Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Detrás del telón de la guerra

“En la jerarquía de los militares… Por analogía soy soldado raso”
(Canción de Ricardo Arjona)

Por: Yuli Urquina

Doña Leonor Bernal, aguardaba pacientemente el regreso de su hijo cada seis u ocho meses. Ocasionalmente, recibía una carta escrita por él, ese día ella lo esperaba en persona; Nelson tocó la puerta a las 2:00 a. m. y se fundió en un fuerte abrazo con su mamá, tal vez la última vez que se iba a repetir ese ritual.

Nelson Moreno Bernal se desempeñaba como soldado profesional en el Ejército Nacional de Colombia, y le había prometido a Dios que si salía vivo en el siguiente permiso, a la primera persona que visitaría sería a ella. “El hecho de salir con vida era ganancia, uno prometía muchas cosas como – voy primero a saludar a mi mamá si salgo vivo-”, menciona Nelson.

Moreno provenía de una familia campesina, como la mayoría de los soldados rasos de Colombia; antes de ir al ejército ya había jornaleado cogiendo café, cultivado maíz, ahuyama, plátano.

En su pueblo natal, San Juan de Río Seco, en Cundinamarca, a dos horas y media de la capital del país, abundaba la riqueza natural y también la falta de oportunidades; desde niño era normal y frecuente encontrar en el camino a la escuela, hombres con fusiles y en grupos; así que a sus 18 años viajó a la ciudad de Bogotá y al poco tiempo fue elegido para prestar el servicio militar. 

“…No pretendo mucho, pido andar liviano-

No hablo solo escucho y solo sigo el paso…”

Nelson describe que “en el año 2000 estaba en pleno auge la guerra, la deshumanización de las personas, caían compañeros y combatientes, los mismos colombianos… ese era el pan de cada día de nosotros, nos sentíamos como jugadores de fútbol, como un James, un goleador dando de baja y acatando órdenes”.

Para ese entonces Nelson ya tenía una familia conformada fuera del campo de batalla y las peticiones más frecuentes a Sandra Milena Ariza, su esposa, era no olvidar poner en la encomienda las novelas de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, escritor mexicano que lograba sacarlo por instantes de su cruda realidad “. Yo compartía mis novelas, para que mis compañeros se salieran del cuento de la guerra, lograran huir de la incertidumbre, así fuera por un minuto”, relata.

Nelson cuenta con emoción sobre el día que el helicóptero llegó con provisiones y una carta del tamaño de su fusil, hecha en cartulina y rellena de pequeñas notas; su esposa quien se desempeñaba como docente, había pedido a los estudiantes escribir una para un soldado, el resultado fueron 500 notas con dibujos, salmos y estampitas religiosas. Fue tal la sorpresa que Nelson no dudó en distribuirlas con toda la tropa; acciones como esta cambiaban su rutina y aliviaban su carga.

También lo alivianaba el hecho de auxiliar a los heridos, ver que algún combatiente del bando contrario se entregara, o el hecho de pagar misas en memoria de quienes fallecían en combate y eran consumidos por la selva. “Yo los veía, los analizaba, me preguntaba de qué vereda serían, si quizá se trataba de algún vecino, o si de una u otra manera tenían las mismas necesidades que las nuestras… hasta en Monserrate les llegué a pagar misas”.

“Soy soldado raso, no pretendo nada Muero los domingos caigo en cada paso”

Caer en cualquier paso era uno de los mayores temores. Aquel 20 de noviembre de 2011, en zonas aledañas al municipio de La Uribe, en el departamento del Meta, área montañosa con alta influencia de grupos al margen de la ley, Nelson y la tropa llegaron a pernoctar luego de dos días de camino, y evidenciaron que había huellas recientes de personas.

“Como a las 4:00 de la tarde me fui a bañar, fui a la carpa y en un momento cuando me paré a tomar el fusil pisé la mina; fue muy difícil porque caí muy abajo, por seguridad mis compañeros no se podían acercar, no me atrevía a mirarme los pies, porque cuando iba en el aire me sentía liviano. Me arrastré hasta donde estaban ellos, me senté como pude y mantenía los ojos cerrados, luego de un momento tomé la decisión de abrirlos y vi que mis pies estaban ahí. Mis compañeros me veían aterrados, ese es un tema que desmoraliza a la tropa… me destrocé el tobillo y la pierna estaba llena de esquirlas; en medio de todo yo le agradecía a Dios por tener mis pies; no me sacaron ese día, en la noche me dio taquicardia; al día siguiente me llevaron en helicóptero hasta La Uribe y en avión hasta Tolemaida, les pedí que si valoraban mi trabajo, no llamaran a la casa”.

