyo origen al parecer fue alimentario porque lo usaban las mujeres para desgranar el arroz y para bajar los frutos de los árboles, significa “la gran cocina”, ya que para los misak es el lugar de la casa donde se origina la educación. “La palabra ‘chak’ significa espacio, ‘na’, fuego, y el fuego tiene un espíritu, y es lo que le da sentido a la unión familiar”.
En esa gran cocina, cada asentamiento tiene su propia autoridad, representada en el cabildo indígena, conformado por gobernador, vicegobernador, secretario, alcalde zonal, tesorero y alguacil, quien se comunica con las familias cuando hay necesidad de convocar a una minga de trabajo, que se enfoca en las labores de cultivo y cosecha, o una minga de pensamiento, donde toman las decisiones en beneficio del pueblo o para dialogar con otras comunidades.
Pero el origen de esta gran confederación no solo se debe a la presencia en sus territorios de los grupos armados irregulares, también al Estado y su lucha contra el narcotráfico. “La gente había comenzado a cultivar la amapola en pequeñas parcelas para extraerle sustancias y con el Plan Colombia llegaron las fumigaciones aéreas que acabaron con cultivos, colchones de agua, con todo lo que se encontró, y por eso las parcelas quedaron inertes. Nosotros subsistíamos con la cebolla, el ajo, la papa, pero después de las fumigaciones tocó buscar otra forma de sustento”, asegura.
La inseguridad también impulsó esa búsqueda. “Comenzaron a llegar panfletos con amenazas para los dirigentes, porque los acusaban de ordenar la resistencia”.
Así, Miguel, proveniente de una familia de siete hermanos, que trabajó como periodista comunitario en la emisora del pueblo, Namuiwam 92.2, y fue secretario del cabildo, tuvo que desplazarse hacia Bogotá y abandonar su región ancestral: el resguardo de Guambia con 20.000 hectáreas de ojos de agua –manantiales–, colchones de agua o humedales, lagunas, montañas, lugares sagrados, de los cuales solo 5.000 son cultivables.
Debió renunciar también a la armonía de convivir con los espíritus de la naturaleza, del aire, del agua, de la tierra y el fuego, concordia de la cual depende que estas manifestaciones de existencia, que los esotéricos juzgan en llamar elementales, se molesten. “De no ser así esos espíritus se enojan; esos espíritus tienen más vida que nosotros, y actúan de forma favorable o contraria”, afirma Miguel.