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En la guerra, no todo lo que parece bueno, lo es

Juanita Barragán es tolimense y tiene actualmente 26 años de edad. Se prepara para ser abogada y defender los derechos humanos de aquellas personas que, como ella, sufrieron los rigores de la guerra. Estuvo nueve meses en las filas de las FARC, en donde conoció lo que viven las niñas y niños reclutados por la guerrilla.

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Juanita Barragán fue una de las 12 víctimas que viajó el 9 de septiembre del 2014 a La Habana (Cuba), para participar en la Mesa de Conversaciones del gobierno y las FARC-EP, como representante de las víctimas de reclutamiento forzado de menores. En el conflicto colombiano, esta ha sido una práctica común, de la que el Registro Único de Víctimas tiene documentados 7.726 casos por vinculación de niños, niñas y adolescentes, algo que los priva de una de las etapas más importantes de su vida y desarrollo.

En el marco del Día de la Niñez que se celebra durante el mes de abril, el Grupo de Niños, Niñas y Adolescentes de la Unidad para las Víctimas se entrevistó con ella para que nos contara su experiencia como representante de miles de niños y niñas que, por diferentes causas, han hecho o son parte del conflicto de más de 50 años que vive el país.

UV/ Juanita, actualmente, ¿qué estas estudiando?
Estoy estudiando Derecho, ya voy en quinto semestre. El Derecho es lo que más me gusta, desde siempre, desde niña, me he enfocado en los derechos humanos. En algún momento cuando yo necesité una persona de mi lado, tuve un defensor de familia quien me ayudó a detectar cuales eran mis derechos y cuales me habían vulnerado. Realmente me acusaban de una cantidad de cosas que yo no entendía. Obviamente que hoy las entiendo, pero en ese momento, en esa época no tenía ni idea y tenía miedo: era una niña de trece años que no tenía el conocimiento suficiente para afrontar esa situación. El apoyo de una abogada defensora que se preocupaba por mí, por mi caso, es una de las cosas que me inspiraron a estudiar derecho. Y es también lo que me ha inspirado hasta el momento a reiterar mi convicción de ser una defensora de derechos humanos.

UV/¿Qué te dejó la experiencia de La Habana?
En lo personal, es una experiencia que muchas personas quisieran vivir y una satisfacción de expresar lo que sentí, de afrontar mis miedos de una forma más directa. Además de mucho conocimiento, porque he aprendido mucho. A pesar de todo lo que viví en la guerra, estar ahí sentada y aportar un pedacito a los diálogos, para mí en lo personal significa mucho y aún más por lo que estoy estudiando y en lo que me estoy preparando.

UV/ ¿Perteneces a alguna organización de víctimas?
Trabajo un proyecto de una organización que se llama World Coach, no de una forma tan directa, porque estoy estudiando y viviendo en esta ciudad y ellos tienen la sede en Bogotá y otra en Cartagena. Simplemente viajo de vez en cuando a dictar conferencias a los líderes comunitarios y no más.

¿Cuántos años tenías cuando fuiste vinculada a las FARC?
Tenía 13 años y duré nueve meses. Antes de que me reclutaran, yo tenía una serie de problemáticas en mi casa con mi mamá, de donde fui víctima de abuso sexual por parte de mi padrastro, maltrato intrafamiliar y pobreza absoluta en mi casa. Mi mamá se dedicaba a cultivar amapola. Me tocaba hacerle de comer a 11 trabajadores. Mi mamá me decía que si a los 16 años yo no conseguía un esposo o marido que me mantuviera, ella no lo iba a hacer por mí. Las posibilidades de acceder al estudio en la zona donde estábamos era muy pocas. En la única escuela que había, solo había un solo profesor para todos los niños, para todas las aéreas. Había un centro de salud que funcionaba en pésimas condiciones y con una sola enfermera. Los únicos que mandaban en mi pueblo eran los guerrilleros. Ante ese panorama uno tiene muy pocas cosas en que inspirarse.

UV/ Era, de alguna manera, por la falta de la presencia del Estado en esa región.
Así es.

UV/ ¿Y con qué argumento llega la guerrilla a decirle a una niña como tú qué venga a ser parte de ellos?
Es que ellos son los que ponían el orden en ese territorio. Ellos son los que se toman el poder y son la autoridad pública. Por ejemplo, en mi pueblo, como en muchos de Colombia, no se aceptaban marihuaneros, a las prostitutas las echaban del pueblo, a los limosneros y a los ladrones los mataban. A las mujeres chismosas las ponían a recoger papeles en todo el pueblo.

