25 Mi Voz en Alto









“A través del canto hemos ido sanando”: Fulvia, líder de víctimas de violencia sexual
Con cada golpe de baqueta sobre su tambor y con las letras que canta, llenas de simbología, redención, perdón y paz, Fulvia Chunganá se libera, según dice. Su historia es un canto de resiliencia y confianza en el que todo se puede superar.
Por: Diana Rodriguez
El cuero de búfalo, templado y amarrado sobre un aro de madera, convierte el tambor de Fulvia Edith Chunganá Medina en una especie de pandereta grande. Lo hizo con sus propias manos como primer paso de un rito de redención. Sola o en grupo, en privado o en público, canta y percute con su baqueta y cada sonido va ayudándole a superar, de a poco, los traumas que le dejó hace 30 años la violencia sexual de un integrante de un grupo armado ilegal que frecuentaba la zona rural donde ella habitaba.
Con su voz grave, interpreta una estrofa: “Vientre sagrado, centro de poder, tú que guardas las memorias de todo el ayer, limpia mi pasado, vuelve a renacer, floritura hermosa ábrete al placer, ¡hey!”, que repite, con los ojos cerrados.
Está en un recinto de un hotel del norte de Bogotá, a donde fue a compartir experiencias comunicativas con otras víctimas del país, en un evento liderado por organismos humanitarios internacionales.
Esas frases las ha cantado en múltiples ocasiones, dentro y fuera del país, y le han ayudado a liberarse, en gran parte, de la “vergüenza” que, por 25 años, cargó en silencio, “porque cuando fui víctima de violencia sexual, fui contaminada con una enfermedad de transmisión sexual, y tuve que sufrir en silencio para no ser señalada, porque no tenía los medios para decir que no fue mi culpa”.
Hace parte de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, con otras 47 víctimas de hechos violentos en medio del conflicto armado, en el departamento del Cauca, y que decidieron romper el silencio. “Decidimos hacer el tambor y cantar para contar nuestras historias sin hacernos daño; a través del canto hemos ido sanando, cantar nos libera, cantamos a la mujer, a la esperanza, al amor”, explica Fulvia.
Más allá del silencio
Ha tenido la oportunidad de ir por diversas partes del país y a Suiza, a Holanda, a Luxemburgo, a otras ciudades europeas, para ayudar a sanar más mujeres, como algunas de El Congo que han sido aborrecidas y apedreadas. “A ellas les hemos dicho: nosotras estamos intentando ser aceptadas porque no es fácil; la sociedad dice ‘ah, es que les gustó’, y se trata de que internamente podamos sanar para luego ayudar a otras personas que no han podido”. Conocer y ayudar a otras mujeres, dice, es lo más bonito que le ha pasado.
Llegar al punto emocional en el que se encuentra Fulvia hoy no ha sido fácil. Ya puede hablar del tema, con cierta tranquilidad, ante extraños, porque ha estado en tratamientos. “Me curé, sufrí sola, hablé en 2014 y me he ido empoderando y he conocido otras víctimas con casos peores que el mío; tenemos derecho a una mejor calidad de vida”, afirma.
Tampoco le ha sido fácil romper todos los silencios. “La primera vez, fue como caer en paracaídas”, dice. “No nos prepararon, no nos dijeron nada, solo escuchamos a una compañera que contó su historia, y que íbamos a hacer una jornada de denuncia colectiva, quedamos ahí como con una herida abierta”. Luego, en grupo, se vincularon a procesos de acompañamiento psicosocial en el Cauca: “Fuimos entendiendo con un paso a paso en doce abrazos, construyendo el tambor y mejorando en todos los aspectos de la vida”.
En algunos aspectos, la mejoría ha sido mucho más lenta, como en el silencio ante su familia. Ahí las palabras no surgen. “Lo más difícil de sanar es cuando uno sabe que la familia se entera”, recalca. Aún no se atreve a hablar del tema con sus hijas ni con otros parientes. Le tiembla la voz, llora, de pensar que algún día lo hará. “Muchos me dicen ‘usted es una guerrera’, pero con mi familia no he tenido ese espacio abierto; les dije un día ‘sí yo he sido víctima de violencia sexual’ y salí corriendo, me encerré a llorar, ni supe la reacción de mis hijas, hasta ahora no la sé”.
Por eso, Fulvia tiene claro que le falta mucho por recorrer en el camino de la liberación total, aunque ya ha interiorizado cuestiones fundamentales, como que “la violencia sexual es un arma de terror, que no se la inventó la guerra, pero sí se usó para reprimir a la mujer por su liderazgo, por ser mujer, por la presión, y también entendimos que no éramos culpables, que otra persona decidió hacer lo que quiso con nosotras”.
