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Después de 15 años, este fin de semana la joven Viviana por fin pudo dar sepultura digna a su padre, muerto en la masacre perpetrada por paramilitares en El Salado (Bolívar). En el cementerio, durante la inhumación de los restos de su padre, Viviana hace una remembranza de Justiniano.

“Fue mi primer amor, mi héroe, mi modelo a seguir”. Agacha la cabeza en muestra de tristeza, esa que paraliza e impide levantar la mirada del suelo. Agrega que con la muerte de su papá se le fue un pedazo de su vida.

“Era el mejor gallero del pueblo, la comunidad lo puede corroborar. Un hombre ejemplar, trabajador, humilde y buena persona. Él me enseñó a trabajar, a ganarme las cosas con el trabajo… Me enseñó muchas cosas, menos a vivir sin él, quizás por eso me hace tanta falta. Si lo tuviera acá le diría que lo amo, que ni un solo día me he olvidado de él, que lo adoro con toda mi alma. Extraño su cariño, su amor y sus palabras de sabiduría, y a mis dos hijas constantemente les recuerdo que su abuelo era un hombre bondadoso”, dice Viviana.

“Son muchos los sentimientos encontrados porque son 15 años ya los que han transcurrido desde el asesinato de mi papá, y gracias a Dios y a las entidades acá presentes porque hoy le pudimos dar una cristiana sepultura”, añade.

“Días antes de la masacre él le dijo a mi mamá: ‘Mija, si a mí me matan, cuida mucha a mis hijos’. Ese día que entraron los paramilitares había 30 gallos en la casa, a la mayoría los mataron y al resto los soltaron. A mi papá y a mi hermano los tenían amarrados en la cancha, ahí donde finalmente hicieron la ‘matazón’. A mi hermano lo soltaron, a mi papá no. Ahí mismo lo mataron”, recuerda Viviana.

“Me tocó el resto de adolescencia sin él, pero siempre amándolo. No hay día que pase sin que piense en mi padre”.

Es cerca de la una de la tarde en el cementerio de El Salado. Los ocho restos yacen en sus tumbas. Los casi 40 grados centígrados hacen que la comunidad saladera, que se volcó a despedir a sus muertos, regrese a sus viviendas a continuar con sus labores habituales.

Allí iba Viviana, acompañada de su madre, hermanos, esposo e hijas, una familia unida por el dolor, pero que gracias a dicha unión ha logrado asumir y afrontar la tragedia generada por la muerte violenta de su padre.

En total, fueron 60 las personas asesinadas en la incursión paramilitar a El Salado, jurisdicción de El Carmen de Bolívar, en febrero de 2000. La Unidad para las Víctimas acompañó a los familiares durante el proceso de entrega de restos, en el marco de las medidas de satisfacción como sujeto de reparación colectiva que es esta comunidad bolivarense.

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