La mirada no es exactamente triste, pero si escéptica, desconfiada tal vez. La sonrisa es contenida. El dolor que se esconde detrás de su bello rostro va apareciendo de a poquitos. Miryam Ordónez ha vivido lo que muy pocos jóvenes del país han tenido que padecer, no solo porque un grupo armado interrumpió abruptamente su adolescencia y, sin pedirle permiso, le colgó un fusil en el hombro, sino porque la vida se ha empeñado en golpearla una y otra vez y ella, como los buenos luchadores, se ha levantado para seguir en el camino y sacar adelante a sus dos hijos.