La primera noche de Lina Mercedes Caro Banquez en Bogotá la pasó llorando. Fue en septiembre de 2008, llegó con su nieta a la fría terminal de transportes de la ciudad. Se subió al bus sin tener a dónde llegar, solo quería estar lo más lejos posible de su pueblo María La Baja (Bolívar), donde nació el 26 de septiembre de 1968. Salió prácticamente con lo puesto, huyendo de una condena a muerte de un grupo armado fuera de la ley.
"A mí me avisó Peyito Vásquez, me dijo: 'Vete porque estás en la lista del 'Happy', tiene orden de matarte. En ese momento solo pensé en coger a mi nietecita y salir corriendo. Me tocó volarme y le agradezco que me hubiera salvado, porque a él después lo mataron. Llegué a la terminal con la niña y salí para Cartagena, era el único bus. Estando allá, la primera palabra que escuché fue Bogotá, decidí irme para allá, era lo más lejos que me sonaba para perderme".
Llegó en una flota de Rápido Ochoa. El frío le podía y no dejaba de llorar. "La niña me preguntaba y yo le respondía 'no sé para donde vamos'. Era la hija de mi hijo mayor, que estaba en el Ejército. Al salir, sólo le avisé a mi segunda hija, Lina Margarita: 'Si vienen a preguntarme, diles que no estoy. Al otro día me llamó y dijo: 'Mami, vino el Happy y preguntó por ti".
El llanto de Lina conmovió a una señora. "No recuerdo su nombre, pero era de Valledupar. Me preguntó qué me pasaba y de dónde venía. Entonces me contó que vivía en Soacha y me llevó para allá. Luego estuve en la Unidad de Atención al Desplazado (UAO) donde hice mi declaración".
Exigir sus derechos fue la causa de su fuga apresurada. "Trabajaba en el chance, que era lo único que podía hacer en el pueblo, además de ir al campo. De un momento a otro aparecieron los paras y luego la guerrilla. A mi hijo lo reclutó la guerrilla y me tocó rescatarlo del otro lado de la represa de San José del Playón.
LINA CARO no ha permitido que los golpes de la vida le quiten su bella sonrisa.
Hice un compromiso con ellos, porque él era menor de edad. Les pedí que esperaran a que tuviera la mayoría de edad, porque era una madre sola. Me comprometieron a devolverlo cuando cumpliera 18 años. Para ese momento, él ya tenía una niña, la que viajó conmigo en el desplazamiento del 2008. Cuando cumplió 18 años sacó la cédula y lo entregué al ejército. Luego se hizo soldado profesional y se fue, duró tres años.
"En el chance hacía de todo, recaudaba los juegos de mediodía, ayudaba con los de la noche, vendía y también hacía el aseo de la oficina. Era un trabajo múltiple, pero con pocos recursos. Me sentía cómoda con lo que ganaba porque era un ingreso fijo. Las cosas se complicaron cuando, con apenas ocho días diferencia, mueren mi papá y mi mamá. Mi trabajo era de domingo a domingo y solo descansaba los primeros de enero, el domingo de resurrección y cuando había elecciones. Por el dolor de la muerte de mis padres no tenía cabeza para hacer el turno. Como era un trabajo con números y dinero, si cometía un error se me iba el mundo encima. Pedí unos días, no me los dieron y me despidieron. Los demandé y eso dio pie para que me mandaran matar".
Cuando hizo su declaración en Soacha llevaba los papeles de la demanda, lo que facilitó los trámites. Para noviembre ya había recibido atención como desplazada y recomenzó su vida. "La primera ayuda humanitaria era un bono de 90 mil pesos y 120 mil en efectivo. Con eso pagaba una pieza y la alimentación. Compré 20 mil pesos en bolsas de basura y las vendía en restaurantes, por lavar la loza me pagaban entre 5 o 10 mil pesos. Luego comencé a vender mis arepitas con huevo, las proponía por el sector, pero no las vendía en la calle porque me daba miedo de que me vieran en la calle".
La recuperación no fue buena y le recomendaron viajar a tierra caliente. Decidió irse para Sincelejo, la tierra de su esposo, a quien conoció mientras vendía arepas de huevo en Soacha. Gracias a él pudo acceder al seguro médico que le permitió operarse. Fue un romance que comenzó como un favor, sin sentimientos de por medio, al menos por parte de Lina: "Él me dijo, 'yo tengo trabajo y seguro, si quiere hacemos un papel en la notaría y decimos que vive conmigo para poder afiliarla, es como si fuera mi esposa'. Le respondí: 'pero si tú no estás enamorado de mí ni yo de ti'". Con el tiempo, la propuesta se convirtió en amor verdadero.
"En Sucre me tocó comenzar de cero. La salud fue como esperaba, no necesité de drogas para la hipertensión. El problema fue con los familiares de mi esposo. Como que yo no era la persona que esperaban, me discriminaban por ser mayor que él y por negra. Fueron tantos los problemas que mi esposo se aburrió de tanta cantaleta y dijo 'vámonos para Bogotá'. Yo no quise, le contesté: 'Váyase, pero me quedo sola, no tengo miedo. Me quedé durmiendo entre cartones".