UV/ ¿Y a un abusador?
En realidad no sé, porque yo no conocí casos en el pueblo. Con respecto a lo que me tocó vivir, a mi caso personal con mi padrastro, a mí me daba miedo. Se lo le dije a mi mamá y ella no me quiso creer. Imagínese como será contarle eso a una persona extraña. Los niños, al ver la supuesta autoridad de la guerrilla, los convierten en sus ídolos y esperan al crecer ser uno de ellos.

En algún momento yo quise ser como ellos, porque una vez un guerrero me salvó de una paliza que me estaba dando mi mamá en la que me arrastraba por toda la calle. Yo vivía con mi mamá desde los ocho años y ella me maltrataba de tal forma que me decía que me odiaba. Eran tantas cosas que uno de niño no entiende… sin embargo, uno seguía ahí. Yo creo que se trata de instinto, el instinto de vivir, de querer otras cosas para su vida siendo aún tan pequeña. Es como si la mente, el alma y el corazón lo obligaran a pensar de otra forma, aun siendo tan niño.

En ese momento, yo veía que mi mamá tenía cinco hijos y yo los cuidaba a todos. Yo soy la mayor. Después me di cuenta que ella estaba otra vez embarazada y ahí fue cuando decidí volarme de la casa. Ya lo había hecho varias veces, pero esta última sí fue con un rumbo muy específico y fue la guerrilla. Yo pensaba “¿qué puede ser peor: estar en mi casa o estar en la guerrilla?” Son circunstancias en la vida que algunas personas tenemos que pasar.

UV/ ¿Con apenas 13 años tenías que portar un fusil?
Obvio que sí. Nos tocaba prestar guardia, hacer trincheras, cocinar (que allá se le llama ‘ranchar’), nos tocaba hacer calistenia, que son los ejercicios de entrenamiento, tocaba hacer muchas actividades que, para mí, a la hora de la verdad, no eran mucho esfuerzo.

Obvio que sí. Nos tocaba prestar guardia, hacer trincheras, cocinar (que allá se le llama ‘ranchar’), nos tocaba hacer calistenia, que son los ejercicios de entrenamiento, tocaba hacer muchas actividades que, para mí, a la hora de la verdad, no eran mucho esfuerzo.

UV/ ¿Por qué? ¿Por ser una niña criada en el campo, donde los niños y niñas aprenden a temprana edad las labores campesinas?
Exactamente. Por ejemplo, a mí me tocaba en mi casa cargar leña y en la guerrilla también. Si me tocaba abrir caminos, en la casa también me tocaba hacer cosas así como quitar la maleza a la amapola. Entonces, nunca le veía problema a tener en la mano un machete y cortar leña.

UV/ ¿Cómo es el día que te vuelas de tu casa para la guerrilla?
Fue una mañana cuando me fui de la casa. Cuando hay tantas carencias de amor y alguien externo a tu familia, en este caso, un muchacho de ese grupo, se gana tu confianza y te brinda amor, pues la cosa es diferente. Alguien me dio su afecto y su comprensión ante la situación que vivía en mi casa. Y además, yo le pedí que me llevara. En ese momento, me voy con ellos, aunque todavía no había pensado en ingresar. Después lo pensé y, ante mi situación y el momento que me encontraba viviendo en mi casa, donde no me acogían con amor, pues, qué más daba. Me vuelo con ellos, mi mamá ni se inmuta, el único que me aconseja que no me vaya es mi padrastro.

UV/ ¿Ustedes hablaron?
Sí. Me dijo que no me fuera porque no me convenía y a mí no me importó y me fui. Ya estando en el otro pueblo con la guerrilla, había tomado mi decisión de ingresar. Era un momento importante para el frente al que iba a ser parte, porque se encontraba de visita uno de sus líderes: Pablo Catatumbo. Yo ingresé y solamente yo y otra persona éramos las únicas que teníamos hasta quinto de primaria.

UV/ Entonces podríamos decir que de alguna manera entras con cierta ventaja en el grupo.
Sí, porque sabía leer y escribir. Me ponían a leer todo lo que tenía que ver con la guerrilla. A mí, desde muy pequeña, siempre me ha gustado leer.

UV/ ¿Qué es lo que más te gusta leer?
En este momento, la historia romana, pero todo lo que tenga que ver con historia me gusta. De literatura me gustó un libro que leí mucho después en la correccional, que se titulaba ‘Juan Salvador Gaviota’. Otro que recuerdo también fue ‘El Caballero de la Armadura Oxidada’. Son libros que he tenido como punto de partida en algún momento de mi vida.

