“Queremos ver hasta donde brilla la luz de la paz”: Gobernadora del cabildo indígena Kitek Kiwe

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Víctima del conflicto armado y trabajadora por los derechos humanos, Lisinia Collazos fue una de las 60 personas que viajó a La Habana para hablar con los negociadores del gobierno y los líderes de las Farc.

Lisinia Collazos es líder a pesar de las circunstancias, una pionera que nunca se propuso romper barreras ni paradigmas. Ha sido elegida dos veces gobernadora del cabildo indígena Kitek Kiwe, una esperanza de vida que surgió después de la masacre del Naya (Cauca), ocurrida en el 2001. En ese violento episodio se estima que los paramilitares asesinaron a 30 personas pero los campesinos y las comunidades indígenas denunciaron más de 100.

Una de las víctimas fue el esposo de Lisinia. Ese episodio, sumado a la constante presencia de los grupos armados, llevó a esta mujer indígena, cansada de tanta violencia, a ponerse como un escudo humano para detener a un grupo guerrillero. Ella y varias compañeras de su comunidad lograron impedir que reclutaran a varios de sus familiares y que las asesinaran. Sin embargo, no pudo vencer el miedo y se desplazó con su familia hacia Santander de Quilichao.

Fue allí donde nació la idea de Kitek Kiwe, que en lengua Nasa traduce, Tierra Floreciente. La comunidad fue reubicada en paradisiaco terreno del municipio de Caloto (Cauca). Lisinia ha seguido su lucha por los derechos humanos y por reivindicar el papel de mujer. Esa labor hizo que la invitaran a formar parte del grupo de víctimas que viajó a La Habana para hablar con los líderes de las Farc y los negociadores del gobierno.

Collazos, con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, habló sobre su papel como líder indígena, mujer y gobernadora.

¿Cómo descubrió su vocación de lucha por los derechos humanos?

Fue por allá en el 88, una ONG del Valle del Cauca nos llevó una cartilla de derechos humanos. Nos la enseñaron y nosotros pensamos, ‘vea, esto está bueno’. Era la primera vez que nos hablaban de ese tema y vimos que era importante, por eso se la pasamos al profesor de la escuelita para que se lo enseñaran a los niños. En esa época la guerrilla paseaba mucho por la vereda y un día vieron al profesor dando clases con eso y se lo quitaron y lo quemaron. Les explicamos a los de la Ong y decidieron llevarnos cada 15 días a unos talleres en Cali.

¿En su niñez le tocó asumir varios roles de hombre porque en su familia la mayoría eran mujeres?

Éramos 14 hermanos, diez mujeres y cuatro varones. Dos de ellos murieron y las mujeres sobrevivimos todas, por eso nos tocaba traer el caballo, picar el pasto y muchas cosas que normalmente les encargaban a los hombres.

El 10 de abril de 2001, un grupo de paramilitares desapareció a su esposo y luego usted fue capaz de expulsar la guerrilla de su vereda sin usar armas, ¿cómo lo hizo?

Los paramilitares asesinaron a mi esposo y nos dijeron que teníamos que irnos de la comunidad, luego vino la guerrilla y trató de reclutar a unos niños, pero yo no me aguanté más y les dije: ‘por culpa de ustedes mataron a mi esposo, nosotros no nos vamos a ir con ustedes’. No tenía nada que perder. Fue en ese momento que hicimos el círculo y les dijimos que eran ellos los que se debían ir. No nos mataron en ese momento, pero quedamos asustados. Por eso decidimos dejar la casita donde estábamos y marchar hacia Santander de Quilichao, otros se fueron para Jamundí y otros para Timba. En ese momento se partió la familia.

Pero siempre pensamos que íbamos a regresar. Nos unimos los de la masacre del Naya y decidimos irnos para Caloto porque era una comunidad de indígenas. El sitio era en el campo y no debíamos tener portero o hacer filas para el baño y la comida. En Caloto era más fácil la convivencia y teníamos un paisaje muy bonito, el río y una cañada grande.

¿De dónde le salió el valor para enfrentar a los grupos armados?

Nos habían quitado todo y solo les faltaba asesinarnos. En ese momento algunos de los guerrilleros alcanzaron a desajustar sus armas y mi hermana me codeaba para que no hablara, pero no podía parar, yo ya había iniciado la conversa.

¿Cómo nace Kitek Kiwe?

En la mente de nosotros no estaba el hecho de retornar. La comunidad estaba dividida y armamos un listado con los que querían regresar y los que no. Queríamos formar un cabildo como los que tenían los resguardos de Corinto, Miranda, Jambaló, Pueblo Nuevo. Para hacerlo debíamos tener un territorio, Kitek Kiwe no podía estar en el aire. Le pusimos ese nombre porque traduce: Tierra floreciente

¿Usted fue una de las primeras mujeres gobernadoras de una comunidad indígena?

Los primeros gobernadores de Kitek Kiwe fueron varones, pero en el 2007, el que ganó renunció a los 15 días. Entonces la comunidad me propuso y salí elegida por unanimidad. Yo no tenía en mi mente ser gobernadora, pero dije sí. En el 2013 repetí pero ya tenía mucha más experiencia. Todo fue muy interesante porque a dónde iba representando a mi comunidad yo era la única mujer. Una vez me invitaron al Club El Nogal y nos hicieron un homenaje. Además, nos donaron una casita y una cocina para las reuniones.

Gracias a su liderazgo fue invitada a La Habana

Fue una gran experiencia porque nosotros habíamos colaborado ya con la Ley de Víctimas. Pero la historia fue que yo me había vinculado a un movimiento que se llama La Ruta Pacífica de las Mujeres del Cauca y ellas me postularon para ir a La Habana. Fue muy bonito porque allí estuvimos víctimas de la guerrilla, los paramilitares y la fuerza pública.

¿Y aprovechó para hablar de su comunidad?

Mi presencia no era tanto como mujer indígena pero sí hablamos de la militarización de nuestras comunidades. El doctor Humberto de La Calle nos explicó que los derechos nuestros estaban garantizados en la constitución del 91 y que eso no se iba a tocar.

¿Cómo analiza el proceso de La Habana?

Lo importante es la pedagogía porque hay muchos que dicen que no al proceso. Pero para nosotros la violencia ha disminuido sustancialmente, ya no nos mandan pipetas y cilindros. Uno como indio es malicioso, pero con todo lo que le ha pasado a nuestro pueblo, eso no está mal.

¿Y cómo avanza el proceso de reparación colectiva?

Al comienzo no fue fácil porque no había un conocimiento profundo de nuestra comunidad y los compañeros no se sentían a gusto con ciertos funcionarios, pero cuando los cambiaron y nos pusieron a tres compañeras, todo terminó a satisfacción. Ahora vamos a pasar a la fase de implementación. También avanzan las reparaciones individuales, ya han llamado a varios compañeros y se les está haciendo acompañamiento para que inviertan bien el dinero.

¿Cuál es su mensaje en el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas?

Nosotros como víctimas tenemos que apostarle a la paz. Hace un mes nos estuvieron hablando sobre lo que pasaría si hay paz y de las consecuencias de decir no y si uno compara, pues vamos por el sí. Es una oportunidad que debemos apoyar. No podemos aceptar más guerra, queremos ver hasta dónde puede brillar la luz de la paz.

Algunos casos de atención y reparación a comunidades indígenas

Entrega de indemnizaciones a comunidades indígenas en Toribío-Cauca

Reparar es paz - Pueblo Kitek Kiwe

Liliana Pechené, lideresa de la comunidad Misak