Al ver la situación de Lina, una vecina le prestó un termo para que hiciera tinto. "Con ese termo hice diez viajes al mercado para comprar café. Al día siguiente ya tenía dos y llegué a tener 56. En un cuadernito llevaba mis cuentas, cuánto me costaba, cuánto hacía y cuánto me quedaba. Eso iba a las alcancías. Tenía varias; una para el arriendo, otra para la comida, una más para los materiales y la última para comprar una cama. A los tres meses me compré un televisor, un dvd, unas mecedoras momposinas y un señor me regaló cuatro sillas Rimax. Todo eso logré en seis meses, vendiendo tintos".
Cuando el viento parecía soplar a su favor, nuevamente su innegociable sentido del deber la metió en problemas. "En ese proceso me sucedió una de las peores cosas que me han ocurrido en la vida. En Sincelejo, el microtráfico se mueve mucho con los mototaxistas. Primero me pedían de a 2.000 pesos para dejarme vender los tintos, pero después me dijeron que vendiera droga, que ellos me decían a dónde llevarla y me señalaban a los potenciales consumidores. Les dije que me sentía cómoda lo que me ganaba.
"Luego presencié dos asesinatos a tiros y me fue dando miedo, hasta que llegó el día en que un tipo me dijo, 'negra o te metes o te metes, mira lo que le paso al Richard y al señor de allá'. Y metí las patas. Como el mercado tenía vigilantes cometí el error de decirles y pedirles que le avisaran a la policía. A los tres días me llamó el tipo. 'Sé que estás hablando, por eso ahora, o vendes o ya sabes. Cuando me dijo eso, dejé la canasta y salí para la personería".
Allí la atendió el personero de entonces Jacobo Quesseps, quien es hoy el alcalde de la ciudad. Con las denuncias, la policía montó inmediatamente un operativo y capturaron 23 personas. "Pero se equivocaron -reflexiona- porque antes de hacerlo debieron haberme sacado del pueblo.
Montaron un mesa de protección con la policía y la fiscalía. A Lina le tocó pasar la noche en la estación de policía y al día siguiente la montaron en un avión para Bogotá. Durante año y medio recibió todo tipo de amenazas. Le dieron un chaleco antibalas pero se aburrió. "Lo entregué porque para mí eso no era seguridad. Era como una condena, primero porque se nota que uno lo tiene y pesa mucho. Además, pensé, 'si me encuentran no me van a disparar entre el pecho y la espalda, a mí me tiran a la cabeza'".
Volvió a Soacha y es noche la pasó en un albergue. Estuvo hasta el 30 de diciembre, cuando el director recibió una llamada donde le decían que le iban a tirar una granada al edificio si Lina seguía ahí. "Se asustó y me dijo que no iba a exponer a los demás por mí. El 31 de diciembre me tocó buscar al secretario de gobierno y gracias a él, que movió varios personajes, mandaron protección de policía".
En la primera semana de enero alguien que la conocía al verla llorar le preguntó por su pareja. "Eso me ayudó a destaparme. Fue la doctora Angélica, ella me visitó y me dijo que lo iba a llamar. Al rato llegó y me reclamó por no haberle dicho nada. En marzo me dijo: 'Negra, yo quiero que seas sincera conmigo. Tú que sientes por mí. Le dijé 'yo a usted lo amo. Es el único hombre por el que he sentido algo sincero y honesto'".
Confesar sus sentimientos la llevó a contarle el secreto más duro de su vida: fue violada a los 9 años por un familiar cercano. "Eso truncó mi infancia. No permití que se supiera, solo mis padres, quería evitar que la familia se involucrara. Decidimos dejar todo así, callarlo. El hombre que me hizo daño se fue y yo traté de llevar una vida normal. Por dentro, para mí la vida era muy difícil y en ese tiempo no había psicólogos, ni orientadores, apenas las monjas del colegio.
LINA considera que muchos de los victimarios también son de alguna manera víctimas.
Hubo un momento en que perdí el interés por el estudio y lo dejé truncado. Solo hice hasta séptimo. Comencé a ver a los hombres como lo peor, sentía repugnancia. Llevé una vida desordenada pero con el fin de vengarme de ellos. Los enamoraba y los dejaba. Todo comenzó a cambiar a los 20 años cuando tuve a mi hijo Ober José. Yo no estaba enamorada de su padre, pero para tratar de evitar la habladuría de la gente mantuve una relación medianamente estable pero eso no funcionó". Fueron tan duros esos años que suelta una frase que demuestra el tamaño de su esfuerzo: "A ese señor le logré tener dos hijos".
Hace dos años, el 24 de marzo, de 2013, se casó. Vive feliz, "tengo una persona que está muy pendiente de mí y de mis cosas". Lina ha probado una y otra vez que es capaz de levantarse y tal vez por eso quiera poner su experiencia al servicio de otras víctimas. Sobre todo ahora que siente que su alma esta sana. Trabaja con la coordinadora local de víctimas, visitando colegios y orientando a los jóvenes: "para que vean que lo que les pintan tan bonitos no es verdad. Yo no accedí porque no soy ambiciosa, si lo hubiera hecho ya estaría muerta, pero no hice lo incorrecto y no me arrepiento. Estamos llevando el programa de alertas tempranas y nos metimos en el cuento de estar en encuentros con victimarios".
En una de esas visitas, más exactamente a la cárcel de El Espinal, donde están recluidos varios beneficiarios del proceso de Justicia y Paz, la transformó. "Ese día mi pensar cambio, entendí que ellos también son víctimas. No conocí a ninguno que tuviera un rango alto. Pienso que los que no son fáciles de perdonar son los grandes, los que hoy andan libres dándose la gran vida".