El municipio de Apartadó y toda una subregión llora a su lideresa María Ángela Salazar Murillo, abanderada y reconocida luchadora por los derechos de las víctimas pero que a sus 66 años no pudo superar la batalla contra el COVID-19.
Una mujer que recorrió el país llevando la voz de quienes no la tenían, madre de 4 hijos, abuela de un hogar que avivó por más de 34 años, de sonrisa franca y voz dulce, a quienes todos escuchaban: el excombatiente, los jóvenes en conflicto y grupos en contienda, porque era capaz de ponerse al nivel de quienes generaban la discordia, para tratar de entender y mediar a través de la notable sabiduría de quien sabe escuchar sin juzgar.
Esa era Ángela Salazar, no era raro verla hablando en una esquina de su amado barrio Obrero, hablando con las mujeres, con los niños, con los jóvenes, con trabajadores, o también ya transformada en esa incansable líder de honorable representatividad en la Comisión para la Esclarecimiento de la Verdad, delegación que cumplió con dignidad hasta el ultimo respiro de su vida.
Aunque en el país, hace algunos años se comenzó a escuchar del legado de Ángela, ya como Comisionada de la Verdad, esta lideresa venía labrando luchas y tejiendo historias de paz y reconciliación en diferentes espacios y estamentos como en la Iniciativa de Mujeres para la Paz, la Mesa de Reconciliación en Urabá, en la construcción de la memoria histórica en Antioquia y en iniciativas que se apoyaran en la paz y la defensa de los derechos humanos.
“Considero que me nombraron porque mucha gente vio mi trabajo, desde que inicié documentando casos, estar ahí con las víctimas, han visto que puedo ser fiable, soy la parte de los de andar a pie”.
Esa confianza y respeto que logró inspirar en quienes la conocieron, le dieron la invaluable posibilidad de mediar y facilitar procesos de reconciliación en una región aun en los tiempos más difíciles en los que el conflicto arreciaba y se ensañó, incluso, sobre ella.
A pesar de todo, Ángela era una convencida de que solo a través del perdón se lograría cambiar el rumbo de la historia; no había espacio en el cual no lo recalcara.
”Cuando yo perdono abro la puerta a la reconciliación; el perdón es individual no es colectivo, es mi perdón, es una forma de decir esto me pasó a mí no les pasó a todos, no tengo que seguir viviendo en ese recuerdo de lo que me pasó a mí”.
Ángela representó a la mujer, a quienes todos querían abrazar, de voz cálida y hablar pausado, que reflejaba en todos los escenarios, incluso en los de debate, su aspecto sabio y matronal en el sentido de querer acompañar a las mujeres en ese nuevo dar a luz, en ese despertar en el que las logró empoderar.
Ángela Salazar, una mujer víctima de desplazamiento, nació en Tadó Chocó, a los nueve años, llegó a Medellín donde vivió gran parte de su juventud y se graduó de bachiller en el 2000. Allí trabajó como auxiliar de Biblioteca en la Universidad Autónoma, y luego, al quedarse sin trabajo, entre otras circunstancias, tomó la decisión de radicarse en Urabá a la edad de 26 años.
En su casa reposan sus recuerdos, vivió sin pretensiones. Ella, una sobreviviente intuitiva, conciliadora, sin grandes títulos académicos ni interés de ostentar, con cartones de técnicas que empapelan parte de la pared de su casa, reflejo de su sencillez. Sus hijos, nietos, los del Obrero la vieron como tal, y en la calle a quien viera haciendo algo indebido lo corregía con amor como si fuera su hijo.
Hoy Ángela se despide en este día memorable, lo cual no es casualidad, como dicen quienes la conocieron: “No parece coincidencia que Ángela Salazar abandonara este mundo el día que se conmemora la batalla de Boyacá, se despide dejándonos un último mensaje, siempre fue una luchadora. Descanse en paz.”, manifestó una de las personas que estuvieron cerca de Ángela.
Esta mujer que luchó hasta con sus propias dolencias y huellas de la guerra dejó el más valioso legado, amor por sus semejantes, credibilidad, otorgada por quienes la conocieron, los cuales la animaron a hacer parte de la historia de la paz en el país y una abanderada de la justicia y la verdad.
“El significado más grande es que nosotros los del común tenemos unas verdades, de pronto más auténticas, al menos las hemos vivido y no hemos tenido quién nos apoye en un momento dado; tuvimos que rumiarnos el dolor solas, contar entre nosotras nuestras verdades, nuestros llantos o callarnos para que nuestros hijos no se dieran cuenta, o porque teníamos así que irnos a trabajar porque la vida tenía que continuar, porque no era yo sola sino otra gente que estaba al lado mío”, afirmó Ángela tras ser designada en 2017 como comisionada.
“Urabá pierde una gran líder y vocera de la región”, asegura Elizabeth Granada Ríos, directora de la territorial Urabá Darién.
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