UV/ ¿La correccional fue después del reclutamiento?
Si.

UV/ ¿Vinieron cosas difíciles después?
Uf… muchas y muy difíciles. Muchas de esas cosas me llevaron a Bogotá hace poco realmente, para hablar con la doctora Paula Gaviria y contarle las fallas que tiene el proceso de desmovilización. Aunque los programas del Estado tienen muy buenas ideas, funcionan o no de acuerdo al funcionario que tenga la entidad. No todos entienden el mensaje y no todos tienen el mismo compromiso con las personas que se desmovilicen y, más aún, con niños. En este caso todo es más delicado.

UV/ ¿Cómo es el trato hacia los menores que pasan una situación como la que tú pasaste?
En el momento de mi ingreso, yo era la más niña. En total de niños y niñas eran cerca de 30 en un frente de 150 personas aproximadamente.

UV/ ¿Cómo es el trato para los niños y niñas vinculados a un grupo armado?
Al principio tratan de ser muy familiares y buscan no ser tan agrestes con los niños y niñas que ingresan. Al pasar los días les exigen más y más. Es ahí cuando uno se da cuenta que lo que consideraba un refugio por la situación que se estaba viviendo se vuelve una cosa totalmente diferente. Por ejemplo, planificar a los 13 años. Si uno se queda dormido en una guardia, lo sancionan. No importa que llueva, truene o relampaguee, tiene que estar ahí plantado y cuando uno es niño o niña es más difícil. Yo tenía muchos temores: que saliera el Coco, la Patasola, la Bruja, la Madremonte… Uno de niño piensa eso.

Uno de niño no está preparado para estar dos o tres horas de pie en medio de la noche, lloviendo, mojado. Eso es complicado. Terminar una noche en la guardia, dormir una hora y levantarse porque le tocó ranchería o hacer ejercicios, y uno cansado, porque allá la actividad es constante. Para todo hay que pedir permiso; es difícil ver lo machistas que son, porque las mujeres en la guerrilla trabajan más o igual que los hombres. Sin embargo, ellos pueden salir y tener mujeres o un hogar civil. En el caso de la mujer, eso no puede pasar, porque ella está predestinada a estar adentro siempre.

UV/ En general, ¿cómo consideras el trato con los niños?
Eso depende del frente. Hay unos frentes móviles que están por todo el país y la exigencia a nivel físico es máximo, diferente a un frente que está establecido en un territorio y que tiene un corredor por donde se movilizan. También depende de las cosas que el niño tenga que hacer, pero en general en la guerrilla a los niños los ponen a prueba y, de esta manera, saben o no si sirve para la guerra. Hay pruebas tan difíciles como matar a alguien, por ejemplo. A otros les tocó fusilar a algún compañero por saltarse un reglamento. En el tiempo que estuve yo, no tuve que ver eso, pero sí el largo entrenamiento, caminar ocho días, caminar muy cargada, con implementos explosivos, con intendencia, con agua. A veces me daban de arma un changón, otras veces un fusil, otras veces una pistola, cosas así. El trato no es cordial. Al comienzo es ameno para que te quedes; después las cosas cambian. Si usted pierde alguna cosa del equipo, como por ejemplo el arma, respondes pero con tu vida.

UV/ ¿Tú crees en la paz?
Sí, claro, creo en la paz, pero en una paz que empieza por casa, por mí, por el cambio que yo pueda hacer en el entorno; no en la paz de un acto simbólico. La paz es el compromiso real que cada uno adquiramos en la sociedad, con la familia, con el entorno. Es un trabajo de todos y no de algunos.

UV/ Esa paz que comienza por ti, ¿tú has podido perdonar a esas personas?
Cuando uno habla de paz, cuando tú quieres estar en paz contigo mismo y desarrollarte en una sociedad, debes comenzar por ti. Perdonarte a ti primero y después a ellos. Ellos no sufrieron con lo que me hicieron. En cambio yo sí, y mucho. Entonces el perdón es conveniente para mí, por salud mental, física y psicológica, no por ellos. Ellos reconocen unos hechos, pero que lo sientan o que se duelan con mi dolor, eso no es así.