A pesar de todo
Hoy las mujeres de la Red hacen parte de la construcción de los moldes de la obra Fragmentos, que se elabora con armas de las Farc, y Fulvia explica qué simboliza ese hecho para ellas: “Ahí martillamos todo lo que nos pasó y dejamos un legado para contarle nuestras historias a nuestras hijas, nuestras nietas y al mundo entero; que sepan que uno puede sanar, que no se sana del todo, que es una herida, que no se olvida, pero podemos contarla para ayudar a otras mujeres que vienen en el camino”.
Entre las heridas que no han sanado del todo en Fulvia está la de la vergüenza; es una historia aún sin final feliz. “Antes de hablar en 2014 yo no quería que me preguntaran nada, tenía una pareja y no me dejaba ver el cuerpo, y él me decía ‘pero, ¿por qué te tapas?’, y yo solo decía ‘no, a mí no me gusta’. Pasaron muchas cosas, nos separamos; yo vivía de domingo a domingo sin una meta, sin una ilusión, agresiva”.
Ahora ella sí tiene metas e ilusiones y ríe a menudo, aunque hay heridas que se niegan a cerrar. “Empezamos a ver que hay una vida por vivir, que seguimos en el camino. Yo siempre digo lo que saqué de un libro: a pesar de todo, aquí estoy puesta, los pájaros sueltos, mi alma de fiesta”. Esa frase hace parte de la canción A pesar de todo, un tango, que en otro verso dice: “A pesar de todo, me trae cada día, la loca esperanza, la absurda alegría, a pesar de todo, de todas las cosas, me brota la vida, me crecen las rosas”.
Sin embargo, hay rosas que todavía no crecen en Fulvia: aún no es capaz de dejarse ver el cuerpo. “Eso es muy difícil, no tengo pareja”, sentencia con sus ojos húmedos y, por unos segundos, tristes.
Salir adelante y perdonar
Sí, a pesar de todo, Fulvia sabe desde muy pequeña que siempre se puede salir adelante ante múltiples condiciones adversas, que ella resalta en su historia cuando ayuda a otras mujeres.
“Nosotras en la Red documentamos casos, y cuando yo escucho que a otras mujeres les cortaron sus partes, las empalaron, les abrieron el estómago, y que aún viven, yo digo ‘lo que a mí me pasó no es nada, no tiene comparación’, y me animo a decirles que yo soy hija de violencia sexual, que mi mamá es sordomuda y que, con todo, ella me sacó adelante; y al escucharlas, siento que hay un deber de ayudarnos para que sanen, para que entiendan que ellas también son historia y que quedaron vivas, porque quizás a otras las mataron”.
Ese optimismo y esa resiliencia también le han permitido transitar otro largo camino lleno de obstáculos: el del perdón. “No es fácil, el perdón es una decisión y es un acto de amor por mí misma y quizá por el otro. Si odio, eso me lleva a sufrir en mi salud, en mi cuerpo, en mi bienestar y el otro ni siquiera se da cuenta. Yo no puedo decir perdono y los amo, no. Yo los perdono, porque he estado en foros con excombatientes, y si yo escucho a alguien que me dice ‘a mí me pasó esto, esto y esto y por eso me fui para allá’, yo digo ‘también tienen un detrás’. No los justifico, se hizo mucho daño. Yo perdoné y de esa manera sané y sigo sanando todos los días. Eso no se perdona de la noche a la mañana”.
Todo se cura
Fulvia sabe que todo se puede curar. Y lo canta también, acompañada de su tambor: “Todo cura, todo sana, todo lleva medicina adentro (bis). Llevo agua, llevo viento, llevo tierra, llevo fuego, llevo el universo adentro, lalala”, y repite, con los ojos cerrados.
Incluso sabe que algún día se curará del silencio y la duda frente a sus hijas: “Hemos hablado por teléfono, me dicen ‘madre eres una guerrera’, sé que esa conversación la voy a tener con mis hijas, va a ser un poco fuerte, pero voy con las herramientas que he adquirido en dos años que llevo en Bogotá”, afirma.
Después de unos segundos de breve silencio, agrega, con voz entrecortada: “Quiero abrazarlas, quiero decirles que tienen mamá para rato, que sí fui víctima de violencia sexual y por eso trabajo para que no les pase a ellas, ni en lo público ni en lo privado, ni a nadie”.
A la vida de esta mujer caucana, Fulvia Edith Chunganá Medina, como a la de todas las mujeres víctimas de violencia sexual en medio del conflicto armado, les cuadra muy bien toda la letra del tango A pesar de Todo, compuesto por la cantante argentina Eladia Blásquez, y que en otro de sus apartes dice: “A pesar de todo, la vida que es dura, también es milagro, también aventura”.