El día en que la vida de Bojayá explotó
El jueves 2 de mayo de 2019 se cumplieron 17 años de los hechos violentos ocurridos en la iglesia de Bojayá, Chocó, donde 79 personas murieron y cerca de 100 resultaron heridas, producto de la explosión de una pipeta lanzada por las Farc-EP en medio de combates que sostenían con los paramilitares. Este es el testimonio de Macaria Allín Chaverra, herida junto a dos de sus hijas.
Por: César A. Marín C.
“A mi niña pequeña, que en ese momento tenía dos años, se le fue parte del cuero de la espalda y aún tiene las cicatrices. A mi otra hija, que tiene problemas de retraso mental, se le abrió la pierna y perdió tres dedos del pie izquierdo. A mí una esquirla me abrió la pierna, se me afectó la clavícula y la columna vertebral del mismo golpe que generó la onda explosiva.
A mi hermana se le reventaron los oídos por la detonación”. Esas son las palabras de Macaria Allín Chaverra, sobreviviente de la masacre de Bojayá sucedida el 2 de mayo de 2002.
Macaria nació allí, en el corregimiento La Loma. “A los 11 años, y después de la muerte de mi mamá, me fui con una tía para La Guajira y luego, como me había desconectado de mi núcleo familiar, me puse a buscarlos y me dijeron que estaban en Turbo (Urabá antioqueño). Allí llegué, me reencontré con mi papá y mis hermanos, conocí al padre de mis hijos, me casé, tuve a mis hijos y nos quedamos”, explica. Cuando la guerra se agudizó en Turbo, el padre de Macaria se fue para Bellavista Viejo (antiguo casco urbano de Bojayá, donde ocurrió la masacre en 2002).
“Él dejó la finca y todo lo que tenía. Eso era el año 86. Luego se vino el papá de mis hijos y, después de que ellos terminaron el colegio, nos vinimos para acá”, añade.
Macaria recuerda que en abril de 2002 había rumores de presencia de actores armados muy cerca del casco urbano de Bojayá y de que iba a ocurrir algo muy grave en la región
El Bellavista Nuevo
Para septiembre de 2002 buena parte de los habitantes de Bojayá regresó desde Quibdó, y el gobierno de ese entonces propuso su traslado del pueblo, mudanza que finalmente se dio en 2006.
Así, la cabecera municipal de Bojayá quedó ubicada a un kilómetro arriba por el mismo costado del río y se llamó ‘Bellavista Nuevo’.
“Como el gobierno dijo que no construía en zona de riesgo, por eso fue que trasladaron el municipio a una parte más alta, por aquello de evitar que se inundara en época de invierno. Sin embargo, había gente que estaba de acuerdo con el traslado y otras no. Yo destaco que ahora el pueblo no se inunda, pero sí prefería tener el río cerquita porque, por decir algo, dejaba unos plátanos fritando en bajo mientras iba al río, tiraba una cañita de pescar artesanal, y a los minutos ya lo estaba consumiendo. Ahora el río está algo retirado, y no es lo mismo”.
En el 2013 arrancaron los contactos entre la comunidad de Bojayá y la Unidad para las Víctimas con el fin de iniciar la medida de reparación colectiva, proceso que fue protocolizado en abril de 2018 y que en la actualidad se encuentra en la fase de implementación.
El perdón
“Cuando las Farc vinieron a pedir perdón, en diciembre de 2015, yo hacía parte del comité organizador y de la logística del evento. Cuando los vi llegar tenía como rabia y odio, pero en la medida en que transcurría el evento, y para poder curarme de esa herida tan grande, pues me dije que tenía que perdonarlos porque si uno no perdona no consigue la paz. El escucharlos a ellos me sirvió para sacar todo ese odio que sentía porque me lo habían quitado todo en un segundo. Me vine de Urabá huyéndole a la guerra y acá de nuevo me la encuentro de frente y me lo quita todo”, agrega.
Hoy Macaria ayuda a criar a sus nietos, y aunque mantiene las cicatrices físicas de la explosión de la pipeta, ya sanó las heridas del alma: “Yo ya perdoné porque quien no perdona no vive en paz y su vida se le convierte en un infierno”.