Ya en la base militar de Tolemaida, en Cundinamarca, Nelson avisó a su esposa y ella a su vez a su mamá. Doña Leonor en medio de la angustia más grande de su vida, le llamó insistentemente para preguntar si era cierto que aun tenía los pies, si estaba completo. Para Nelson el reencuentro con su familia después de este episodio marcó su corazón.

“Hice un testamento y le deje mi vida- Pa que limpie el piso con mi amor de idiota”

“No nos importó poner en juego la vida, en esta guerra de pocos donde perdemos muchos”

En esta nueva etapa, él seguía sintiéndose en guerra. Su alma reservada y apacible, puesta en evidencia a través de su relato, se inquieta y no halla las palabras para manifestar la frustración que emergió en ese momento de su vida. Parte de su dolor se debe a que como menciona, “en solo unos momentos pasé de ser un militar activo a ser alguien que no les servía para nada; me di cuenta que en el Hospital Militar se atendía por jerarquías…; no me sentí atendido. Fue ahí cuando empecé a pelear por los derechos de mis compañeros y los míos”. Añade que lo más valioso en este trance del destino fue el apoyo de su familia.

“Soy soldado raso, solo pago el peaje- Rabia con sonrisa tras el camuflaje”

Ser defensor de derechos humanos, fue desde entonces su profesión y su misión; Nelson tenía la convicción de que algún propósito divino estaba detrás de su experiencia, y decidió ponerse en el lugar de sus compañeros; “salimos sin saber cómo adaptarnos; quienes reciben esa carga negativa son las esposas, los padres, hijos, y deja como resultado familias desintegradas, sin atención, muchos a la intemperie, cogen la calle, las drogas, el alcoholismo”, comenta.

A Nelson no ha dejado de inquietarlo el hecho de ver a las familias llegar a Bogotá desde territorio sin saber qué hacer, y para quienes sus hijos vuelven a ser unos niños después de este trauma. Fue así como en su momento creó junto a su esposa una empresa dedicada a la confección de prendas y accesorios militares, en la que las madres de sus compañeros ejercieron el papel de modistas; de esa manera, aportaba y hacía visible la necesidad de los sobrevivientes de minas de la fuerza pública.

“Voy marcando el paso mientras sobrevivo…”

Quien se catalogaba como un ser ermitaño, temeroso para hablar en público y cuya arma de lucha era el enfrentamiento y la discusión, ha marcado cada uno de sus pasos. En 2017 recibió el apoyo de Lissed Andrea Peña, líder de la fundación Dignidad, Respeto y Honor, dedicada a generar contactos y herramientas para visibilizar a las víctimas de la fuerza pública y sus familias; quien consciente de su potencial le animó a conformar las mesas de participación de víctimas.

Sin saber si quiera que existía una Ley de Víctimas, recibió en poco tiempo el apoyo de sus compañeros y fue elegido como representante en la mesas de orden local y distrital; aprendió que “las barreras se las crea uno mismo. El liderazgo es algo que no tiene precio; es un tema de voluntad y amor, lo lleva a creer en uno y en los procesos”.

Actualmente, Nelson es, delegado a la Mesa Nacional de Víctimas, la máxima figura de representación de los sobrevivientes del conflicto armado. Consciente de que muchos afectados por el conflicto han caído en el asistencialismo por diferentes razones, trabaja a diario ejerciendo incidencia en el cumplimiento de la norma y la exigencia de los derechos de quienes como él, padecieron el hecho victimizante de minas antipersonal.

“El siempre pelea con herramientas, exige sus derechos sin asistencialismo”, afirma la fundadora de la entidad que lo vio formarse y ser una persona diferente en el marco del proceso de participación con la Unidad para las Víctimas.

Entre muchas otras causas, lucha por que se reconozcan a las víctimas indirectas de las minas antipersonal, y que se brinde asistencia y atención a las mismas. También, hace el llamado a los grupos al margen de la ley, a desistir del uso de estos artefactos que afectan en mayor intensidad a los campesinos colombianos.

Sueña con crear un club de paz y reconciliación, en el que termine la estigmatización, “ya somos civiles, ya nos quitamos el camuflado, ya pasamos esta página, estamos para hacer la voluntad de Dios Padre”, concluye. Un club en el que participen: Molina, Benavídez, Nocoe, Guzmán, sus excompañeros de batalla; la población civil con mayor necesidad, y quienes quieran hacer parte ferviente de un grupo seres humanos sobrevivientes del conflicto, que valoren el poder servir, compartir, ser solidarios, agradecer y enseñar a los hijos a valorar la vida, después de haber estado tras el telón de la guerra.

(Fin/YUM/LMY)

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