Radha, la adoradora de Krishna

Dicen que el designio de las estrellas al momento de nacer cincela el destino del hombre. Igualmente inculpan al nombre la personalidad del niño. Para Radha Krishna parece que su nombre hubiera sido el bautismo para su desgracia.

 Por Erick González G.

Nació hace 40 años en Perú, porque su padre, que trabajaba en el DAS de infiltrado en la Sierra Nevada para averiguar los intríngulis del narcotráfico que lideraban los indígenas, fue enviado al país inca, más exactamente a la ciudad portuaria de El Callao, con la misión de descubrir los nexos internacionales de ese negocio. La anécdota podría inspirar una segunda parte de la película Pájaros de Verano, de Ciro Guerra, sobre el surgimiento de las mafias indígenas de La Guajira en los años 70.

Allá se hospedaron en un hogar que seguía las enseñanzas gnósticas, doctrina pseudo-mística cuyo fundador, Samael, alegaba que era la reencarnación de Jesucristo. Sin embargo, esta pseudo-doctrina no influyó en la elección de su nombre. Otra creencia se había ganado esa ofrenda.

Sus padres se habían conocido en la Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna, o en palabras más coloquiales habían sido Hare Krishna, grupo religioso que se dedica al bakthi yoga o yoga devocional, que ofrece sus pensamientos, acciones y reverencias a Krishna, una de las cuatro divinidades más importantes de la India –Brahma, Vishnú y Shiva completan el cuarteto–, cuyas enseñanzas se encuentran en el Baghavad Guita, texto sagrado hinduista.
El primer nombre, Radha, honra a la amante de Krishna, aunque en la rama gaudiya del vishnuismo le otorgan honores más altos que al mismo Krishna, así que bautizarla Radha Krishna no se traba de un fortuito coincidir de dos nombres por su simple sonoridad; era más que nombrarla María José o llamar a un niño Jesús María, su caso delataba una gran inclinación, por parte de su padres, a la búsqueda espiritual: su significado es ‘adoradora’ de Krishna.

Después de registrarla con ese nombre, su padre enfermó de pulmonía y tuvo que regresarse a Colombia. Su madre, embarazada, debió quedarse. Esa separación se eternizó. Solo volvió a ver a su papá 35 años después. De los últimos meses juntos quedó la inclinación por el gnosticismo. A su regreso de las tierras de Sixto Paz –conferencista limeño sobre el fenómeno ovni–, la madre de Radha siguió la senda gnóstica en busca de la realización de su alma.

“Guardaos de los falso profetas”

A principios de los años 90, les llegaron rumores de la reencarnación no de Jesucristo, sino de Samael –el fundador ocultista, fallecido en 1977–, por lo que su madre decidió estar ante la presencia de ese ‘milagro’ casi evangélico sin sospechar que el padre de ese joven iba a ser para Radha un particular Baal, su gehena.
Su brújula espiritual la condujo al epicentro de esa secta, ubicado en el departamento de Santander, donde estaban instalados el principal templo de este movimiento y el ‘resurrecto’, quien al parecer nació siete años antes de que el original falleciera.

En el lugar se encontraron con una caterva de prosélitos gnósticos, devotos del líder y de su hijo, quienes, según Radha y crónicas ciudadanas escritas en páginas web, amasaron una fortuna gracias al rebusque espiritual con el que engañaban incautos.

Llegaron el día menos pensado y las personas menos pensadas. Un grupo de jovencitas no mayores de 18 años le anunció a Radha que la tenían que llevar ante el líder para “que tuviera un ‘beneficio’ espiritual”. En medio de la selva y delante de las otras jovencitas, el líder –ignorando la enseñanza y advertencia crística “ay del que haga caer a uno de estos pequeños que creen en mí” – abusó de sus 14 años. También abusó de las otras.

“Él estaba rodeado de jovencitas, quienes habían aprendido el lenguaje de señas que él usaba –ya que no hablaba, o por lo menos no lo hacía en público porque decían que sus palabras tenían mucho poder– y a quienes se les insinuaba y seducía para que estuvieran con él, y si no aceptaban las bautizaba con el nombre de demonio, y en esa secta donde lo veneraban como un maestro espiritual si él trataba a alguien de demonio era estar bajo cero en la comunidad, era lo peor. Él abusaba de las jovencitas que se habían desarrollado, que eran adolescentes”, afirma Radha.

Tristemente Radha vivió el versículo de Mateo7-16: “Por los frutos los conoceréis”. Ella le contó a su madre, pero no le creyó, actitud que no la sorprendió, incluso cinco años después cuando le creyó le echó la culpa. “Antes le había hablado de la forma lujuriosa como el líder me veía y que no me gustaba, pero mi mamá me decía que eran imaginaciones mías”.

También tuvo que cargarle las armas al líder en una mochila para que él se defendiera si en cualquier momento le llegaban a disparar. Fueron dos años de esclavitud sexual, y como cualquier esclavo sabía que no podía esperar a ser una liberta, entonces planeó su escape. “Comencé a robar hasta que me pescaron, por lo que me expulsaron de la comunidad, así cumplían con su ley de echar de la congregación a quien robara”.

Después de cuatro años en la boca del lobo –dos de los cuales los vivió sin la presencia de su madre, quien la confió a la secta– tuvieron que regresar a Bogotá, y con todo ese tiempo perdido debió validar el bachillerato. A los 17 años conoció al padre de sus tres primeros hijos –una niña y dos niños–. A los 19 tuvo a su primera hija, y a los cinco años de relación se separó por maltrato. “Él me maltrataba, pero cuando le dije lo que había vivido en la secta empeoraron las cosas”.

Pasó el tiempo, tuvo otras dos hijas y a los 35 años volvió a ver a su padre. El reencuentro hizo que se fuera a vivir con él a Soacha.

Allí, su propensión a ayudar a los necesitados la motivo a trabajar junto a un profesor en una escuela, empotrada en la parte atrás del deprimido sector de Cazucá, en Soacha, donde le pagaban a veces con mercados. Estuvo en esas casi cuatro años. El profesor enseñaba a escribir a niños y niñas entre los cuatro y quince años, y ella, a leer.

De repente su colega abandono la tiza y el tablero y ella ajena a conjeturas lo reemplazó hasta que al cabo de unos días las milicias de un grupo armado la amenazaron. “Me dijeron que el profesor se había escapado de que lo castigaran por abusar sexualmente de las niñas del colegio y a mí me acusaron de cómplice dizque porque yo trabajaba con él, así que me dijeron que me tenía que ir de Soacha si no quería que a mis hijas les pasara lo mismo, aunque les dije que yo no sabía nada tuve que tomar mis cosas y a mis niñas menores y me fui del sector”.

Hoy, vive más tranquila con sus dos hijas menores en Bogotá, pese a sus titubeos laborales. Los otros viven con el papá, y su hija mayor estudia comunicación social. Su madre continúa en la búsqueda de su realización, ahora de la mano de las enseñanzas metafísicas. Fiel al significado de su nombre, Radha transita un sendero espiritual por una ruta independiente de la de su madre, a quien ha perdonado. Al parecer a través del yoga ya ha descubierto que la experiencia vivida no será en vano y que su misión es ayudar a otras mujeres que han sufrido lo mismo, y está segura de que la desgracia quedó atrás y de que, sin importar la escasez, le espera un buen porvenir, pero sabe especialmente que el servicio es la mejor forma adorar a Dios. 

    Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas
    Oficina Asesora de Comunicaciones - 2019