Mientras todos los cofres en los que iban los cuerpos de la masacre del 2 de mayo de 2002 eran llevados en medio de llantos, alabaos y gualíes por abuelos, madres, padres, hermanos, hermanos, tíos, tías, amigos y conocidos, uno de los cofres, el de un niño entre los 4 y 8 años, no tenía doliente. Ningún familiar lo reclamó y la comunidad decidió acogerlo para darle el último adiós.
Cuando fue llamado el “niño de 4 a 8 años” los integrantes del Comité por la Defensa de los Derechos de las víctimas de la masacre de Bojayá le pidieron a la comunidad que quedaba en el lugar que lo acogiera, las cantaoras entonaron un gualí* y una de las religiosas de la comunidad Agustinas invitó a las personas que están presentes en ese momento a que se elevara una oración para que Dios recibiera a este angelito* en el cielo.