UV/ ¿Cómo sales de la guerrilla?
En aquella época nos tocó caminar mucho hacia otro departamento cercano. La guerrilla organizó un asalto a un banco. Las condiciones eran difíciles: llevábamos ocho días sin comer bien, solo leche en polvo, azúcar y fresco royal. Ya estábamos demasiado agotados y llegamos al pueblo para hacer el asalto.

En el momento del robo y ante el accionar de la guerrilla, todo el mundo se escondió y dejó todo disperso: bolsos, almacenes, restaurantes. Yo vi que había un puesto de carnes. Pedí permiso y me metí en los bolsillos carne con arepa para llevarle a los compañeros. Había un viejito, de esos que tiene un puestico con dulces en la calle y fui hasta donde él para llenar el otro bolsillo con dulces. Comí hasta que me sacié.

La información que nos habían dado era que el Ejército estaba lejos, pero no. Cuatro horas después del asalto llegaron los soldados y nos tocó salir de emergencia de ese pueblo. Yo tenía como misión grabar el asalto, pero en un momento se nos acabó la batería y le pedimos el favor a una señora para que nos dejara cargar la cámara en una toma de corriente en su casa. Nunca se me olvidará la mirada de esa señora. A ella se le había perdido su hija, de mi edad, con todo lo que se armó durante el asalto. Ella me miraba fijamente y decía que su hija era de mi misma edad. Yo le pregunté el nombre a la señora y la tranquilicé sobre el paradero de su hija. Después recogimos la batería ya cargada y nos fuimos.

Cuando llegó el Ejército, salimos corriendo. Corrí tanto que en un momento quedé inconsciente. Corría y corría y sentía que no avanzaba. Cuando desperté, no había nadie a mí alrededor y estaba en un cafetal. En la guerrilla, te enseñan sonidos y ruidos para encontrar a los compañeros. Así pude llegar al primer cordón de seguridad en donde los otros guerrilleros me dijeron que continuara caminando y que me llevara a otra niña que apenas tenía 15 días de reclutada y quien lloraba desesperadamente. Tenía aproximadamente 15 años. Con ella caminamos por horas, seguimos huellas, nos perdimos del grupo y llegamos a una finca. Ella tenía ropa de civil en su morral, por lo que nos cambiamos, enterramos los uniformes y pedimos ayuda en esa finca.

Nos recibió una señora muy amable. Yo iba muy enferma, no sé si por el desmayo o por tantos dulces que comí. Tan mal estaba que la señora de la finca me preparó un caldo y luego se fue para el pueblo. Estaba asustada, porque pensé que nos iba a entregar, así que con la otra guerrillera nos robamos unos zapatos diferentes a las botas de caucho y nos fuimos para el pueblo. El asalto al banco fue en la noche, por lo que regresar al pueblo a plena luz del día nos mostró la magnitud de lo que fue el accionar de la guerrilla.

Al llegar al pueblo vi una cara conocida y me le presenté. Le dije: ‘Oiga, yo soy del frente tal, tengo el arma acá y no sé qué hacer’. El señor me dijo que fuera donde el carnicero, que era miliciano y nos podía ayudar. Le entregamos el arma al miliciano, él nos dio 50.000 pesos y nos fuimos a la terminal de transportes. Pudimos pasar un retén del Ejército y llegamos nuevamente al Tolima. Allí fui a buscar a una tía, le conté por lo que estaba pasando y me dijo: ‘Me hace el favor y se va de mi casa. Usted está poniendo en riesgo a mi familia. Tenga este número, llame a su papá y lárguese de acá’.

Llamé a mi papá y llegó a donde yo estaba. Mi papá no tenía ni idea de lo que había vivido. La relación entre nosotros nunca fue buena. Él me vio enferma y me dijo que se encargaría de enviar a mi amiga a donde estaba la guerrilla y que ella llevara la razón de que yo estaba enferma, y que regresaría apenas estuviera aliviada. Así fue. Mi papá tuvo detalles que nunca había tenido: por ejemplo, me compró ropa; me cortó el pelo muy largo en un salón de belleza, donde nunca había ido jamás; me compró un vestido de baño con la promesa de que me llevaría a Cartagena. Yo le dije que tenía que volver a la guerrilla porque, de no hacerlo, tomarían represalias contra mi familia. Después descansé: dormí durante tres días seguidos.

Tras estar en casa de mi padre recuperándome, un día cualquiera tocaron la puerta y llegó mi papá con el ejército y me dijeron: ‘O se entrega o la capturamos’. Me llevaron al batallón, así que el famoso viaje a Cartagena no era, sino que me llevaron a Bogotá para iniciar el proceso de reinserción. Y eso fue otro cuento, otra vida, otro sufrimiento, porque también fue difícil. Tuve que pasar por Medicina Legal, para demostrar mi edad y todo lo de mi testimonio. En fin, eran cantidad de cosas, de procesos. Me enviaron a Bogotá sola en un avión y alguien me recibió en el aeropuerto para iniciar los procesos de casas juveniles y después para una correccional.

UV/ ¿Cuánto tiempo demoraste en ese proceso?
Hasta los 18 años. Pasé por el centro juvenil, por casa juvenil y luego para la correccional. Allá cumplí mis 15 años encerrada. Se veían muchas cosas horribles: niñas pegadas al piso oliendo la cera, otras recolectaban telaraña para consumirla como alucinógeno, en los baños las niñas lesbianas lo aprovechaban para sus encuentros, se hacían motines, dormíamos en condiciones precarias. Es ahí cuando Juan Salvador Gaviota era lo único que me daba moral para seguir. Hasta que me pude volar, mi defensora me ayudó para salir definitivamente de ese lugar y salí para Benposta Nación de Muchachos, una organización que transforma mi vida.

UV/ ¿Qué aprendiste en esa organización?
Aprendí a ser líder. Entendí cuál es el valor de la voz de un niño, porque allá es el gobierno de los niños, es el gobierno de los jóvenes. Me enseñaron lo bonito que hay en mí y la lideresa que puedo ser. Era la mejor en el colegio. Mantenía metida en artes marciales, danzas, en todos los cursos. Llegaba gente del exterior y era yo la encargada de representar a Benposta. Pude ir a Cartagena a representar a la organización en un foro sobre sexualidad y derechos humanos. Ahí reafirmé la convicción de querer ser abogada. En el 2006 culmino todo mi bachillerato.

Cuando uno cumple la mayoría de edad en estos procesos, uno sale con un proyecto productivo que es el que debemos hacer para salir a la vida civil, a enfrentar la vida como todos. Monté una papelería cerca de una universidad y a los nueve meses me lo robaron. Lo que realmente quería era iniciar mis estudios universitarios. Empecé una carrera para conseguir apoyo para mis estudios, con organizaciones, con todo el mundo, pero fue imposible. Al perder mi proyecto productivo, terminé todo el proceso y no quería saber nada más del tema de desvinculados. Me arriesgué y comencé mi vida de cero.

UV/ ¿Cómo has estudiado, con qué dinero?
He trabajado en muchas partes: en almacenes, como asesora, en todo lo que salga. También recibí un dinero por reparación administrativa y lo invertí para mi educación. Aún no tengo toda la carrera paga, por lo que me esfuerzo cada día para terminarla.

UV/ Juanita, ¿qué significa para ti tu mamá hoy?
Las cosas han cambiado mucho. Hace unos años ella se enfermó y de todos sus hijos la única que estuvo presente para cuidarla fui yo. Me pidió perdón y nos abrazamos nuevamente. Reconoció sus errores y yo los míos. Hoy tenemos una excelente relación. En estos momentos, mi mamá significa un modelo a seguir, porque no se ha dado por vencida nunca, a pesar de sus errores y falencias como mamá. Hoy, para mí, ella es una persona que me inspira, porque ha sido valiente, resistente y eso lo heredé de ella. Ella es comerciante. Cada vez que puedo, voy a verla, porque ella vive en otro departamento.

UV / ¿Qué le puedes decir a los niños y niñas que se encuentran en peligro de ser reclutados?
El mensaje que le puedo decir a muchos niños y niñas en Colombia es: “No todo lo que parece bueno lo es”. Y así me pinten el panorama perfecto, salirse del entorno protector, que es la familia, no es conveniente para ningún niño; y si en el entorno protector que es la familia no lo encuentra, pues hay otras formas como en la escuela, en los deportes, en las danzas, en las artes. El Estado tiene que estar de su lado para garantizarle que pueda tener acceso a todo y no lo busque en otro lado.

Los niños y las niñas deben enfocarse en lo que más le guste. Si está siendo maltratado, abusado y está pasando hambre y llega un grupo y le ofrece plata por irse, que lo piense bien, que no todo le conviene. Eso es lo que les diría. A veces queremos, como adultos, cambiar a los niños. Y a los niños no hay que cambiarlos, por el contrario, hay que guiarlos, hay que tratar también de guiar a la familia para que la voz de ese niño tenga valor en ese hogar.